lunes, 21 de julio de 2025

Un instante inesperado

Onte, de volta a casa, atopeime cun instante inesperado que devolveume unha vella lenda que escoitei na nenez, ou que lin nalgún relato na escola. Non o lembro, pero o conto si. Viña a dicir que ao final do arco da vella atópase un caldeiro cheo de ouro, mais, como os tesouros que busco son fantasías e momentos, fiquei contemplando as cores. Mentras, a miña mente, que moitas veces vai por libre na procura de quen sabe que, voou lonxe e chegou a Ningures, que é o país onde chega decotío, para logo retornar a min e dicirme que a vida non é como a soñas, nin sequera como cres que a vives. Eu dígolle: saca de aí, pelma do carallo! Vai coa túa razón a outra parte ou cala e olla o ceo, e despóis dime si o que ves non é para crer nos contos e perseguir soños que non buscamos materializar, pois, tanto ti coma min, sabemos de sobras que os soños non son metas, son camiños a tránsitar na brétema, na posibilidade denantes de que a claridade cegadora e o son ensordecedor nos esperte ou de que algún tórnese en pesadelo. Mais nada disto é extraordinario, tamén acontece en Ningures, non si? Así que mellor miremos a fermosa curva que agora loce aí enriba e despóis sigamos camiñando…


Ayer, de vuelta a casa, me encontré con un instante inesperado que me devolvió una vieja leyenda que escuché en la niñez, o que leí en algún relato en la escuela. No lo recuerdo, pero el cuento sí. Venía a decir que al final del arco iris se encuentra un caldero lleno de oro, mas, como los tesoros que busco son fantasías y momentos, quedé contemplando los colores. Mientras, mi mente, que muchas veces va por libre en busca de quién sabe qué, voló lejos y llegó a Ningures, que es el país donde llega con frecuencia, para luego retornar a mí y decirme que la vida no es como la sueñas, ni siquiera como crees que la vives. Yo le digo: ¡saca de ahí, pelma del carajo! Vate con tu razón a otra parte o calla y mira el cielo, y después dime si lo que ves no es para creer en los cuentos y perseguir sueños que no buscamos materializar, pues, tanto tú como yo, sabemos de sobras que los sueños no son metas, son caminos a transitar en la bruma, en la posibilidad antes de que la claridad cegadora y el sonido ensordecedor nos despierte o de que alguno se vuelva pesadilla. Mas nada de esto es extraordinario, también sucede en Ningures, ¿no? Así que mejor miremos la hermosa curva que ahora luce ahí arriba y después sigamos caminando…

domingo, 20 de julio de 2025

Rafael Dieste, Historias e invenciones de Félix Muriel


<<Un hueso es un hueso. Dos, son dos. Y muchos pueden no ser un esqueleto. Yo sé esto y lo otro y lo de más allá, y no sé más que cuando no sabía esto ni lo otro ni lo de más allá…>>, leo que reflexiona Anselmo, el personaje del cuento de Rafael Dieste La peña y el pájaro, páginas después de escucharme suspirar un “no sé” de tantos que desaparecen y reaparecen en el tiempo y en el pensamiento. Aunque lleve una partícula negativa, el decir “No sé…” no niega saber, abre la posibilidad e introduce la duda, tal vez un interrogante o incertidumbre que puede deparar una idea peregrina, pasajera, viajera, de ida y vuelta o solo de regresar a un punto sin retorno o de partida… No sé… puede que la vida sea una imposibilidad repleta de posibilidades o una posibilidad salpicada de imposibles, una constante búsqueda de uno mismo, de su lugar, de sus dudas, de sus gentes, de sus historias, de sus invenciones... No sé…, pero, en todo caso, la considero un aprendizaje a trompicones en el que cuanto más se conoce, menos se sabe y más ganas de saber y de conocer entran… No sé… Supongo que esto le sucede a muchos; quizás también a Anselmo, e incluso al propio Dieste… No sé… Me refiero a que no es una rareza el encontrarse con alguien que se inventa o se fantasea, alguien que afirme que el conocimiento amplía nuestra ignorancia y nuestra curiosidad, alguien que dice que el conocer nos sitúa un paso más cerca del “solo sé que no sé nada”, que ya es mucho más que el saber de quienes todo lo saben y ya nada se plantean… No sé… tal vez ese conocimiento que consideran absoluto les imposibilite imaginar y fantasear, el soñar historias más allá de la historia, en la fantasía, en el misterio… No sé… incluso puede que existan quienes consideren la realidad como el único espacio válido para hallar respuestas… No sé… a menudo las respuestas nada me dicen, nada me responden, solo me conducen a seguir caminando en el “No sé…” No sé… lo mío es el caminar y a ver a dónde llego, y ahora me encuentro aquí, al inicio de una cuesta de la que todavía no veo su final. Camino con un ejemplar en la mano de Historias e invenciones de Félix Muriel, y, al tiempo que acaricio su papel verjurado blanco, sonrío y exclamó en mi mente qué hermoso libro de cuentos este de Rafael Dieste. Subo la que hoy llaman Avenida de Castelao, en honor a otro ilustre rianxeiro, y disfruto cada paso, cada página, deseando que el recorrido no termine mientras le digo al silencio: qué bien sienta dejarse llevar por la imaginación y la narrativa elegante y cuidada de Dieste, una nada pesada, más bien dispuesta a volar. Dieste publicó los nueve relatos que dan forma a Historias e invenciones de Félix Muriel en la argentina Buenos Aires, a donde le llevó el exilio, tras la guerra civil española. Allí, en la década de 1940, los escribió sin apartar de su mente los lugares que se vio obligado a dejar atrás y que tanto le inspiraron… No sé… son y no son los que asoman por las páginas del libro, puesto que todo parece posible en sus páginas de fantasía, de costumbres, de situaciones extraordinarias, de viajes y caminos sin más límites que la inimitable capacidad de fantasear del escritor rianxeiro... No sé… lo hizo en cuentos como los narrados por Félix Muriel, que no es otro que el propio Dieste inventado por Dieste, que nos cuenta historias que le marcaron, que se inventa o que nunca le contaron, espléndidas fantasías que me acercan a la posibilidad, a decir… No sé…



<<Un hueso es un hueso. Dos, son dos. Y muchos huesos pueden no ser un esqueleto.


Yo sé esto y lo otro y lo de más allá, y no sé más que cuando no sabía esto ni lo otro ni lo de más allá.


Mil experiencias más y estaré harto. Mil desencantos más y estaré libre. Dejadme saber dónde acaba el hambre. Ya llega la hartura, ya. Oh, dadme otra vez el hambre.


Varias hambres tengo. Una de todo. Otra de nada. Otra de aquello que acaba en nada. Y otra empezará después.


