sábado, 5 de julio de 2025

Rincones sin esquinas: 50 y 1

Camino a Fisterra

Superados en uno los cincuenta años, viviéndolos entre dos centurias, celebro la idea de que solo puedo hacer lo que está en mi mano, lo demás puedo pensarlo, fantasearlo, pedirlo, esperarlo, desesperarlo,… e incluso obsesionarme con ello. Pero no sería mi estilo, así que me limito a dejar que el resto haga lo suyo y a hacer lo que quiero, que es menos frustrante que lo contrario, aunque más exigente que no hacer nada y más inteligente que creer que se puede hacer todo. Me ha costado lo suyo, no lo niego, pues la consecución de parte de mis querencias han deparado perspectivas marginales e inestabilidad (económica) que, supongo, la mayoría no querría para su cotidianidad. Así, durante esos años, primero caminé inconsciente, despreocupado, festivo…, para dejar paso a un caminar distinto en el que la vertiginosa quietud del pensamiento sustituyó al ardiente capricho juvenil. Más sin esa juventud protegida, privilegiada y consentida en la que me soñé, no habría llegado a la sospechosa madurez en la que soy al tiempo inconsciente y consciente de mí mismo y del entorno que, prácticamente a diario, me hace pensar que existo en mi limitada capacidad de comprensión del nosotros y del yo, que me son inabarcables y por eso mismo pueden pasar desapercibidos o sorprenderme, sea para bien o para mal.


Durante ese medio siglo, me busqué, me encontré, me perdí y me reencontré para seguir buscándome y perdiéndome. En los dos momentos (y en las diferentes etapas que los compusieron) hice más lo que quise que lo que pude porque ese querer obedecía a mi intención de ser de mi pertenencia, aunque esta me alejase de cualquier grupo, organización o sistema que restringiese el ser o lo negase. Me importaba y me importa bien poco la aceptación grupal, más si cabe cuando se exige sumisión a la apariencia, a la moda y a sus normas impuestas, de las que nadie te explica (sin pensar que seas idiota y que tragarás lo que te cuenten) su porqué y su para qué. Me importaba e importa mi propia aceptación, que para algo soy quien más tiempo me aguanta, convencido de que cualquier grupo funciona saludable cuando cada miembro que lo compone es y permite a los restantes ser, estableciendo colaboración y tolerancia mutuas, fruto del respeto y de la generosidad —la que no se pregona ni de la que se presume, la que suele pasar desapercibida porque resulta natural a algunas personas, a quienes otras toman por tontas porque la practican sin esperar un aplauso o un monumento—, lo cual, vista la historia de la humanidad, no deja de ser una utopía o, dependiendo de quién, el humo que se intenta vender para obtener fines que no se corresponden con la supuesta meta. Aunque no por utópica, habría que dejar de caminar hacia ella, puesto que su imposibilidad —al igual que un sueño, una utopía es un ideal sin posibilidad de materializarse, salvo en esbozo irreconocible— no impide que pueda darse una mejora constante.


Soy consciente de haber podido hacer mucho más, dentro de lo poco que se nos permite hacer, pero queda claro que ese más no era lo que mi mente me pedía, consciente de que si no pensaba y elegía, me restaría ya no libertad, en la que no creo como la definen los libros de leyes y de texto, sino el ser entre esos dos extremos vitales a los que nadie escapa. Fueron cincuenta años en los que mi pensamiento evolucionaba y su desarrollo me ha conducido al punto donde ahora me encuentro, pero en el que ya no estaré mañana, o eso espero, porque la inquietud y la curiosidad me obligan a estar en continuo movimiento, aun con mi cuerpo en reposo… Dicho esto, aquí dejo el enlace de Rincones sin esquinas, mi antepenúltima querencia literaria y mi último libro publicado hasta la fecha, en el que evoco, transito ajeno a la linealidad temporal y fantaseo memoria urbana, personal y cultural, por si alguien quiere disfrutar este verano de una lectura que seguro encontrará diferente...



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