Subía la cuesta de la rúa de Vite de Arriba, leyendo La (des)educación, de Noam Chomsky. Caminaba entretenido, pensando en la de veces que había reflexionado muchas de las cuestiones que asomaban en las páginas del libro. Me eran familiares, de otras lecturas y de otros pensamientos anteriores, porque la educación es un tema que me queda cerca, que me interesa desde ya no recuerdo si antes o después de la carrera que estiré a más no poder, de tanto que me llamaba la cuestión educativa. En realidad, fue hacia el final de mi etapa universitaria y después de esta que me interesé en plantearme el a quién obedece y sirve, si libera o encadena, si perpetúa o... Pero al llegar al mirador del Monte de Deus, a bastantes metros de distancia de la cima y más del cielo inalcanzable, dejé de leer y contemplé la vista de Santiago de Compostela que se abría ante mi miopía, la cual no me impidió dibujar en la imaginación las formas nítidas y subjetivas que no se ven en la fotografía. Apenas pude disfrutar la panorámica ideada, pues, justo entonces, un automóvil aparcó al lado de donde me encontraba. Silenciado el ruido del motor, los ocupantes abrieron las puertas. Y un chico y una chica de apenas unos veinte años, todavía sin bajar del auto, expresaron su vitalidad y sus ganas rompiendo el silencio que tan bien sentaba a aquella estampa idealizada de la ciudad que se extendía más allá de la vista alcanzada. En fin, me dije, es su momento de expresar su ardor juvenil en lo que creían iba a ser un lugar apartado de terceros. Pues, no. Falsa creencia, como tantas. Pero el encanto se había roto, al menos para mí, que me alejé dejándoles a solas en tan romántico lugar…
Algún día, quizás no demasiado lejano, se suavicen sus exclamaciones y sus juegos, tal vez entonces comprendan la quietud ajena y las posibilidades de la propia, la que puede que les permita saborear los espacios que se abren ante ellos, más allá de ellos y de la realidad física, y alcancen quién sabe qué distancias. O tal vez, me digo mientras subo hacia la cima del monte, sea yo quien deba retomar los gritos, la fogosidad y la costumbre de la adolescencia, de los veinte años… de ese creer que el mundo le pertenece a uno, porque entonces la miopía es de otro estilo, tal vez inconsciente, no tanto como egoísta, aunque ni la inconsciencia ni el egoísmo saben de edad, o, acaso, ¿no me acompañan mediado mi otoño, mientras continúo dando pasos? No, la mía juvenil era una vida demasiado fogosa, de iluso revolucionado y engreído que creía poder alcanzar el firmamento inalcanzable que se insinúa encima del horizonte, y… ¡Y leches! —exclamo ahora—, lidiar con todo eso ya no es para mí, te encadena a la idea de vivir sin aliento, a las carreras, al ya mismo, al tiene que ser ya, al ya, que después es tarde y ya no me interesa. Eso da mucho trabajo y lo mío es caminar desahogado, a mi ritmo, del que ha desaparecido el ya mismo…
Imagen tomada desde el mirador del Monte de Deus, Santiago de Compostela
No hay comentarios:
Publicar un comentario