Cuando haya dicho sí mil veces, eligiendo por turno esto y lo otro y lo de más allá, podré decir no, enteramente no, y quedarme esperando. Pero seré una sombra y el no se quedará en no. Nada vendrá a colmarlo, aunque grite: Aquí estoy, ya vacío, ya hueco y hondo con mi no perfecto. Nada vendrá a colmar la sima de mi no perfecto.


Y entonces lo colmaré yo. Con mi caudal ambiguo, con mis olas contrarias, con ese vago tumulto.


Mas, ¿cuándo dije sí, cuando dije sí? Siempre he dicho pasad, pasad. Sí, pero pasad. De prisa, sin dejar huella, sin dejar memoria, o dejándola mala, deleznable, de ceniza que pueda una gran ráfaga barrer un día, una ráfaga que llegará un día, un luminoso viento al que no importen las cenizas.


Y aquí estoy, esperando, pero no sé quién soy. Y aquí están mis cenizas y ya ni ese gran viento luminoso reclamo. Basta un soplo ligero. Basta mi indiferencia…>>


Este entrecomillado pertenece a Rafael Dieste, extraído de Historias e invenciones de Félix Muriel.

sábado, 19 de julio de 2025

Victor Klemperer y la lengua del Tercer Reich



No hay que ser un lince ni ser filólogo para comprender que algunas palabras y expresiones empleadas de forma continua pueden hacer mella en el oyente —piensen en un bebé, en cómo aprende a decir mamá y papá—. Más complicado es realizar un estudio pormenorizado del cómo y el para qué, y más difícil todavía, hacerlo cuanto tu vida ya no te pertenece. Ese fue el caso de Victor Kemplerer, quien durante el periodo nazi realizó un minucioso (y clandestino) estudio del lenguaje empleado por los líderes y los medios del llamado Tercer Reich, haciendo hincapié en el uso de las palabras y de los símbolos empleados para manejar a la población, a la que los nazis querían no pensante, irreflexiva, ignorante, uniforme, manipulable a más no poder. <<El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente.>> (1) La ignorancia, la desgana intelectual y el embrutecimiento ya estaban ahí, solo tuvieron que apurarlo y llevarlo hacia donde les beneficiaría, señalando un enemigo para la situación que atravesaba Alemania tras el crack del 29 y la depresión económica que le siguió, y que disparó la inflación e implicó la exigencia estadounidense de la devolución de los préstamos. La situación era compleja. A las heridas no cicatrizadas de la Primera Guerra Mundial, se le sumó la permisividad de la República de Weimar, para con los enemigos de la democracia, permisividad que se evidenció en no pocas ocasiones, sin ir más lejos en la laxa condena a Hitler y otros cabecillas del Putsch de Múnich de 1923, el malestar de la baja burguesía —base sobre la que se aupó el nacionalsocialismo— y el miedo de las grandes fortunas al comunismo —lo económico siempre está presente en cualquier guerra, revolución o movimiento histórico—. De todo eso se aprovecharon Adolf Hitler y su “séquito”, cuya sinrazón e incultura ya queda expuesta en su libro Mi lucha.

Pero en 1925, fecha de la publicación del panfleto, nadie vio en su contenido un peligro inminente, tal vez porque muy pocos lo leyeron entonces y los que sí lo hicieron o bien eran “fans” o despistados lectores que se dormían por las noches perdiendo el hilo de las líneas escritas por quien, tal vez, considerasen un don nadie que había intentado un golpe y había fracasado. Durante su estancia en presidio, el futuro dictador comprendió que la fuerza bruta —un choque directo y violento con el sistema— no le depararía el poder, así que los nazis se mantuvieron a la expectativa, haciéndose pasar por un partido político democrático, y nadie sospecharía ni podría aventurar lo que iba a suceder a partir de 1933. Mas en ese año, cuando subieron al poder, a pocos les pasó desapercibido sus intenciones, sus uniformes, sus símbolos, sus discursos, sus palabras, la reiteración diaria de su fanatismo. Sí, “fanatismo”, del que presumían porque habían transformado esa palabra de connotación enfermiza en una a celebrar. La hicieron presente en su discurso, para festejar y alejar la reflexión, para asentar la irreflexión, similar a la actual —hoy se usa el no pensar en la idea de “fan” y “seguidor” en la cotidianidad de las redes sociales y de tanto ídolo de barro que, económicamente, resulta un negocio muy rentable: a mayor número de fanáticos seguidores, más ingresos—.

Perseguir fortuna es un objetivo visible, pero lo que Hitler y los suyos pretendían y querían era otra cuestión; más compleja, más desquiciada; sus objetivos habían sido expuestos en Mi lucha. Por otra parte, deseaban una población activa, siempre en constante movimiento, incapacitada para la quietud, pues solo la pausa permitiría pensar y, por lo tanto, posibilitaría el ver hacía dónde conducía la ideología en el poder. Y “adónde” sería una buena pregunta que pocos se plantearon, puesto que <<la LTI se centra por completo en despojar al individuo de su esencia individual, en narcotizar su personalidad, en convertirlo en pieza sin ideas ni voluntad de una manada dirigida y azuzada en una dirección determinada, en mero átomo de un bloque de piedra en movimiento. La LTI es el lenguaje del fanatismo de masas.>>, <<en sus momentos culminantes, debe ser el lenguaje de la fe, ya que está enfocada hacia el fanatismo>>, envalentonado este por la parafernalia, el rito y la lengua del partido. Solo hay que ver El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1934) para hacerse una idea del carácter religioso, casi divino, mesiánico del que se rodeó la figura de Hitler, que en dicho documental parece descender de los cielos (y no precisamente porque viaje en avión).

Aunque el LTI estaba ahí, a la vista y al oído de todos, era complicado descubrir su lenguaje, el cómo se utilizaba en el día a día, en la prensa, en la radio, en los mítines y los altavoces callejeros, taladrando con repeticiones la mente de la población a la que quería sin actividad intelectual, para guiarla sin tener que convencer, pues convencer exigiría ofrecer razonamientos y respuestas a preguntas que no podría justificar con razones objetivas y racionales. Pero nada racional había en los nazis, por lo que el pensamiento fue su primer enemigo a erradicar. Eran conscientes de que <<Quien piensa, no quiere ser persuadido, sino convencido y quien piensa sistemáticamente, es doblemente difícil de convencer.>> Así que el uso de una lengua directa, populista, que apelará al sentimiento y no al intelecto, les sería de gran ayuda. <<El lenguaje crea y piensa por nosotros>>, apuntó el filólogo al comienzo de su cuaderno de apuntes.

