Don Ameche vivió en la década de los ochenta lo que se puede considerar como su segunda época dorada; la primera la tuvo en los años treinta y cuarenta, con títulos tan destacados como Chicago (In Old Chicago, Henry King, 1938), Medianoche (Midnight, Mitchell Leisen, 1939) y El diablo dijo no (Heaven Can Wait, Ernst Lubitsch, 1944). En los ochenta se dejó ver en Entre pillos anda el juego (Trading Places, John Landis, 1984) y cobró protagonismo en la exitosa Cocoon (Ron Howard, 1985) y en su menos interesante secuela, pero su mejor aportación durante aquellos años le llegaría de la mano de David Mamet, en un film en el que compartió protagonismo con Joe Mantegna, me refiero a Las cosas cambian (Things Change, 1988), la segunda película dirigida por el prestigioso dramaturgo, que había debutado tras las cámaras en La casa del juego (House of Games, 1987).
En Las cosas cambian, Ameche exhibe un saber estar encomiable como actor, el que transmite a su personaje: un don nadie lacónico, de origen siciliano, que se gana la vida limpiando zapatos, cuyo sueño es tener una barca de pesca en su Sicilia natal. Gino, que a tal nombre responde, recibe una visita inesperada del abogado del señor Green, un hampón de Chicago, que le propone que asuma la autoría de un homicidio, a cambio de una cantidad de dinero que no se desvela porque tampoco importa para lo que Mamet quiere contar. La reacción inicial de Gino es la de negarse, pero cambia de parecer y firma su falsa culpabilidad. Y ahí aparece Jackie (Joe Mantegna), un díscolo “soldado” de la banda, con ganas de vivir y de pasarlo bien, que se convertirá en la fuerza motora que empuja al falso culpable a dar el paso, puesto que Gino, de actitud pasiva, por sí mismo nunca se le habría ocurrido abandonar la habitación donde debe pasar el fin de semana, a la espera de presentarse en la comisaría y declararse culpable del crimen. Su superior le encarga que cuide del falso culpable durante esos tres días de espera, una tarea aparentemente fácil, pero a Jerry no se le ocurre mejor idea que hacerle pasar sus últimas tres jornadas de libertad en el Lago Tahoe, en un hotel-casino de lujo propiedad de la mafia.
Cierto, las cosas cambian, al menos para esta pareja, que disfruta de horas de lujo y de sentirse los amos del mundo, puesto que todo se pone a su servicio, al ser confundido Gino con el gran jefe, algo que Jackie no desmiente, porque de él sale la primera insinuación, la que crea la idea que se le escapa de las manos y se transforma en una realidad para el resto. Respecto a la confusión de identidad y la presencia de Ameche, ambas ya se encuentran en Medianoche y en Entre pillos anda el juego, en las que queda claro que solo el engaño abre las puertas de la aristocracia y de los multimillonarios. En Las cosas cambian, Mamet abre a sus personajes las de las altas esferas mafiosas y lo que esto implica, acceder a un mundo de deshonor, aunque digan de respeto, peligroso, terrorífico, pero también irónico, puesto que director y coguionista del film —coescrito por Shel Silverstein— hace una comedia humana sobre la amistad, al tiempo que realIza una comedia negra sobre el poder y sobre las diferencias entre tener y no tener, diferencias que Gino compruebe cuado se convierte por un fin de semana en el centro de atención de los hombres y mujeres del lujoso Galaxy. En este espacio se sitúa la parte central de la película, pero solo es el tránsito en un viaje de ida y vuelta y, como todo recorrido existencial que se precie, los personajes han evolucionado a su regreso al supuesto punto de partida, que ya no lo es, ni siquiera de llegada porque todo sigue y las cosas cambian. Gino y Jerry ya no son los mismos, han establecido lazos y vivido experiencias, ya nunca volverán a ver el mundo de la misma manera que antes de iniciar su fin de semana común. A eso se le llama evolucionar, y la extraña pareja formada por un ingenuo y un alocado, experimentan esa paso hacia algún tránsito existencial desconocido…
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