martes, 1 de julio de 2025

Mussolini habla (1933)


Antes de que Leni Riefenstahl realizase su documental El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1934), título que toma los sustantivos “triunfo” (triumph) y “voluntad” (willens) para darles un carácter plenamente nazi, de marcialidad, uniformidad y fanatismo —en sus imágenes se celebra y vitorea el “triunfo” de la irracionalidad y la “voluntad” del megalómano idolatrado por los miles de uniformados que llenan el recinto de Núremberg—, otro film sonoro, producido por la Columbia Pictures de Harry Cohn, montado por su hermano Jack, narrado por el periodista Lowell Thomas, quien había hecho famoso a T. E. Lawrence durante la Primera Guerra Mundial, y dirigido por el austrohúngaro Edgar G. Ulmer, cuyo nombre no asoma en los créditos, alardeaba, homenajeaba y daba voz cinematográfica a la figura de otro dictador: el fascista Benito Mussolini. Este documental, que contó con el beneplácito del líder italiano, venía a conmemorar el décimo aniversario de la “Marcha sobre Roma” de 1922 y se estrenó en Italia, y he de suponer que en Alemania, por la época en la que se producía el auge del partido nazi, que alcanzaría el poder en 1933. Me tienta el decir que la gestualidad del dictador italiano y las imágenes de Mussolini habla (Mussolini Speaks!, 1933) influirían en la realización de la directora alemana cuando, junto al arquitecto y ministro nazi Albert Speer, inició el megalómano proyecto sobre Hitler, autócrata de compostura y retórica más febriles que las de Mussolini, y el congreso nacionalsocialista celebrado en Núremberg en 1934, cuyo acabado daría la vuelta al mundo y sería aplaudido por su aspecto formal; y tanto en la Alemania nacionalsocialista como en otros lares, también por el ideológico… Así andaban las cosas en 1933 y 1934, con el auge fascista en distintos puntos del planeta y el miedo al comunismo soviético (otro totalitarismo de mucho cuidado) por parte de las potencias democráticas y capitalistas, sobre todo Reino Unido, Francia y Estados Unidos, e irían de mal en peor, elevando y dando rienda suelta a ídolos peligrosos, en un mundo idiotizado, entre el fanatismo y la estupidez que caracteriza a la especie, aunque, en nuestro narcisismo, presumamos inteligencia.


Esta película documental y propagandística puede ser la aludida por Victor Klemplerer en su ensayo LTI, sobre el lenguaje del Tercer Reich, al que por fortuna pudo sobrevivir, cuando cuenta que en octubre de 1932 vio la película “Diez años de fascismo” —que supongo la de Ulmer, porque, a pesar de haber buscado, no localizo otra que responda a la descripción que sigue— y comenta que <<por primera vez veo y oigo hablar al Duce. La película es un logro artístico. Mussolini habla desde el balcón del palacio de Nápoles a la multitud; tomas de masa y primeros planos del orador, las palabras de Mussolini y los sonidos de respuesta de los interpelados. Se ve como el Duce se infla literalmente para pronunciar cada frase, como frena el impulso un momento para crear luego una expresión facial y corporal de suma energía y tensión, se oye la entonación ritual, eclesiástica de sermón apasionado, donde siempre suelta solo frases breves a las que todos reaccionan afectivamente, sin realizar ningún esfuerzo intelectual, aunque no entiendan el sentido o, mejor dicho, precisamente cuando no lo entienden.>> Esa teatralidad y gestualidad de Mussolini, ambas preparadas y ensayadas, así como los saludos y la ausencia de esfuerzo intelectual por parte de la masa, han sido emuladas hasta la saciedad y hasta la actualidad, lo que viene a corroborar lo poco que hemos pensado en ello y, por tanto, en su significado, en cómo nos afecta y nos manipulan como individuos y como sociedad…