La lengua que empleaban ni siquiera era original suya, la formaban palabras que ya estaban ahí, en Alemania o en otros lugares, pero que ellos supieron emplearla para sus fines; darle su sentido. <<Antes bien, todo en ella era discurso, todo en ella debía ser apelación, arenga, incitación.>> De ese modo, no les resultó difícil controlar a las masas, hacer de ellas cuanto se les antojase y convertirlas a su religión, ya que a religión se reducía el nacionalsocialismo —otro tanto sucedía con el estalinismo, aunque Klemperer no supo verlo, cuando compara aspectos que asoman en las lenguas empleadas por ambas ideologías, confiriendo un carácter positivo al uso soviético; conclusión comprensible si uno piensa que el libro lo escribió en 1946—, que apelaba a la creencia ciega y al seguir los dictados de quien se erigió a sí mismo en mesías de la germanidad frente al peligro que atribuyó a los eslavos, a los católicos y, sobre todo, a los judíos, ya fuesen alemanes, polacos, franceses, holandeses…, y a otras minorías étnicas.

Resulta curioso como la propaganda transforma la realidad y crea otra a su antojo; ¿qué sucede? ¿Es que nadie se detiene a pensar lo que les dicen? ¿El por qué y el para qué? El generar la idea de masa, de pueblo elegido y grupo homogéneo ayudó lo suyo, ya que esa masa elegida, la que Hitler consideraba superior, se sintió digna de habitar la nueva Germania, aquella que presumía su pasado de los pueblos nórdicos y que encontraba su excusa en las teorías de Rosenberg, quien, a su vez, había rebuscado entre las ideas de algún demente anterior a ellos. El resto de personas, ya hubiesen nacido en Alemania, en Austria o en la Conchinchina, quedaban fuera, despojados de su ciudadanía, estigmatizados, perseguidos, eliminados. Klemperer se salvó por distintas circunstancias; la primera su matrimonio con Eva Schlemmer, que era “aria”, y la última, el bombardeo de Dresde, que si bien mató a miles de personas, a él le brindó la posibilidad de escapar de la Gestapo, justo antes de su traslado; es decir, de su asesinato a manos de la policía nazi.

El escritor recuerda en su libro que hubo un momento crucial, fue cuando les obligaron a llevar la estrella amarilla, crucial porque ese instante les elimina la posibilidad de pasar desapercibidos y lo que el símbolo conlleva… Esa estrella rudimentaria, formada por dos triángulos, expresaba todo el odio de la ideología nazi y sus intenciones respecto a los judíos, a quienes culpaba de los males de Alemania, encontrando en sus víctimas una excusa y un chivo expiatorio que les permitía llevar a cabo su aberración, su locura, la de un régimen de terror que se apoyó en la embrutecida pequeña clase media para alcanzar el poder, el cual ya no dejarían hasta ver reducida Alemania (y otros lares) a escombros. Klemperer sobrevivió a la sinrazón, en buena medida gracias a su matrimonio con Eva, a quien dedica su estudio —<<pues sin ti este libro hoy no existiría, como tampoco existiría hace tiempo su autor>>— y, hacia el final de la guerra, a trasgredir las normas a las que le obligaban, quitándose la estrella y ocultando su identidad por distintos lugares del país que no tardaría en ser liberado, ocupado y dividido en cuatro sectores que acabarían siendo dos, para hoy ser uno. Quién sabe que le deparará el mañana, pero hoy la sinrazón sigue su curso en otros lugares; ahí está, puede detectarse o pasar desapercibida, por eso un estudio como el de Klemperer, que nos advierte de la necesidad de un oído atento y de una mente crítica, continúe siendo una lectura que invita a pensar…

(1) Entrecomillado extraído de Victor Klemperer: LTI. La lengua del Tercer Reich (traducción de Adan Kovacsics). Editorial Minúscula, Barcelona, 2001.

viernes, 18 de julio de 2025

Cunqueiro, Merlín e familia


Outro dos libros de Álvaro Cunqueiro que nos mandaron ler na escola foi Merlín e familia. Lembro que foi despóis de que nos “obrigaran” a gozar da lectura de Xente de aquí e acolá e de Os outros feirantes. E moito despóis de darnos a turra co Cabaliño de buxo, de Neira Vilas, de quen tamén nos mandaron ler Memorias dun neno labrego e nos insinuaron que Cartas a Lelo podería ser unha nova lectura. Lelo es ti, pensei decirlle o mestre, se pensas que vou ler as cartas dirixidas a outro. O conto e que por respecto nunca lin esas misivas, mais por entón preguntábame se o Cunqueiro ese e o tal Neira Vilas non serían uns enchufados da EXB ou do ministerio, pois pensaba na boa situación na que a lectura escolar os colocaba. Falando en prata, pensaba nos cartos que gañarían con tanto lector obrigado. Non fixen os cálculos, pero na nosa clase éramos corenta e un nenos e, a exemplar por barba, aínda que daquela só algún dos repetidores terían peluxe, daban un total de corenta e un exemplares; e se a este número o multiplicabamos por tres... Se tivese unha calculadora, desas que empregaban as azafatas do Un, Dos, Tres, podería pulsar tegras e obter a cifra exacta dos beneficios, unha vez restase os custos de edición e distribución ao prezo de venda. Mais ao non ter nin unha Casio, sorprendinme cun manda carallo, de esaxeración, e cun quen fora escritor escolar ou fillo dun ministro, de suspiro e aspiración. En Galicia había un milleiro de escolas. Fagan os cálculos só dun ano e verán como tamén as editoriais, os distribuidores e as librarías frotabanse as mans, que eran (e son) os que máis cobraban; quen menos, os autores, agás teñan de apelido en inglés Rei, Remando ou Folleto. Cando descubrín esta realidad, sería pola época na que nos obrigaban a lectura de Polaroid e Turbo, de Suso de Toro e de Miguel Suárez Abel respectivamente, signo de que os tempos estaban cambiando e tamén os nomes dos escritores, só quixen ser fillo de ministro ou de conselleiro. Magoa de que xa me adxudicasen pai anos atrás, nove meses antes de vir a dar aquí, e tampouco era caso de facerlle ascos ou de facer as maletas e presentarme na casa do conselleiro e exclamar: papá, papá! Pero o contó non era este, mais a miudo perdo o norte e debo recuperalo sen saber por onde anda. Agora estou niso, creo que xa podo seguir e dicir que tanto Memorias dun neno labrego como Merlín e familia foron dúas lecturas que entón no disfrutei tanto como hoxe, así que foron dúas inversións a longo prazo… Non era que aqueles mestres, dos que soamente reteño a idea das súas facianas, fosen sabios, senón que os autores eran moi bos, sobre todo o Cunqueiro, diantres, de quen fun prendándome a medida que o leía. En realidade, non me prendei da persoa, senón da súa obra, unha inspiración á que nunca aspirei, claro, e así imos…

