De ambiente setentero y hortera, alucinada, discotequera, ubicada en la “industria” del porno, Boogie Nights (1997) se desmelena y se exhibe cómica y dramática para abordar sus vidas cruzadas con desenfado. Su descaro es, sin duda, uno de los grandes aciertos. Descarados son tanto los personajes como el empleo que Paul Thomas Anderson hace de su cámara, incansable en su búsqueda y en el seguimiento de los hombres y mujeres que protagonizan esta comedia-drama, chispeante, que lo sitúa entre los grandes valores del cine de finales del siglo XX, posición que, por entonces de veintisiete años y con Sidney (Hard Eight, Sidney, 1995) en su haber fílmico, Paul Thomas Anderson amplía en Magnolia (1999) para entrar en el XXI como uno de los grandes cineastas estadounidenses de la nueva centuria, ya hoy veinteañera. A Anderson le gusta el plano secuencia, se marca uno al inicio del film, en la disco de Maurice (Luis Guzmán), donde entra acompañando a Jack Horner (Burt Reynolds) y Amber Waves (Julianne Moore), para presentar el ambiente y a los personajes hasta llegar a Eddie Adams (Mark Wahlberg), de diecisiete años, que vive con sus padres y se gana la vida con un par de empleos a los que suma el enseñar la pantagruélica “minga” por cinco dólares la visual.
El personaje de Wahlberg, futura estrella del porno sobre la que gira la narración, sueña ser grande porque cree tener algo especial; pero tal vez solo sea un muchacho ingenuo, diferente a Tony Manero y otros discotequeros de Fiebre de sábado noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977), a quien Jack, observando sus posibilidades, se presenta: <<Jack Horner, cineasta>>, pero matiza: <<hago películas para adultos>>, aunque con ¿aspiraciones artísticas? Quien sí demuestra ser un cineasta con aspiraciones, y de los buenos, es Anderson en esta película que le dio popularidad. Era su primera “vidas cruzadas”, quizá influenciado por el cine de Robert Altman —pienso, para decir esto, en el plano secuencia que inicia El juego de Hollywood (The Player, 1992) y las relaciones cruzadas de Vidas cruzadas (Short Cuts, 1993), en la que, por cierto, también asoma una magnífica Julianne Moore—; Magnolia sería la siguiente y la más perfecta historia coral de las suyas y de muchas más. Ambientada en el Valle de San Fernando (California), en la época inmediatamente posterior a la de “Garganta profunda”, ya sea la “peli” estrenada en 1972, que marcó un hito en el “cine porno”, o el confidente que ayudó a los periodistas del Washington Post a destapar el escándalo Watergate, Boogie Nights es una recreación de una época desaparecida (finales de los años 70 y primeros 80), como cualquiera que ya haya pasado, de los cambios (en la tecnología, en el negocio, en las adicciones, en la sociedad), el “todo cambia para que nada cambie” —para el negocio, el dinero siempre será lo primero—, y del inevitable paso del tiempo, una época pretérita que, aun confirmando el fin del sueño americano (o precisamente por ello), fascina a Anderson y que nos la devuelve en su recreación por partida triple: en esta película, en Puro vicio (Inherent Vice, 2014) y en Licorice Pizza (2021)…
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