sábado, 2 de noviembre de 2024

Mein Führer (2007)

Hay películas que no me aportan absolutamente nada, salvo pereza, por ejemplo Mein Führer (Dani Levy, 2007), una aburrida comedia a años luz de sátiras magistrales como El gran dictador (The Great Dictator, Charles Chaplin, 1940) o Ser o no ser (To Be or to Be Not, Ernst Lubitsch, 1942), que pretende ridiculizar, aunque sin lograrlo, allí donde las de Chaplin y Lubitsch (incluso la regular versión producida por Mel Brooks en 1983 y dirigida por Alan Johnson) dan en el blanco; de hecho, el film de Levy solo demuestra que en la década de 1940, a pesar de la guerra, de los totalitarismos y de la destrucción que implicaban, existía una capacidad creativa e irónica capaz de develar el sinsentido partiendo de la comedia y de la risa. Claro que Chaplin y Lubitsch eran dos fuera de serie; y estos son los menos en cualquier época y lugar. Mein Führer ya se inicia aburriendo, con imágenes del desfile automovilístico de Hitler por Nuremberg en la obra maestra de la escenificación y de la propaganda nazi El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, Leni Riefenstahl, 1934), un desfile que el director de la película sitúa en 1945, en un Berlín devastado por los bombardeos enemigos que la propaganda disimula en las imágenes cinematográficas sobre las que la voz del protagonista se cuela para relatarnos su historia: el por qué esta justo debajo de la tarima donde Hitler arenga a los suyos. Ese hombre, al que un reguero de sangre empieza a deslizarse por su rostro, es un profesor judío, antaño actor de fama, admirado por el público alemán del que, en 1945, queda únicamente aquella parte de la población que no ha muerto en los campos de batalla o de exterminio. El personaje retrocede en su memoria y sitúa la acción a finales de 1944, cuando el ministro de propaganda Goebbels, experto en la escenificación de la realidad, decide poner en práctica un plan más exitoso que la guerra total que el nacionalsocialismo y Alemania están perdiendo. Ni siquiera la premisa de la que parte el film me resulta atractiva, menos si cabe la caricatura de Hitler, que no cuaja, lastrado por complejos del pasado —fruto de un origen judío no aceptado y de la relación paterno-filial dominada por la violencia paterna— y la desmoralización fruto de la situación presente, como tampoco el protagonista, ni la relación que se establece entre ambos. Ignoro que les pasó por la cabeza a los autores de la película cuando la idearon y la llevaron a cabo. No por la burla, que no logran, sino precisamente por no lograrla. Tal vez vaya dirigida a un público menos exigente, tal vez incluso ignorante de la existencia un cine mejor que este... Viendo films como Mein Führer empiezo a comprender porque cualquier película mediocre puede ser vista por los ojos actuales como una obra maestra…



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