jueves, 17 de julio de 2025

Abrindo camiños

É ben coñecido o inxenio e a habilidade para o disfraz de Concepción Arenal, a quen, por muller, as leis e a sociedade mesma non deixaban acudir a universidade; mais ela foi a Central, aínda que facéndose pasar por el. Era unha especie de Victor ou Victoria do estudo, quería aprender e saber, e saíuse coa súa; que boa era a ferrolá para que lle dixeran o que podía ou non podía facer. Contan os piñeiros e os carballos nas noites de vento que dixo: Vaites! Virme a min con estas lerias, de que por ser muller no podo licenciarme. Ides bos, paiolos! Así que cortou o pelo, vestiu ropa de home, cambiou o seu sombreiro por un chapeu masculino, meteu as mans nos petos e puso voz de arrieiro. Mais ou menos así foi o conto, claro que puido ser doutro xeito e por voz de tenor. Pero o importante ven sendo o que resultou, non so para ela, senón para elas todas; aínda que naquel momento poucas o sabían. Por entón, Concepción tiña uns vinteún anos e logo de ser descuberta e de pasar unha proba puido asistir como oínte. Así, un pequeno paso da muller en singular, deparou un gran paso para as españolas en xeral; e de aí din que sacou o Armstrong aquel, o do foguete a lúa, a inspiración cando chegou ao fogar dos selenitas, ese que, según o periodo do mes, luce aí enriba de nos, novo, crecente, cheo ou menguante. A historia proseguiu o seu camiño e chegou a 1868 e detívose ao carón de Emilia Pardo Bazán. Alí, observou como a futura autora dos Pazos de Ulloa matriculábase na Central. Disque era a primeira en matricularse nunha universidade española, mais a escritora galega no acabou os seus estudos —o 26 de maio de 1916, pasou a historia española ao ser nomeada catedrática na Universidade Central; era a primeira catedrática universitaria de España—. O sendeiro estaba aberto, pero habería que agardar ata que, en 1878, María Elena Maseras Ribera o ensanchase un pouco máis ao rematar os seus estudos de Mediciña na Universidade de Barcelona, aínda que tería que esperar ata 1892 para aplaudir a súa licenciatura, que acadou coa nota de sobresaliente. Por mor das circunstancias as que sometían as mulleres, María Elena non puido exercer, mais o tempo corría a favor dun cambio que tamén chegou a Galicia. O devir histórico, tamén o temporal, continuaba viaxando, mais, por un intre, fixo alto en Santiago de Compostela, onde as malas e as boas linguas din que corría o ano 1896, outras, nin malas nin boas, afirman que foi dous anos antes do de Cuba, Puerto Rico e Filipinas, e tamén escoitei algunha berrar que catro antes da morte de Verdi, o Giuseppe da Traviata, cando Manuela Antonio Barreiro Pico chagaba de Ribadeo, despóis de cursar o bacharelato en Lugo, e matriculábase en estudos de Farmacia na Universidade de Santiago de Compostela, tras ser a primeira muller en Galicia en acabar o grado de bacharel. Dese modo convertíase na primeira muller en matricularse na secular institución compostelana e, catro anos despóis, na súa primeira licenciada, mais non sen antes fincar os cóbados e enfrentarse a grandes dificultades e discriminacións…


Na fotografía un tramo da etapa do Camiño Inglés Sigüeiro-Santiago

miércoles, 16 de julio de 2025

Paseando por Vista Alegre

Hoy, me acompaña Bohumil Hrabal y su sátira “Trenes rigurosamente vigilados”, pero no le digo: oye, Hrabal, ese que ves ahí, en este parque de Vista Alegre, antigua Finca Simenón, es el edificio Casa de Europa, no una estación de ferrocarril como las de tu juventud. La casa, de estilo colonial, fue construida en 1903, como residencia de una acaudalada familia compostelana; y en ella destaca su galería: al menos es lo que más me gusta. En la actualidad, el edificio, restaurado en 1999, pertenece a la Universidad de Santiago de Compostela, que lo emplea para reuniones y de alojamiento para invitados de otras universidades. Nunca he entrado y dudo que algún día lo haga, sí lo he hecho en el museo de Historia Natural, ese edificio que está ahí delante. Antes lo había visitado cuando se encontraba en la Facultad de Química. Pero estoy convencido que me gusta más ver la Casa de Europa por fuera, cuando paseo por el parque que transito entre el del Auditorio de Galicia, al norte, y el de Galeras, al sur, desde el cual se accede a la ruta del Sarela, uno de los paseos fluviales que pueden recorrerse sin notar que te encuentras dentro de una cuidad con diversas zonas verdes que se conectan entre sí, para mayor gusto y disfrute de los paseantes que prefieran un instante apartado del asfalto o de las bellas piedras del casco histórico, que se encuentran a apenas cinco minutos del lugar de las imágenes fotográficas…







martes, 15 de julio de 2025

Solo Dios perdona (2013)


Después del éxito de crítica y de público obtenido con Drive (2011), Nicolas Winding Refn volvió a contar con Ryan Gosling para, de nuevo, adentrarse en el thriller psicológico, más que de acción, pues, al igual que en la precedente, en Solo Dios perdona (Only God Forgives, 2013) relega la acción a un plano secundario, en beneficio de los silencios que pretenden elocuencia. Sin embargo, su narrativa se aleja de la expuesta en su anterior película, para regresar a una más cercana a la que dio forma a Valhalla Rising (2009), en la que predomina lo experimental, el primitivismo de sus imágenes, la importancia del color en su fotografía y un montaje que juega con la realidad que se está contando; aunque existen modos más directos y fluidos de contar, el cineasta escoge uno que le permite darse prioridad (y buscar el aplauso de la crítica más pedante y elitista, la que a escribe sin que ella misma sea capaz de entenderse) sobre la trama, los temas y las ideas que pueda querer transmitir. El personaje de Gosling, Julian apenas articula palabra, pero al igual que otros antihéroes del cineasta danés, es un hombre marcado por sus experiencias, las cuales se descubrirán avanzado el metraje, cuando su madre (Kristin Scott Thomas) se presenta en Bangkog para reconocer el cadáver de su otro hijo, Billy, y cobrarse la venganza de su muerte. Esta madre, dominante y traicionera, fue el detonante que Julian huyese a Tailandia, donde se encarga de un club de kickboxing que les sirve de tapadera para un negocio de narcotráfico. En un primer momento se observa el local, allí pelean dos luchadores mientras Billy suministra droga a los clientes. Poco después se observa a este el un prostíbulo donde exige una menor y golpea al encargado. En ese instante se comprende que se trata de un individuo desequilibrado, cuestión que se reafirma con creces cuando viola y asesina a una joven. Este arranque sin concesiones abre la historia, que se obsesiona en su insistencia de exhibir que su creador tiene un estilo propio, reconocible, inimitable; y no se lo discuto, solo que por momentos me resulta cansino…

