miércoles, 6 de octubre de 2021

El Camino (The Way, 2010)


La tradición considera a Alfonso II el Casto, el asturiano, no el aragonés, el primer peregrino jacobeo. Cuenta que viajó de Oviedo, sede de la corte astur, hasta el lugar donde habían hallado la tumba que presumieron y quisieron de Santiago el Mayor, creando lo que hoy se considera la primera ruta jacobea de la historia o de la leyenda. Desde entonces, hablamos del siglo IX, hasta la ultima persona que acaba de entrar por la puerta de la catedral compostelana, se desconoce cuántos peregrinos han caminado al lugar donde la tradición enterró al apóstol que Ramiro I soñó antes de entrar en batalla, aquella de Clavijo que dio fama a la imagen del santo sobre un caballo blanco. Hay quien todavía desconoce el color de la montura, cuando se le pregunta, y no hay necesidad de alarmarse, pues ¿quién asegura la blancura del corcel? Pero seguro que nadie duda que han sido millones las almas que, por diferentes motivos y razones, han recorrido los lugares que fueron dando forma a los Caminos que hoy se recorren a pie, en bicicleta, a caballo; aunque, indiferente al medio de transporte, todos ellos conducen a la basílica compostelana donde se unen y se convierten en uno que concluye en el fin del mundo romano. El constante tránsito de gentes de diversos lugares de la cristiandad posibilitó el crecimiento cultural y urbano del noroeste peninsular en el último tramo de la Alta Edad Media y durante la Baja —se extendió el románico, se intercambiaron ideas, se desarrolló una infraestructura vial, se crearon ordenes “policiales” para proteger a los viandantes, se levantaron monasterios, hospitales, pueblos y ciudades— hasta que el Camino cayó en cierto olvido, del que sería rescatado en el siglo XX, pero esa es una historia no legendaria, ni es la que Emilio Estevez cuenta en The Way (2010), un film que recorre la distancia que separa St Jean Pied de Port, en el País Vasco francés, de Santiago de Compostela, en el noroeste de la península Ibérica. Son más de ochocientos kilómetros de camino, que Tom Avery (Martin Sheen) hará a pie, en solitario y en compañía de tres almas que también callan sus heridas.



Tom, un acomodado oftalmólogo californiano, ignora todo lo relacionado con la Ruta, pero la muerte de su hijo, provoca que la camine en persona. Las imágenes que abren The Way lo muestran en su medio habitual, primero en el trabajo y después en el campo de golf, jugando y bromeando con varios amigos. Durante ese instante de ocio, recibe la llamada de Francia que le comunica el fallecimiento de Daniel (Emilio Estevez), su único hijo, durante una tormenta que le sorprendió en su primera etapa del Camino. Ni la ciudad gallega ni el Camino tienen significado para él. Desconocía la existencia de ambas e ignoraba que su hijo caminase hacia Roncesvalles, donde Roland obtuvo su canción y le alcanzó la muerte. Las imágenes de Daniel regresan a su mente, sus conversaciones, la frase <<la vida no se elige, se vive>>, que busca profundidad y encuentra la contradicción, si se tiene en cuenta que el hijo escogió romper con su cotidianidad y viajar para sentirse vivo. Su pensamiento es para Daniel, a quien no puede olvidar hablándole de su deseo de conocer el mundo, los lugares que de algún modo le impulsaron a abandonar la cotidianidad y la comodidad (en la que se descubre al padre al inicio del la película) y lanzarse al camino de la vida. De ese modo, recordando y afligido, Tom se traslada a Francia con la finalidad de repatriar el cuerpo del ser querido, pero algo sucede en su interior y, como parte de su sentir, de su homenaje, de su amor, decide caminar junto a la las cenizas del fallecido y completar la Ruta Xacobea.



La película fue exhibida en el Festival de Toronto y, como consecuencia del patrocinio del Xacobeo 2010, de la participación de la Xunta de Galicia y de Filmax, un mes después tuvo un preestreno español en el teatro Principal, en Santiago de Compostela. El 19 de noviembre, se estrenaba en el resto de España y al año siguiente en otros países. En su recorrido comercial y mediático, llegó donde ninguna otra película sobre el camino lo había hecho con anterioridad. La publicidad resultó efectiva, también la historia narrada, pero no era la primera vez que se usaba el cine como medio promocional del Año Jubilar. Entre otros ejemplos, se encuentran la miniserie Camino de Santiago (Robert Young, 1999) y las producciones de Cesáreo González Pórtico de la Gloria (Rafael J. Salvia, 1953) y Cotolay (José Antonio Nieves Conde, 1965), que fueron rodadas con vistas a promocionar los Años 1954 y 1965. Producida por Julio Fernández y Emilio Estevez, también guionista del film, The Way llegó a más países, entre ellos Estados Unidos, adonde había emigrado el abuelo del director. Estevez le dedica su película, amable, construida sobre anécdotas, tópicos y tramos que nunca abandonan el camino señalado para mostrar el aprendizaje de los protagonistas, la amistad que surge entre ellos, sus interioridades heridas, las de cuatro caminantes, quizá peregrinos, que se encuentran en la desorientación en la que buscan. Pero el eje de la trama es Tom, su dolor y su despertar, su vuelta a la vida a partir de la muerte del hijo, aprendiendo y tomando el testigo del fallecido. La amistad y la cura de heridas, su aceptación, como un paso más en el camino que les libere del dolor, forman parte de la historia de The Way, pero la película también tiene un carácter personal, puesto que camina hacia las raíces de los Estévez, Galicia, la tierra natal de Francisco Estévez, emigrante, abuelo de Emilio, Ramón, hijo, y Carlos, y padre de Ramón, mundialmente conocido como Martin Sheen. Él es el protagonista absoluto de la película de su hijo Emilio, que debutaba en la dirección de largometrajes con este film de postal, amable e itinerante, por momentos emotivo y simpático, que mezcla drama y comedia en su transitar por los Pirineos, el valle del Ebro, la meseta y Galicia hacia ese fin del mundo que no concluye en Santiago ni en Fisterra, ni en Muxía ni en Marruecos.




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