<<Ayer por la noche, vi en una proyección privada el film de Visconti Rocco e i suoi fratelli: la dirección, como en el resto de sus películas, es siempre espléndida, la historia, sobre todo, la segunda parte, conmueve profundamente, y sin embargo, a pesar de ser por completo y quizá brutalmente sincero, esta última obra de Visconti me ha dejado confuso>>
(Pier Paolo Pasolini, Vie Nuoce, 1 de octubre de 1960)
En el punto álgido de su carrera, tanto de cineasta como de director teatral y operístico, y del "milagro económico" italiano, Luchino Visconti encaró el rodaje de Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960) con la confianza necesaria para realizar un filme cuya dureza expositiva, psicológica y crítica no fue del agrado de parte de la crítica. Sin embargo, en la actualidad, nadie niega que se trate de una lección de cine que pocos directores podrían haber dado forma y sustancia. Primero porque la ciudad retratada es Milán, cuna de la aristocrática familia Visconti y centro industrial receptor de los inmigrantes del sur de Italia, lo cual depararía en la mente del realizador el enfrentamiento entre la época que conoció de niño y la ciudad de hormigón que se encontró durante el rodaje del filme. Segundo, por la desintegración familiar que se observa a lo largo de sus imágenes, pues Rocco y sus hermanos además de hablar de las injusticias de la emigración trata sobre la familia y sobre una madre, temas siempre presentes en el cine de Visconti. La película comienza como retrato social (heredado del neorrealismo) en el que una familia de la Italia meridional emigra a Milán con la promesa, fruto de la ilusión materna, de encontrar una nueva y mejor vida que sin embargo no resulta mejor de la que han abandonado. A medida que se suceden los episodios, la trama se convierte en un tragedia humana que alcanza instantes de realismo hiriente (en algunos países se prohibió su estreno), un realismo que no esconde las influencias operísticas de Visconti.
Inicialmente, se muestra a una familia unida bajo control matriarcal, que se encuentra perdida en un mundo que les resulta extraño y al que deben adaptarse. La madre (Katina Paxinou), mujer fuerte, posesiva y cegada por el amor hacia sus retoños se erige en el eje que controla a estos cinco muchachos: Vincenzo (Spiros Focas), Simone (Renato Salvatori), Rocco (Alain Delon), Ciro (Max Cartier) y Lucca (Rocco Vidolazzi), (ellos darán nombre a los cinco episodios o actos que conforman el largometraje-tragedia). Los episodios no son actos aislados, sino que continúan la trama de manera que podría entenderse a la perfección sin su existencia, pero perdería el efecto deseado por el director. De entre todos los hermanos, son Simone y Rocco en los que recae mayor protagonismo, ya que en ellos se comprueba mucho mejor cómo les afecta su nueva ubicación geográfica y las nuevas condiciones a las que se enfrentan. Aparte de un joven sensible, Rocco es honesto y quizá demasiado bueno, tanto, que semeja padecer la misma enfermedad que el príncipe Myshkin de Dostoyevski y que a la postre derivará en los terribles hechos finales. Por contra, descubrimos en Simone a una especie de Caín, de personalidad inconstante, capaz de cualquier cosa con tal de conseguir el amor de Nadia (otro de los ejes narrativos, y motivo de disputa, del relato), una joven de vida disipada de la que se enamora y a quien pretende impresionar, sin embargo, Nadia no le quiere y le abandona. Dicho desplante marca el devenir de las cosas, pues, por casualidades del destino, Rocco y Nadia (Annie Girardot) se enamoran. Ella encuentra en este idiota Viscontino a un ser que le devuelve la fe en sí misma y la oportunidad de comenzar una nueva vida. Pero las decisiones de un hado caprichoso (muy operístico) llevan a que Simone se entere de una relación que no puede tolerar y que desatara su versión más animal y miserable. ¿Por qué Rocco se emparenta con el personaje de Dostoyevski? La respuesta reside en la bondad y la fe que Rocco muestra hacia su hermano, incluso cuando Ciro y Vincenzo han decidido que ya no hay nada que hacer, él no pierde la esperanza. Su comportamiento llega a causar desesperación en el espectador, del mismo modo que lo hacía El idiota literario en el lector. Compromete su futuro en algo en lo que no cree, pero en el que triunfa (su carrera pugilística), así como abandona otras de sus muchas ilusiones. Este afán por ayudar a Simone, incluso tras haber cometido éste uno de los actos más ruines que se puedan imaginar, le lleva a la estupidez de obligar a la mujer que ama a regresar a los brazos de un ser que sólo se puede calificar como despreciable. Rocco no comprende la enfermedad moral de Simone, cree que su hermano volverá a ser el mismo de antes, aquel hermano alegre y cariñoso que llegó a la capital lombarda procedente de un pueblo al que Rocco desea regresar (y que presiente que nunca lo hará, pero quizá alguno de los suyos sí).
No hay comentarios:
Publicar un comentario