lunes, 14 de julio de 2025

Mucho en menos

Fotografía: Ruta da Pedra e da Auga, paralela al río Armenteira

Que el humano ha intentado engañar al humano no es novedad, parece que lo lleva en el ADN de la especie. Entonces, ¿seria imposible luchar contra la propia naturaleza o condición? No lo creo, porque cabe la posibilidad de lo contrario, puesto que si acepto que el engaño forma parte de la condición humana, también asumo que en ella está la búsqueda de la verdad demostrable, aunque vayan a saber ustedes dónde se encuentra esta en tiempos en los que todos asumen decir la verdad y acusan al resto de ser portadores de la mentira. Pero que algo sea inherente a uno no quiere decir que deba gustarme ni que esté dispuesto a practicarlo porque otros lo hagan. Tampoco pretendo generar un debate que solo llevaría a insultos de pros y de antis; porque si algo se ha demostrado en las redes sociales es la proliferación del infantilismo del polemista, la falsedad de que todos sabemos más que los otros y la imposibilidad de dialogar y de discutir sin caer en la falta de respeto y en una intolerancia que desvela el embrutecimiento general del que gozamos y en el que nos retozamos desde ya no recuerdo cuándo, tal vez desde nuestros orígenes. Y aunque la finalidad del engaño está clara, no estoy de acuerdo con tergiversar ni engañar de manera alevosa, pues, en mi caso, el fin no justifica los medios. Es decir, no soy lo que se dice coloquialmente maquiavélico ni considero que el deseo de imponer una idea de nuestro agrado justifique nuestros actos en pro de conseguirla. Si perdemos la poca ética que queda en el mundo, ¿cómo evitar o luchar contra las injusticias generadas por los engaños? ¿O acaso la mentira consciente no resulta injusta y depara injusticias, aunque la mayoría no se percate de que se están cometiendo? Si doy por sentado lo dicho hasta ahora, es decir, si acepto nuestra capacidad de mentir y engañar para conseguir fines que no desvelamos, ¿no hará lo mismo una inteligencia creada por la humana, una que hereda tal capacidad y habilidad?…

Hace un par de días, me “saltó” en el teléfono la publicidad de una inteligencia artificial. Decía, vendía, animaba y ordenaba <<Haz mucho más en mucho menos tiempo>>. Y lo primero que me llegó a la mente fue una certeza que quise poner en duda, para hacer lo propio con la frase artificial. Así que me planteé una serie de preguntas. ¿Y si no quiero hacer mucho más?, me dije, ¿O si lo que quiero es más tiempo para hacerme y no hacer lo que otras inteligencias quieren que haga? ¿A qué se debe tanto “mucho” en “poco”? ¿A santo de qué la prisa, el animar a la acción, el culto al rendimiento y a la producción? ¿A qué obedece que se huya de la quietud, de la contemplación, de la reflexión, del ocio que las permita? ¿A quién beneficia ese “mucho” en ese “poco”? A mí, no, seguro. Entonces ¿por y para qué he de hacer caso a esa inteligencia? ¿Por qué utilizarla o dejarla que guíe la mía? ¿Intenta convencerme o manipularme? ¿Apela al temor de quedarme fuera del mercado laboral y de consumo o a una falsa meta, promesa de más tiempo libre para mí? La verdad, el hacer más en menos me suena a que una vez hecho más continuarás haciendo menos; dicho de otro modo, lo considero la engañosa promesa de libertad para uno, el espejismo de ocio que se desvanecerá con el siguiente “mucho más en menos tiempo”, pues sospecho que este eslogan esconde y pretenden la sucesión sin fin de producir, producir y producir, de su “mucho en poco”, lo cual suma bastante y bastante es mucho más que suficiente. Quizás sean mejor los márgenes, que tener que renegar de sí mismo para habitar y ser aceptado en el centro. Tal vez ahora, con el incremento en la aceleración, haya mayor motivo para detenerse y estancarse por un momento, buscando menos más en mucho tiempo, para conocernos mejor, para saber quiénes y cómo somos, para no hacer lo que las inteligencias artificiales, todavía guiadas por sus creadores, presumen.

Somos miembros de una sociedad en fuga constante, construida para su supervivencia, que es el producir y el consumir sin fin, una que exige el movimiento desenfrenado, el haz, haz y haz, en ocasiones sin más sentido que el no detenerse para no quedarse fuera. Me planto, me digo como si estuviese jugando a las “21”. No quiero más ni menos, ni poco ni mucho, tampoco creo en reinventarme, que me suena a verbo inútil cuando pienso que a algo ya inventado se le añade el prefijo “re”, y sobre todo, si pienso que nunca nos inventamos, sino que nos desarrollamos en diferentes planos, el físico y el psicológico, desde el nacimiento hasta la muerte, periodo en el que nos imaginamos de esta o de aquella manera, según nuestra propia fantasía, ceguera o necesidad y también en el cómo nos ve el resto. A veces, soy amigo de la negación, del decir no por el mero hecho de llevar la contraria y hoy es un día de esos, en los que siento plenitud por negación. Así que caminando en la quietud, me digo que no quiero hacer mucho en poco tiempo, que no necesito sentirme productivo salvo para mi estado emocional e intelectual, para mi humanidad, esa que piensa que lo único que puedo escoger es vivir en constante aprendizaje, pero no porque un sistema u otra inteligencia me lo exija —sospecho que ningún sistema quiere a sus piezas viviendo un aprendizaje real, más allá de la especialización que le sea útil—. Sé que los disconformes no tienen lugar, que quedan fuera, pero eso tampoco preocupa a ningún sistema porque son los menos y siempre hay más, más y más productores que continúan apurando el tiempo para producir mucho en poco, y así hasta caer exhaustos, como el caballo de Rebelión en la granja. Tal vez seamos un poco como el equino inventado por Orwell, y despertemos a la vida cuando ya no quede tiempo para vivir y ahí, como apunto en alguna parte, nos descubramos mendigos de tiempo…

domingo, 13 de julio de 2025

Rafael Dieste e Dos arquivos do trasno


Avanzaba na lectura e non deixaba de repetirme pensamentos de admiración pola desbordante fantasía e sabedouría contista que Rafael Dieste espalla en
Dos arquivos do trasno, cuxa primeira edición aparece en 1926 e conta oito relatos que marcan un paso decisivo no relato en galego: moderniza o xénero. A versión definitiva, a publicada en 1973, suma vinte historias en apariencia sen relación entre elas; mais non é difícil descubrila na presenza da soídade, da fantasía, do misterio e da morte —entre o cotiá e o extraordinario, no monte ou no mar— e na fina ironía do autor, un dos poucos da época Nós que era galego falante. Segundo conta Eduardo Blanco Amor: <<nosotros éramos castellano parlantes. Todos, incluido Otero Pedrayo. No sé si Castelao… Pero no, ni Castelao ni Dieste. Los dos hablaron siempre en gallego porque eran de Rianxo, que es un mundo aparte, y allí el lenguaje universal es el gallego. Y se les nota. Nuestro gallego es más de superestructura>> (1) O de Dieste non parece que obedeza a unha organización lingüística e narrativa tan estudada e traballada como a do autor de A esmorga, título que marca un antes e un despóis na narrativa galega. Pese a só publicar dúas obras de ficción en galego —idioma que empregou en numerosos artigos periodísticos e en ensaios como o seu discurso de ingreso na Real Academia Galega A vontade de estilo na fala popular—, Dos arquivos do trasno e a peza teatral A fiestra valdeira, nótase en Dieste que o idioma xorde natural, como tamén o fai nos seus dous paisanos Castelao e o poeta Manuel Antonio —de quen Dieste, en 1940, traduxo ao castelán o magnífico poemario De catro a catro—, autores que mamarían o idioma dende o berce, non así aconteceu cos ourensáns Blanco Amor, Otero Pedrayo ou Risco, que empregarían o galego xa nunha época de madurez. Mais esa diferenza non afecta a que uns e outros traballen os seus estilos literarios e que sexan referencias imprescindibles na lingua galega; e aquí o adxetivo “imprescindible” non é un adorno, senón unha realidade indiscutible que os distingue.



