martes, 12 de noviembre de 2024

Yo soy aquel, en do menor


“Yo soy aquel que cada noche te persigue…”, escucho al vecino del quinto cantar en do mayor, pero ¿qué aquel soy yo? —me pregunto mientras su voz me llega a través de las paredes de una construcción de papel—. ¿Qué hora es? Son las cuatro y diez; sonaba en una de Aute. Miro el teléfono, hoy adicción táctil, audiovisual y sonora, y pulso uno de los iconos que llenan la pantalla. Una “red” se abre y, ante mí, la sucesión de cada día: anuncios, cosas, estampas y personas “que quizá puedan interesarte”. Asoman platos, dietas, salud y belleza, máquinas, logotipos, habilidades, polemistas del tres al cuarto, necesitados de llamar la atención, vendedores de humo y expertos en autoayuda que buena falta les hace ayudarse, gente posando su alegría o presumiendo lo bien que le sienta la última moda que adapta a su estilo personal que ya he visto en modelos distintos que apenas se diferencian entre sí. No tarda en aparecer quien se presenta con una sonrisa y con su pila de libros recién comprados. En la siguiente, hay quien mira a la cámara en primer plano, de fondo una estantería con veinte o cuarenta títulos; reconozco algunos, he leído otros y del resto nada sé. En otras instantáneas en movimiento que sustituyen a las anteriores, asoman libros sin personas. ¿Donde están? ¿Por qué no se muestran? Acaso ¿están de vacaciones o les vence la timidez? No. De estar fuera, lo ilustrarían; y de ser tímidos, su voz no se dejaría oír. Informan de lo que están leyendo y de lo que leerán los próximos dos siglos. Los tiempos están cambiando, musicaliza el cantautor que encuentra sus respuestas soplando en el viento. ¿Fue ayer cuando lo cantó o fue hoy o será mañana? Ya cambiaron y volvieron a cambiar. Volverán a hacerlo. Ayer, hoy y siempre es continuo cambio. Lo nuevo se establece; aunque nuevo solo expresa que antes no estaba y ahora sí, que pronto será habitual y, a no más tardar, alguien dirá que viejo. En una de las imágenes se emplea el verbo reseñar, en otra, recomendar. Se presumen lecturas, llegan más vestidos y canciones. Veo uñas, tatuajes, peinados, imitaciones, carteles de película, perros, gatos, un gesto facial forzado…

“…Yo soy aquel que por quererte ya no vive,…”. Aparece el enésimo titular. Alguien dice: después la historia ya os contará la verdad o lo que llegue de ella. Cierro el invento. El humo me sale por las orejas. Soy como un dibujo animado que ha tragado más picante del que puede soportar. Necesito un vaso de agua, necesito un litro más. Corro hacia el grifo, me sumerjo bajo el chorro e ignoro cualquier instantánea. Las voces seudofelices suenan falsas, tapo los oídos, pero continúan llegando frases ya oídas y leídas en otros lugares que he dejado atrás, pero que aparecen ahí delante. Soy como un ratoncillo al que no le gusta esa rueda donde le han puesto e, inútilmente, intenta escapar formando parte del juego. Tampoco disfruto el audio enlatado, ni nada que asesine mi ritmo y mi tiempo para pensar, tal vez para soñar o bostezar a mi manera. Los textos en el ahora, se reducen y lo visual llega sin nada detrás. ¿Exagero? Siempre que puedo lo hago para ceñirme a la realidad que siento. En ella, abro el periódico que carece de papel, todo es titular; su texto se reduce, sus mentes, las opciones y las opiniones son de pago. No quiero gallegas ni posees dulces, ni acusaciones que poca verdad desvela; no hay elección, si vives en un mundo donde ya solo parece contar la compra-venta. Publicidad, propaganda, verdades a medias y de la otra mitad queda algún mensaje que se componen con dos, cuatro o siete palabras y de tres engaños. Se feliz, añádele a la vida su buena dosis de emoticonos, de consumo, de rincones idílicos, preparados en su fotogenia, y de saludos de bienvenida y despedida que a nadie saluda ni despide, porque ya penas se conoce, pero que simulan lo contrario de ambos opuestos. No me interesa… Me llega con ser aquel que se mira en el espejo y me veo desapercibido.

