jueves, 24 de julio de 2025

Positivismo a tope (un cuento de propaganda y de terror infantil)

Caminaba sobre el adoquinado, cuando aquel ventanal llamó mi atención. No fue su impersonalidad ni las ganas de exhibir a los transeúntes su interioridad. Pero había algo allí que me llamaba, más bien, que me hipnotizaba. ¡Cuánta felicidad sentí al leer aquel buenrollismo! ¡Qué ganas de entrar y pedir ser uno del equipo! Tal como os lo cuento, en aquel instante sentí desaparecer de mi mente cualquier negación y negatividad. ¿Estaría soñando? Tal vez, mas lo dudo, porque el letrero continuaba allí mismo, después de pellizcarme, al otro lado de la pared de cristal, luciendo dentro para tentar a los de fuera, pues supuse que los de allí ya gozarían de las maravillas que presumía. Pero antes quería opiniones, me interesaba saber qué pensaban otros acerca del cartel mágico que me llamaba, y lo precisaba antes de acudir y solicitar una entrevista. No quería equivocarme otra vez. Otra, no, ya sería demasiado para mi maltrecha confianza. Buscaba una opinión inocente y espontánea sobre qué le parecían las palabras que lucían en aquella pared de oficina. Lo buscaba porque, tras los últimos errores, empezaba a recelar de la validez de mis decisiones y opiniones. Necesitaba, pues, una pequeña ayuda y vi en aquella niña y en aquel niño, de unos doce o trece años, que estaban jugando a lanzarse el teléfono móvil, la oportunidad de obtenerla.

—¡Tuyo!

—¡No! ¡Tuyo!

—¡Mío! Ja, ja, ja ja,… —rió el crío— Ahí te va... Ja, ja, ja,…

No paraban de reír y nada parecía indicar que aquella máquina de última generación fuese a correr la mejor de las suertes, que supuse sería caer y romperse en mil pedazos. Pero no, la maquina rebotó como una pelota, y así demostró que era irrompible y el porqué de ser el sustituto del balón y de la goma de saltar. Con el tiempo, tal vez también lo sería de la de mascar y de otras muchas cosas. Dudaba si interrumpirles, pero temía que se acabara la dosis de buenrollismo que me había suministrado aquel letrero; y, como soy villano de cuna, no me detuve en miramientos y les dije ¡Eh! Y les indiqué que se acercasen al ventanal donde me había detenido siete u ocho segundos antes; el tiempo justo para leer aquellas palabras en mayúsculas que tanto me impactaron y las dos minúsculas que me costó más leer.

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...Somos un EQUIPO>>


—¿Podéis ayud…

—Vete a tomar por culo, viejo de mierda —me interrumpió la niña.

—Ja, ja, ja, ja… —río su amigo—, ¡qué bien te expresas, Maripili! Ja, ja, ja…

—Y si os doy dos euros a cada uno…

Se miraron, y supe que los había tentado. Ahora solo era cuestión de segundos el conocer la respuesta.

—Vale, pero antes, la pasta.

—Os daré la mitad. Aquí tenéis una moneda de dos euros. Después os entregaré la otra —les dije, consciente de que al entregar una sola moneda les sería más difícil llegar a un acuerdo de partición y darse a la fuga.

—Está bien —aceptó la niña, que parecía llevar la voz cantante—, trae. ¿Qué quieres?

—¿Veis aquel letrero de allí? —señalé donde colgaba.

—Claro, pringao, ¿por quién nos tomas? —dijeron al unísono.

—O nos dices ya qué quieres, o te subimos el precio, que tenemos prisa, que los cuatro euros queman y las chuches no esperan.

—Ja, ja, ja, ja… —Definitivamente, aquel niño era de risa fácil.

—Solo que me digáis que os hace pensar lo que pone.

—Pensar, pensar, ¿quién quiere pensar? —dijo él.

—Psss. No digas eso. ¿No ves que aún hay idiotas que se empeñan en perder el tiempo?

—Ja, ja, ja, ja… —ahora fueron los dos quienes estallaron en una carcajada compartida.

—Vale, vale, como queráis, pero entonces devolvedme los dos euros.

—Alto ahí, tontolculo, que un trato es un trato. Venga, tú —le indico a su amigo—, lee lo que pone.

Durante tres o cuatro minutos, el niño leyó silabeando las palabras, y tomándose varios respiros, mientras ella sonreía con algo de malicia; o eso intuí.

—¡Los venden en internet! ¡Mami, compró un montón! ¡Están de moda! —exclamó él, a la conclusión de su no sé como llamarlo.

—Vale, pero ¿puedes decirme qué te transmite?

—¿Qué te transmite? ¡Transmite! ¡Mite! ¡Te! ¡Qué tonto suena! ¡Ena! !Na! Ja, ja, ja, ja,…—rio de nuevo aquel bendito.

—¡Está clarísimo! —Apuró Maripili— ¡Qué están en un polo, que van puestísimos, que colaboran antes del puntazo y después copulan, gozan y juegan en el trabajo!

—Ja, ja, ja, ja,… ¡Casi cómo nosotros, Maripili! Ja, ja, ja, ja… ¡Qué lista eres, Maripili! ¡Y qué guapa! ¡Plas, plas, plas! —aplaudió el niño antes de que su amiga estrellase la palma de su mano contra la mejilla del crío.

No voy a negar que me habría gustado ser yo quien le diera el guantazo; solo para ayudarle a volver en sí, por supuesto. Era por su bien, aunque sabía que yo solo podía llegar a eso: a imaginar lo que Maripili había hecho realidad. Entonces, me detuve a pensar y me dije que quizá no por demasiado tiempo pudiese seguir pensando sin que se escuchasen mis pensamientos. Y el temor que ya regresaba, trajo consigo la idea de que, tal vez, llegase el día en que incluso prohibiesen los pensamientos o que hubiese una censura visible encargada del control de ideas, una que enviase un equipo de limpieza, provisto de guantes y de un jabón especial para eliminar lo que considerasen a bien borrar, y un equipo de jardinería que plantase las imágenes que quisieran aflorar para homogeneizar las mentes y que todas ellas sintiesen el positivismo a tope que les haría ser un equipo feliz, unido, colaborador y respetuoso con sus dueños…

—Eh, tú, viejuno —su vocecita aguda y chillona me sacó de mis pensamientos— No te escaquees y venga esos dos euros que nos debes. Y deja de mirar el letrero de la sala de reuniones de nuestros papis…

—Ja, ja, ja, ja… Ay, Maripili, es que contigo me parto —reía el niño, todavía con el rojo del manoplazo en su mejilla.

Y ya recargada mi negatividad, me puse en marcha, sin mirar atrás, advertido por mi polo negativo de que no me fiase de lo aparente, y que la próxima vez dudase del positivismo a tope, el que por un instante me había extasiado hasta hacerme perder la razón. No he vuelto a ver aquella extraña pareja infantil. Me fui de su lado antes de saber si a Maripili le daba por colorear la mejilla sana de su amigo y fiel admirador…

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