O escritor rianxeiro apunta na introducción, <<a unidade emotiva consíguese no conto pola obsesión do que ten de sobrevivir>>. (2) Os relatos sitúan aos seus protagonistas fronte a morte, a propia ou a de outros, en todo caso, son careos que teñen perdido, mais o conto é a forma na que actúan, a súa psicoloxía, e a fantasía que os rodea, sexa por medo, por touzudez ou por un desexo imposible que, no caso da señora Resende, é o retorno do fillo… Pero tamén destaca a cercanía acadada por Dieste, que apela ao lector, as veces de xeito directo, ao involucrar aos lectores nos relatos mediante preguntas dos narradores (cando tamén son protagonista). De tal meneira rompe distancias, conscente do xuicio de quen lee as historias, para póñelo na súa situación e invitalo a seres cómplice, máis que á reflexión… No “limiar” da edición definitiva pode lerse que <<o conxunto forma un volume dotado de singular encanto e poesía, dúas virtudes que constitúen o cerne de toda a obra literaria do seu autor, pero dun xeito especial dos relatos breves, xénero no que o escritor de Rianxo foi un verdadeiro mestre.>> Tamén o foi en lingua castelán, a que empregou na meirande parte da súa obra escrita e a que, xa no seú exilio boarense trala guerra civil —seu republicanismo era ben coñecido, ao ser un dos encargados das Misións Padagóxicas levadas a cabo durante a República—, regalou entre outras creacións literarias Historias e invenciones de Félix Muriel, conxunto de contos publicados en Buenos Aires en 1946, e que non terían edición española ata 1974. Con todo, non atopa mellor forma de concluir este breve achegamento a Dieste que deixando que sexa o seu amigo Luis Seoane, que nesta edición ilustra o texto cos seus debuxos, quen poña o peche cunha das súas Figuracións: <<Dieste é unha das máis outas personalidades galegas. A súa influencia intelectual exerceuse en moitas figuras notábeles de Galicia e de fóra dela […] A literatura galega por dous dos seus libros fundamentales, “A fiestra valdeira” e “Arquivos do trasno”, débelle moito, como tamén o periodismo galego de uns anos e algunhas ramas do coñecemento a traveso dos seus ensaios encol de problemas estéticos, filosóficos, matemáticos, de filoloxía, etc.>> (3)


(1) Eduardo Blanco Amor: Entrevistas con E. Blanco Amor. Editorial Nigra, Vigo, 1994.


(2) Rafael Dieste: Dos arquivos do trasno. Editorial Galaxia, Vigo, 1995.


(3) Luis Seoane: Figuracións. Editorial La Voz de Galicia, A Coruña, 1994.



Rafael Dieste e Luis Seoane (Fonte: Wikipedia)

sábado, 12 de julio de 2025

Fronte a Bonaval


Santo Domingo de Bonaval esconde máis do que conta e aparenta a simple vista. Por un lado, hai tras seus muros unha escaleira de caracol que me namora, obra do arquitecto Domingo de Andrade, porque é para subir e baixar, accións que non me entrañan a menor dúbida nin sequera diante desta impresionante triple escaleira helicoidal, e un museo etnográfico adicado a Galicia, a súas xentes do mar e do agro, os seus costumes. Aí, a esquerda, abre as súas portas dende 1976, cando Antón Fraguas era o seu director e a diario acudía a esa <<entidad en cuyas salas se rinde tributo a la identidad gallega. Pero ¿cuál es esa identidad? ¿Se puede atrapar en un espacio físico o proyectar en cada individuo gallego?>>. (1) Por outro, atópase o Panteón dos Galegos Ilustres, claro que hai moitos máis dos que nel están soterrados. Só é un símbolo e, como tal, celébrase a “eterna” presenza de seis imprescindibles para entender a identidade dun pobo que, como o resto, séntese orgulloso das súas raíces e do seu recuncho atlántico. Tal vez non sempre fora así, penso no longo periodo de centralización castelán que provocou os Séculos Escuros, reducida a súa literatura a prácticamente nada e sen aristocracia autóctona que velase polos intereses do Reino de Galicia —que así denominouse oficialmente ata a reforma liberal de 1833—, entre eles o idioma, intereses que pasaron a ser periféricos, cando non directamente ignorados pola Coroa de Castela, como corrobora que nin sequera tivese representación propia nas Cortes. Zamora falaba polos galegos, o que viña a dicir que éramos mudos. Non sería ata o século XVII cando recuperouse o voto que lle negaban desde o XV, coincidindo co posicionamento galego, sempre loitando en guerras perdidas, apoiando o bando perdedor, aínda que no momento de recuperalo, co absolutismo xa gobernando, xa non era máis que papel mollado. A pesar do silencio nas Letras e nos documentos oficiais, no agro e nas aldeas mariñeiras, máis que nas cidades de burguesía castelanizada, continuou a identidade que sería reivindicada no Dezanove, centuria de romanticismos que depararon non poucos rexionalismos, nacionalismos e revolucións, non só de armas, senón tamén científicas e sociais… Nese século nacen Brañas, Cabanillas, Rosalía, Asorey e Castelao; o xeógrafo Domingo Fontán naceu no XVIII. Pero ese edificio que prácticamente vexo a diario, ten un significado personal, sobre todo o que se atopa á dereita da imaxe, a parte que ten a parede pintada de branco, pois lémbrame unha época xa remota da miña vida, unha que abarca dos catro aos case seis anos de idade, cando alí as portas e as fiestras abríanse a un colexio que só era mixto nos anos de preescolar, anos nos que nada sabía dos nosos ilustrísimos veciños e veciña Rosalía, que foi a primerira en chegar. Catro anos despóis de salir do colexio de Santo Domingo, esas escaleiras que vense na fotografía estaban cheas de xente que agardaba a chegada do último ilustre. Homes e mulleres agardaban para dar a benvida ao exiliado Alfonso Daniel Manuel Rodriguez Castelao, o derradeiro en sumarse á espectral e simbólica festa galega do Panteón. Os seus restos chegaron entre gritos de xúbilo de uns e quizais de protestas doutros. En todo caso, fíxose do momento un acto político, pero na miña memoria só quedan instantáneas da multitude congregada de camiño a casa…