 “Yo soy aquel, que por tenerte da la vida…” La voz retumba a través de las paredes que no protegen. Por fortuna, no me caen encima. Salgo a la calle donde una pareja arroja un plástico al suelo. No le importa; aun diría que siente satisfacción por haberse deshecho del envoltorio que tanto parecía molestarles y pesarles. Lo que veo y lo que escucho me generan sensaciones aterradoras, aunque también de rechazo. Quiero arrojarles flores a unos y macetas a ellos, también al fulano que canta. Pero, finalmente, desisto, no quiero agasajar con orquídeas ni con cardos, solo camino y hago mío el estribillo que se me ha quedado grabado. Tarareo la musiquilla, sin querer caer en la tentación de llevar la voz tenor.

“ Yo soy aquel, que estando lejos no te olvida…”, entono en do menor, sin que la escala sea capricho. La manejo mejor que la alegre mayor. Al compás de la música imaginada, mi pensamiento canta en estruendoso silencio una letra nueva y ya vieja: No leo para presumir de lo que leo; leo porque es parte del alimento que necesito para seguir viviendo. Leo desde que puedo recordar y escribo desde entonces, pues también la escritura es uno de mis nutrientes vitales en un mundo donde solo parece existir la imagen que se presume y que, más que llamar la atención, la reclama a “gritos” y a golpes de efecto en el ya mismo, en el ha de ser ahora, no cinco segundos después, porque entonces ya habrá cambiado la dirección del viento y el centro de atención y de interés. En el individuo que soy, en él soy aquel que se ha formado durante los años que me separan del recién que fui y del que nada recuerdo, en la persona que creo ser, en la que los cercanos dicen que soy, y en la que ni siquiera puede ser consciente de estar formándose y deformándose en el continuo proceso que le aleja del principio, le acerca al final y entremedias le hace más ajeno a las medidas centralizadoras, en el yo periférico que descubro cada mañana y al acostarme, incluso en mis pesadillas y en mis sueños, ambas acciones son vitales. No puedo dejar de hacerlas; el día que eso suceda estaré muerto o, lo que comprendo más triste, impedido hasta el punto de sentirme muerto o de verme devorado por una masa homogénea que, peor que la nada que amenaza Fantasía, porque es real, se extiende para hacernos parte indistinguible en un todo que alguien en plural maneja para su beneficio.

“Yo soy aquel…” que nunca se encuentra en la mayoría, ni quiero que se me acepte dentro. No soy inadaptado ni rebelde. Ninguno de ellos puedo, pues para ser lo primero tendría que haber un lugar donde (in)adaptarse; y para lo segundo, solo sería un gesto, un rechazo o una reacción antes de formar parte del orden que se impone... Sencillamente, soy lejos. Hay quien ya es lo que presume: una imagen o una frase hecha que se repite apenas con ligeros cambios. Pero, en mí soy aquel, ninguna imagen preparada para gustar o disgustar puede definirme; mas ¿por qué presumimos? Supongo que hay quien desea promocionarse en busca de la finalidad perseguida por tantos “soy aquel”, pero ¿qué aquel? Que pregunta más idiota, pienso mientras me veo atrapado en la red. ¿Cómo avanzar si soy en presente y en pasado? Vecino, tu voz me satura, me empacha tu aquel y tanta imagen vacía que se acumula y desaparece tan rápido como llega. ¿Qué permanece? ¿El solista del piso de arriba? ¿Los cuerpos que abajo entran y salen, en continúo consumo, insaciables, más y más, más de lo mismo, imparable invariable, día tras día...? ¿Colaboro en esto? Sin duda, puesto que aquí estoy. ¿Atrapado? ¿Quién no?

