jueves, 28 de noviembre de 2024

Diamante de sangre (2006)


Un año antes del estreno de Diamante de sangre (Blood Diamond, Edward Zwick, 2006), mes arriba, mes abajo, había pedido a dos amigas que opinasen sobre una novela que había ambientado en Sierra Leona y que tenía como protagonista a un mercenario de ninguna parte y a dos jóvenes hermanos sierraleoneses. La semana del estreno acudimos al cine, no sabía muy bien qué me iba a encontrar, pero había leído que se ambientaba en el mismo lugar donde había ubicado mi novela; el tema, con los diamantes y la guerra de fondo, me pareció cercano y me desilusionó la coincidencia. Ignoro si los guionistas, Charles Leavitt y C. Gaby Mitchell, habían escrito la historia antes que yo o yo antes que ellos, además, era indiferente. El tema estaba ahí y cualquiera podía inspirarse en la guerra civil de Sierra Leona para hacer una película o un relato. Al terminar el film, quise ver las diferencias, pero mis amigas se centraron en las similitudes; más interesadas en la cercanía argumental que en el estilo, que nada tenían que ver, no solo por ser el cine y la novela dos medios narrativos distintos. Me dijeron algo así como “también es mala suerte que sea tan parecida a tu novela”, “se te han adelantado”, “denúncialos por plagio”. Claro que bromeaban y reí la gracia, pero también les dije, pues estaba algo molesto por la coincidencia, que lo que había escrito era muy distinto, que mi historia transcurría sin narrador y que en la película había uno, aunque no se escuchase. “Zwick narra omnisciente y en la superficie del conflicto”, creo que les comenté algo así, o no, pero seguro que, dijese lo que dijese, sin el apellido del director de Tiempos de gloria (Glory, 1989), tal vez para convencerme a mí mismo, y continué diciendo que mi relato era intimista y más complejo que el que acabábamos de ver en la pantalla, puesto que los hechos en la novela se van descubriendo sobre la marcha de tres perspectivas mentales, ninguna de ellas objetiva, ni omnisciente, ni hollywoodiense. En definitiva, estaba a la defensiva sin razón; y me contradecía a mí mismo, porque considero que nunca hay motivo para asumir dicha postura…

Desde ya no recuerdo cuando, pienso que los “reveses”, las críticas y la ironía, incluso las casualidades y coincidencias, están ahí para sacarles partido y avanzar. Así que aparqué la novela y me dediqué a escribir otra, luego otra y… me confirmé que siempre hay historias que escribir. Pero no llegué a olvidar del todo aquella narración que se sucede por las ideas que los personajes se hacen del entorno y de los demás, al tiempo que se produce su propia evolución; sobre todo por el pensamiento de un mercenario casi nihilista, casi incapaz de sentir, pero ese “casi” le llena de dudas y, mientras estas existan, siempre hay algo que empuja a buscar y a actuar. Con el paso de los años, apenas pienso en ella, pero hubo un tiempo que me llegaban a la mente nuevas opciones para el texto, esporádicas y peregrinas la mayoría; a menudo soy incapaz de controlar las ideas que de golpe asoman en mi mente, pero sí soy capaz de no hacerles el menor caso o hacer de ellas castillos en el aire. Tal vez algún día la retome y edifique sobre el papel los cambios que había pensado, o tal vez quede como está, en el casi olvido, pero no puedo negar que investigar sobre los hechos e idear la manera de narrar y definir los personajes fue un proceso instructivo, ilusionante, exigente, enriquecedor… Me reafirmé en algo que ya sabía: que el mundo no es igual allí que aquí, que la fortuna de nacer lejos de la guerra y de la miseria la ignoran quienes viven lejos de ambas. Nosotros, los que por ahora respiramos, consumimos, despotricamos y nos dejamos ir en un mundo privilegiado, cerramos los ojos y tal vez solo valoremos lo importante cuando lo perdemos o cuando lo sentimos amenazado. ¿Nos hemos insensibilizado? No creo; la mayoría siempre hemos vivido mirando nuestro ombligo, en la practica del “ojos que no ven, corazón que no siente”, aunque tal vez hoy más de moda y globalizada que en cualquier otro periodo. Tanto en mi novela, como en la película de Zwick, no existe bienestar ni su promesa, la realidad es la brutalidad y, a lo sumo, una ligera esperanza que asoma tímida entre la desesperación y la condena, pero que se encuentra ahí, a pesar de que el mundo que se describe es cruel, sí, deshumanizado, también, pero todavía es un mundo de seres humanos y en alguno, quiero creer, aunque cada vez cuesta mas, todavía existe ese algo que, llámenlo compasión, generosidad, humanitarismo, amor…, despierta en el interior del mercenario interpelado por Leonardo DiCaprio y luce con fuerza en la periodista encarnada por Jennifer Connelly y el padre (Djimon Hounsou) que se entrega en cuerpo y alma a la búsqueda de su hijo, secuestrado y adoctrinado para ser niño-soldado…



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