(1) extraído do meu libro Rincones sin esquinas, publicado en Amazon, en febreiro de 2025.

viernes, 11 de julio de 2025

Javier Marías y su Travesía del horizonte


Como tantas obras tempranas, Travesía del horizonte, escrita entre julio de 1971 y septiembre de 1972, cuando Javier Marías vivía sus primeros veinte años, es al tiempo ambiciosa y superficial, ya que no voy a decir que fallida, puesto que no descartó que el fallo que encuentro en ella y el desinterés que me genera lo sea de mi lectura y de mi interpretación, que la encuentra aburrida y llena de estereotipos. Aunque ni la ambición (necesaria para un creador) ni la superficialidad del relato y de sus pobladores  —de la que ya no quedaría rastro en Corazón tan blanco, publicada dos décadas después— restan al espacio creativo y narrativo del escritor, que reúne influencias juveniles, tal vez para imitarlas, superarlas o madurarlas, en busca de su propia voz. El resultado se ofrece al lector en forma de novela dentro de una novela, la cual, a su vez, contiene otros relatos, como sería la carta en la que Esmond Handl le cuenta a su amigo Víctor Arledge lo que Bayham dijo sobre su secuestro. Esta concentración de historias, que a nosotros los lectores nos relata un hombre que acude a la lectura del manuscrito, permite a Marias introducir, parodiar y homenajear estilos tan reconocibles en la literatura de aventuras como puedan serlo el de Joseph Conrad, cuyos personajes parecían estar más vivos y en posesión de una vida interior de la que carecen los de Marias en esta novela, o el detectivesco de Arthur Conan Doyle, que asoman prácticamente desde el inicio; e incluso el de Robert Louis Stevenson sobrevuela ese horizonte que complementa la travesía para hacerla inalcanzable. La influencia de Conrad cobra mayor presencia cuando la lectura del manuscrito describa el viaje marítimo, la expedición del Tallahasse a la Antártida que sirve de excusa para poner en marcha el juego propuesto por el escritor, aunque no se detenga en la vida marinera, tan del interés del autor británico-polaco. Del creador de Sherlock Holmes asume la superficialidad psicológica de los personajes, aparte del recurso de introducir historias dentro de la historia del narrador, a quien inicialmente no le interesa ni la lectura del manuscrito ni el misterio que parece encerrar; lo cual puedo entender perfectamente…

jueves, 10 de julio de 2025

Azaña y El jardín de los frailes



 El devenir histórico lo aupó a lo más alto de la historia de España, no por su vocación literaria ni siquiera por la política, ni por su sobrada y reconocida oratoria. Fueron los hechos que se sucedieron contra su voluntad los que situaron a Manuel Azaña en el centro de la historia española y de la tormenta que iba a sacudirla durante los años en los que fue hombre público y máxima figura del republicanismo hispano. Político, burgués, ateneista, escritor, Azaña, como apuntan sus Diarios, El jardín de los frailes o La velada de Benicarló, era un tipo reflexivo, inteligente, culto, de aspiraciones literarias, también políticas, claro, que habría sido un excelente presidente para una república burguesa —como dijo de él Claudio Sánchez Albornoz—, una como la francesa. Pero España no era ni es Francia, ni esta aquella, ni la Segunda República (1931-1939) era la Tercera francesa (1870-1940), a pesar de que guardasen ciertas similitudes, aunque ya solo fuese la de compartir y sufrir el auge de los totalitarismos que pondrían fin a ambas; sin olvidar las responsabilidades propias de ambos sistemas, porque conviene recordar y reflexionar los errores propios, acostumbrados como estamos a solo señalar y criticar los ajenos. Así, olvidando lo nuestro y criticando lo del resto, solo mal hacemos medio trabajo, y la posibilidad de mejora se reduce a la mitad, cuando no a cero. La diferencia, una entre tantas, pero fundamental, se percibía en que la francesa se había consolidado mientras que la española todavía era inmadura y se encontraba amenazada desde su nacimiento aquel 14 de abril de 1931. Cuando Azaña escribe El jardín de los frailes nada sabe de esto. Todavía es tiempo de Alfonso XIII y de Miguel Primo de Rivera. El país vive en la dictadura, que muchos comprenderán blanda cuando llegue la franquista, la que puso fin a la República de la que el escritor llegó a ser presidente en 1936. Con anterioridad, durante el primer tramo republicano, había presidido el Consejo de Ministros del Gobierno; era la esperanza reformista, la que traería consigo soluciones para el apremiante problema agrario y cambios en la educación, que la Constitución de 1931 había hecho laica, y en el Ministerio de Guerra, cambios que no hicieron más que cabrear a quienes ya estaban molestos, que serían aquellos grupos que, anarquistas aparte, a pesar de sus diferencias se unieron en la reacción que depararía un enemigo mortal para la República.


Hombre de palabra y reflexión, más que de acción, mejor ensayista que novelista y que narrador, de lenguaje y estilo muy rebuscados y trabajados para que ambos suenen cultos, Azaña habla en esta obra autobiográfica e intimista, escrita en 1926, de su etapa de estudiante, interno, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Fue un periodo que mira con ojo crítico, no hay nostalgia ni idealización. Se aleja de cualquier sentimentalismo y abraza o cae en una narrativa cerebral no exenta de cierta pedantería literaria. <<No tengo por qué alabar la sociedad del colegio. El fastidio de tantas horas vacías devorado en común…>>, dice en el párrafo que sigue al que inicia con <<Hay que ser bárbaro para complacerse en la camaradería estudiantil>>. Lo que expone en estos y tantos otros párrafos son pensamientos, reflexiones, opiniones, sentimientos y experiencias que delatan su rechazo a ese sistema educativo en manos religiosas que no cuenta con el alumno, salvo como mente que uniformar y donde meter conocimientos, pero, como apunto en un capítulo de Rincones sin esquinas, sin mejora, din capacidad de asimilar y de rechazar, sin evolución, sin abrir las mentes al caminar el aprendizaje propio, ese conocimiento no implica avance. Azaña era diferente a la mayoría de sus compañeros. Resalta más allá de que yo lo diga en estas líneas; cualquiera que lo lea llegará a la misma conclusión. Y esa diferencia que ya se marca en ese periodo juvenil, también se observará más adelante. Para él, ni su niñez ni su pasado adolescente son paraísos perdidos, tan solo pasos obligados hacia la liberación que será el ser adulto e iniciar una educación que libere, no que atrape y reduzca las mentes. Pensando en algunas partes de su libro, me digo que puede que Azaña hubiese preferido nacer adulto, pero reflexionando sobre ello concluyó con un “lo dudo”, puesto que su meta era madurar y construir. Solo que, como intelectual y político, no pudo ni supo llevar sus ideas a la práctica, no tuvo tiempo, ni había contado con los numerosos obstáculos de una realidad entre “dos fuegos”…