“Yo soy aquel…” sin talento musical ni aspiraciones a cantante, aunque culpable de querer y, tal vez, no poder escribir su propia canción. ¿Para qué, si la música de hoy ha perdido poesía? La que suena y se consume ha dejado de ser la voz de los diversos pensamientos poéticos, transformada en la búsqueda de un éxito comercial de ritmos pareados. Corren malos tiempos para la lírica, decían hace años, lustros, décadas algún aquel ya casi olvidado. Mañana, probablemente, también lo dirán. Siempre han corrido malos tiempos para ella; y sin embargo, sobrevive entre tanto ruido e indiferencia. Se grita, se parrafea un estribillo, mas nada se dice que no te digan que has de exclamar y reclamar. Trabaja para beneficio de otros o hazte viral. Este adjetivo me chirría, no por su relativa novedad en su uso mediático, igual que lo hace el abstracto empatía, cuando camina en la propaganda hacia el objetivo perseguido de “viralidad”. El término, la imagen, la letra, la música y el habla se convierten en uso estereotipado, en la búsqueda de aceptación, más que de comunicación y de expresión, en el decir que se repite, en el establece que todos somos buenos y que quienes no son como nosotros, malos son. ¿Qué hora es? Ya son más de las cuatro y diez. Cada gesto en busca del aplauso. Luces, cámara, acción. Sonrisas preparadas mientras la compasión y la generosidad caen en desuso, salvo en su minuto de renacer en un espejismo que nos esperanza. Tal vez, nunca hayan existido fuera de ese instante puntual en el que asoma para brillar fugaz, antes de apagarse; o solo sean ecos de épocas más humanitarias, menos guapas y menos instantáneas que la actual; épocas que ya se confunden en su paso hacia el olvido donde también irá a parar esta y las demás. No lo escribo por fastidiar, sino porque esa es la realidad final de cada tiempo y de cada existencia.

“Yo soy aquel…” que, como cualquiera, sale de la inexistencia y respira, quien vive en constante cambio y permanencia, quien intenta olvidarse de la nada y se miente para ilusionarse. Me recuerdo inventado; así la vida se transforma en sueño de eternidad, pero no de inmortalidad. Incluso mientras al despertar del sueño. La vida es cuando soy; y mi soy aquel necesita nutrirse de lecturas y de escritos, de malas y buenas costumbres, de sorpresas, que son las menos y cuando son, algunas me harán reír o llorar, de tiempo para aburrirme y de algo de inventiva que deparará alguna diversión, que no confundo con juerga; de tiempo de pensar en un alguien, de relacionarme en un medio que escapa a mi comprensión, de sentimientos y de emociones que nunca llegó a vencer ni ellas a derrotarme. Todo eso es fuente de energía para que el corazón bombee su rojo oxigenado que alcanza la materia gris, en continua carga y descarga. La electricidad ilumina el cerebro y este se convierte en el centro del universo y de la creación, en el archivo del mundo propio y en cuna de los sentimientos y de las emociones que, en ocasiones, desbordan y hacen vibrar el cuerpo. Ahora se acomoda en una marcha automática. Duerme, duermo yo. ¿Me maneja o lo manejo? A veces se convierte en prisión y otras en liberación; en todo caso siempre corre el riesgo de crear y creer la falsa ilusión de ir sin ser consciente de que permanece inmóvil, clavado allí donde se nos manipula con mayor facilidad.

“Yo soy aquel…” que no nada ni a favor ni a contracorriente, que intenta cruzar el río en prueba de resistencia. La orilla permanece en la distancia, pero no desespero, ni voy a entregarme. Atrás queda la distancia; se agranda. Dicen que podemos aprender del pasado, no lo dudo, pero lo que está por venir me es desconocido. Y lo poco que se puede descubrir del pretérito, ¿lo obviamos? En todo caso, me pregunto si habíamos llegado alguna vez a un punto similar en nuestra historia. Lo dudo, porque la historia no se repite, aunque, a primera vista, lo parezca. Nuestro ahora solo es el principio de un tiempo que otros estudiarán y desconocerán, uno que apunta la deshumanización y el que seamos números cuya utilidad solo es consumo y trabajo; en el mundo comercial se trabaja para poder consumir cualquier producto o idea que nos quieran vender, sean útiles o inútiles, y para disfrutar de instantes de ocio que suelen destinarse al consumo y al trabajo. No poco de lo que hoy se observa parece aventurar que las personas (lo que hasta entonces se ha entendido como tal) sobramos… El vecino del quinto continúa cantando. “Yo soy aquel…”, pero ¿qué aquel me dejan ser?…



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