Uno de los temores de Thomas Jefferson fue que su país cayese en manos de una elite que lo controlase todo. Tal vez no se dio cuenta de que ya lo estaba y que él pertenecía a ella, pero el caso es que temía eso porque, de suceder, la democracia en la que creía y que defendía correría el riesgo de ser una oligarquía en cubierta, en la que unos pocos controlarían al resto. Para evitarlo estaban la Constitución y las leyes, que funcionan en teoría y según la interpretación —solo cabe pensar en el principio de igualdad, incumplido porque el dinero y el poder desigualan en cualquier rincón del mundo, diga lo que diga un papel, incluso la pertenencia a un grupo étnico y el sexo desigualan o lo hicieron en un pasado no muy lejano—, puesto que la práctica se distancia de para ser espejismo del ideal inexistente en la realidad de las calles, de los guetos, de las casas, de las familias, de las fábricas, de los juzgados, de las carreteras, de los trabajadores, de la marginalidad… e incluso de la criminalidad. Jules Dassin ya expuso la precaria situación de los camioneros en Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949), en la que los transportistas, por tener, no tenían ni un seguro que les cubriese los accidentes. Vivían al límite, aceptando encargos mal pagados y asumiendo riesgos que podrían costarles la vida y dejar a sus familias desamparadas. Ese sector tan importante en la buena marcha de cualquier nación, pues se encarga de llevar los productos y las materias primas de un lugar a otro del país, cobra importancia protagónica en Hoffa (1992), una película en la que Danny DeVito, si bien exalta a su héroe, también intentar recrear la situación que le lleva a la lucha sindical, a asociarse con el hampa y a enfrentarse con el sistema para lograr su victoria o su derrota…
Escrita por David Mamet, dirigida y también producida por DeVito, quien se reserva uno de los dos papeles principales, el de Bobby Ciaro, el fiel amigo de James R. Hoffa (Jack Nicholson), Hoffa, mezcla de biopic y de revisión histórica, se inicia en el presente en el que Hoffa y su amigo Bobby aguardan sin saber que es la muerte la que les saldrá al encuentro. Mientras aguardan, ese tiempo de espera permite a DeVito introducir los retrocesos temporales en los que expone la historia de Hoffa, la cual forma parte de la historia de los Estados Unidos y de sus contradicciones. Al contrario que en los países europeos, donde el sindicalismo se convirtió en parte de la realidad social y laboral, en Estados Unidos nunca hubo un sindicalismo fuerte —en Europa, en países como España o Alemania, en sindicalismo horizontal sería borrado durante sus totalitarismos—. No podía haberlo si las grandes fortunas pretendían controlar el trabajo y a los trabajadores.
La vida de Jimmy Hoffa, en relación a la hermandad de camioneros asoma en la pantalla para desvelar los entresijos en la sombra y la lucha sindical, que vendría a ser la lucha contra el poder establecido, una lucha que exige una mejora en las condiciones laborales, objetivo que, de primeras, la patronal no está dispuesta a aceptar. Pero Hoffa comprende la fuerza que podrían tener los transportistas en un país como el suyo, tan extenso y que basa su economía y su modo de vida en el mercado, el consumo y el comercio… y así, el sindicalista protagonista pasa de la nada a controlar el país, lo cual no gusta a quienes lo habían controlado hasta entonces: la administración y las grandes empresas. Los primeros comprases del film, en su primera analepsis, dejan claro que Jimmy no es un comunista, ni un socialista. Es un sindicalista estadounidense que sabe jugar duro, también sabe jugar sucio y al margen de la ley, que aboga por la unión de los trabajadores para lograr las condiciones dignas que mejoren la realidad de los casi dos millones de sindicados: mejora horarios, aumento de sueldos, bajas laborales retribuidas, plan de pensiones para una jubilación digna, etc, pero ¿cuál es el precio a pagar?
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