martes, 8 de julio de 2025

Josefina Aldecoa e Historia de una maestra


Tras la riqueza literaria de la que España disfrutó durante el reinado de Alfonso XIII, incluida la dictadura de Primo de Rivera, y la Segunda República, llegó un periodo de silencio, de exilio exterior e interior, que también se asentó en las Letras. Fueron años de penumbra, de represión y de represalias, de autarquía, de temor, de bocas cerradas, de cerebros sin cultivar y de estómagos más hambrientos que en las etapas anteriores. Fue una posguerra dura y larga, de hambruna, de tiempos enlutados y oscuros, de mutismo que afectaba a la literatura, pues, con miedo y sin libertad expresiva, las mentes creativas y críticas poco podían hacer al enfrentarse a un folio en blanco. ¿De qué escribir? ¿Sobre qué, si la censura vigilaba y amenazaba, para velar por los intereses del régimen que se impuso tras la guerra civil? De los veteranos que permanecieron en España no se podía esperar una renovación grupal o un cara a cara con la realidad del país, solo veteranas islas literarias o adeptos al régimen. Incluso entre los jóvenes que se lanzaron a la aventura de escribir no había una intención de mirar la realidad, salvo desde la excepción y la mirada introspectiva. Alguien como Carmen Laforet vio claro sobre qué en su intimista Nada (1944), Miguel Delibes transitó su propio camino en La sombra del ciprés es alargada (1947) o Ana María Matute hizo lo propio en Los Abel (1948), autoras y obras clave en el resurgir literario que se confirmaría en la segunda mitad de la década de 1950, cuando, en 1955, España es aceptada en la ONU, gracias al apoyo interesado estadounidense. A partir de ese momento, que explica en parte la “relajación” de la dictadura, se observa la mejora en la narrativa que tiene como protagonistas a varios autores cuyas novelas, muchas de las cuales asumían un realismo hasta entonces ausente en la literatura producida en los años de dictadura, cambiaron el panorama narrativo español. Fue el momento de Jesús Fernández Santos y Los bravos (1954), de Rafael Sánchez Ferlosio y El Jarama (1955), de Carmen Martín Gaite y Entre visillos (1957) o de Ignacio Aldecoa y El fulgor y la sangre (1954)… La realidad literaria apuntaba un despertar del letargo en el que habían caído las letras durante el primer periodo franquista. Entre aquellos nuevos valores literarios se encontraba Josefina Rodríguez Álvarez, conocida como Josefina Aldecoa, apellido de su marido Ignacio, fallecido en 1969, autor de las notables Gran Sol (1958) y Con el viento solano (1961). Por su parte, Josefina no publicó de manera continuada hasta la década de 1980, aunque, con anterioridad, ya había escrito El arte del niño (1960) y A ninguna parte (1961).


<<La historia es ficticia pero todo lo que sucede en ella es real>>, dice la autora, <<es testimonio histórico que sirve además para conocer las durísimas condiciones de trabajo de los maestros rurales y el papel tan importante que desempeñaron haciendo gala de una constante muestra de vocación.>>, escribe en 2005, quince años después de la primera edición de Historia de una maestra. En 1990, Josefina Aldecoa publicaba esta novela que rendía homenaje a su madre y a los maestros de la República, <<a su esfuerzo y dedicación en unos momentos de nuestra historia en los que su sacrificio estaba justificado por la necesidad que recibieron>>, e impulsados por la ilusión y la esperanza de alcanzar una mejora social a partir de la educación y el aprendizaje. La autora habla de vocación, de una lucha heroica de la que Gabriela, Ezequiel y tantos docentes en la realidad no esperaban sacar nada para sí, salvo la satisfacción de cumplir su cometido, para la protagonista su sueño de <<educarlos para que sean libres, para que sepan elegir por sí mismos cuando sean adultos.>> Heroica porque su día a día consistía en superar obstáculos físicos, el espacio escolar, personales, sus dudas, sus temores, su propia carestía, pues el sueldo era irrisorio, morales y sociales: el desprestigio de su oficio y la oposición nacida de la ignorancia o de los intereses contrarios… El dicho “pasas más hambre que un maestro” recorre las páginas de Historia de una maestra, aunque más el hambre de las gentes de los pueblos donde Gabriela y Ezequiel ejercen su magisterio. Hambre de alimentos, hambre de mejora. Como ella misma apunta, fue la primera novela de una trilogía no premeditada: <<Después vivieron Mujeres de Negro y La fuerza del destino, las otras novelas que completan la trilogía y que, lejos de formar parte de un plan preestablecido, fueron surgiendo poco a poco, gracias al aliento de la gente que me animaba a seguro con esa historia.>> Pero más que de ese ánimo, se trataba de que todavía tenía que contar sobre Gabriela, su hija Juana y el devenir histórico que, indudablemente, les afecta: <<Y también porque me pareció justo permitir a la madre e hija que protagonizan la novela seguir con sus vidas sobre el telón de fondo de los cambios que fue experimentando España a lo largo del siglo XX.>>


Narrada en primera persona, en tiempo pasado, como unas memorias, la narradora de Historia de una maestra recuerda su sueño, su comienzo y su conclusión. El resultado depara una lectura cómoda, no por su narración lineal y previsible, sino por el uso del párrafo corto y de una escritura sencilla y cuidada que divide en las tres partes arriba aludidas. Son la suma de sus pasos por el precario sistema educativo, también sus experiencias vitales, aquellas que vive en una aldea de montaña, en la isla Fernando Poo (Guinea Ecuatorial) o en el pueblo donde vive sus matrimonio y el nacimiento de su hija, el 14 de abril de 1931, el mismo día del advenimiento de la Segunda República, a la que ella y su marido Ezequiel se adhieren de inmediato porque aviva la esperanza, para ellos la posibilidad por la que luchan a diario: la mejora educativa que libere las mentes del miedo y de la ignorancia, que posibilite las mejoras sociales que tanto precisa un país anclado en la miseria y con una tasa de analfabetismo que supera el treinta por ciento. Era el tiempo de las Misiones Pedagógicas puestas en marcha por Manuel B. Cossio, uno de los discípulos aventajados de Francisco Giner de los Ríos, el célebre impulsor de la Institución Libre de Enseñanza… Mas esas Misiones no eran la cotidianidad, sino la excepción y, por tanto, más allá del gesto, tan efímero como extraordinario —llegaban a los pueblos en sus medios de transportes, con sus bártulos y su afán de regalar cultura, y rompían la monotonía local durante un par de días—, se necesitaba establecer mejoras educativas, sin embargo, en el rural la reforma era más compleja y difícil de llevar a cabo.



(1) Entrecomillado de Josefina Aldecoa: Prólogo de Historia de una maestra. DeBolsillo, Barcelona, 2015.