Arriesgada producción de Woody Allen que se salda con un resultado que alcanza una de las cotas más altas y originales del cine de la década de 1980. Se trata de un magnífica película, rodada como (falso) documental en la que se nos muestra a Zelig (Woody Allen), un hombre que se adapta a las características físicas y psíquicas de aquellos que le rodean. En un derroche imaginativo, Allen nos muestra una serie de entrevistas con personajes que han tenido contacto con el camaleón humano, fotos, imágenes de archivo, recortes de periódicos, grabaciones de las sesiones con la doctora que le trata o documentos oficiales que nos van perfilando a un personaje, aparentemente, extraño. Sin embargo, no difiere tanto del resto, este individuo, sólo busca ser aceptado, querido y protegido. Para lograrlo, desarrolla una capacidad que para muchos resulta incomprensible (no dudan de calificarla de enfermedad), por contra, para otros, es un asombroso y curioso trastorno emocional y para su hermanastra un negocio, una atracción de feria, que podría proporcionarle riqueza. Zelig se convierte de la noche a la mañana en un fenómeno social, la hermanastra y su amante le exhiben y venden todo tipo de objetos relacionados con él (camisetas, discos, muñecos, etc., un campaña de merchandising brutal). Pero su única familiar muere, así pues, sin saber qué hacer, el ídolo desaparece. La noticia de su ausencia copa los medios de comunicación, pero el paso del tiempo hace que el interés público vaya desapareciendo. Pero este Zelig, incapaz de pasar desapercibido, reaparece en el Vaticano (al lado del Papa). La doctora Fletcher (Mia Farrow) desea curarle, inicialmente por alcanzar el reconocimiento entre sus colegas de profesión, pero que se transforma en un sentimiento de cariño que, posteriormente, derivará en amor hacia ese camaleón humano (que en realidad busca lo que cualquier otro, sentirse parte de algo y ser querido). La doctora se lo lleva a su casa, allí realizará sesiones de terapia y pruebas que ayudarán al paciente a crear su propia personalidad.
Zelig, reflejo de una sociedad impersonal, se siente protegido dentro de un grupo en el cual todo es igual. En realidad, hay mucho de camaleón en cualquiera de nosotros. Intentar que Zelig posea personalidad propia es como incitar a las personas a pensar por sí mismas, con sus propias ideas, gustos y manías, sin temor a ser juzgados por aquellos con quienes interaccionan. Todos somos un poco Zelig, queremos ser aceptados y sentirnos queridos. Y por ello, realizamos cosas en las que no creemos, que no nos satisfacen, pero que nos permiten estar dentro de ese grupo que se llama sociedad, porque ella, así lo exige. A pesar de su claro mensaje, no se debe olvidar, que Zelig es una comedia, rebosa ironía y es una obra maestra. Verla desde la complicidad de lo que se muestra hace que sea disfrutada de principio a fin, y en ella, también descubriremos, una vez más, los puntos de vista de un autor, que nos presenta a un personaje cargado de dudas, de anhelos y que, al no encontrar respuestas, opta por dejar de ser el mismo e imita a cuantos le rodean. Como dice el narrador: "Al final no está la felicidad en la aceptación de muchos, sino en el amor de una mujer".
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