Su actuación en Reencuentro (The Big Chill, 1983) fue descartada por Lawrence Kasdan en el montaje final, su rol era el del amigo fallecido, pero dos años después, el director y guionista le compensó y ofreció uno de los papeles principales de Silverado (1985). Era el primer western para Kevin Costner (también para el propio Kasdan), quien, desde entonces, no ha dejado de regresar al género que le catapultó a lo más alto de Hollywood y le colmó de honores en Bailando con lobos (Dancing with Wolves, 1990). Pero esa es otra película, la que ahora corresponde, producida por Kasdan y Costner, también por Jim Wilson, socio del actor, fue un producto diseñado para ser un éxito comercial; y lo consiguió. El guardaespaldas (The Bodyguard, Mick Jackson, 1992), tercera colaboración entre director y actor —Wyatt Earp (1994) sería la cuarta—, además de ser uno de los grandes vehículos para el lucimiento de la estrella, fue su espaldarazo definitivo de cara la taquilla, el que le situó en la posibilidad de hacer la película que quisiera. Pero tal vez no habría sido tan taquillera —igual que Bailando con lobos, superó los cuatrocientos millones de dólares de recaudación— sin la mediática presencia de la popular cantante Whitney Houston, que daba réplica al actor en el romance llevado a la pantalla por Mick Jackson, que fue el encargado de dar imagen a un guion bastante flojo y repetitivo, a tenor de los diálogos, los personajes y las situaciones propuestas y expuestas. Pero más allá de esto, ¿qué? Poco, para quien exija un mínimo narrativo y cinematográfico. No sirvió de mucho contar con un guion de Kasdan, quien, de haberle visto mayores posibilidades, probablemente lo habría dirigido el mismo; o el propio Costner. En todo caso, a priori prometía que el producto sería digno, incluso bueno. Pero es bien sabido que las promesas y las previsiones no siempre se cumplen y el resultado puede ser otro, incluso algo así como esto: ejemplo de la unión de dos grandes estrellas del momento para alcanzar el éxito y no aportar nada cinematográfico, pues ningún momento del film parece que se plantee algo que no sea seguir los pasos del conformismo y de la repetición de la industria hollywoodiense. La idea de aprovechar el gancho mediático de su actor y actriz y cantante principal es lo único que funciona junto con la banda sonora, desde la perspectiva del negocio del cine y de la música. Así, El guardaespaldas, un copia y pega de ideas y situaciones que pueden encontrarse en otras muchas producciones, la mayoría no mejor que ella, no pasa de ser un producto de consumo que logró sus objetivos: hacer mucho dinero y lucir a Whitney Houston, en el papel de estrella cinematográfica y musical, y a Kevin Costner, bebiendo los vientos por ella, pero sin poder amarla como quien duerme a pierna suelta porque no debe perder de vista su trabajo, que no es otro que el protegerla de posibles fanáticos. Y así se esboza el dilema entre el querer y el poder hacer, en la mezcla de los sentimientos y el trabajo, algo que un profesional como Frank no puede tolerar, aunque lo desee. Esta situación genera el conflicto en el guardaespaldas, admirador de Yojimbo (Akira Kurosawa, 1958), pero a años luz del inimitable Sanjuro o mismamente del hombre sin nombre al que Clint Eastwood ofreció su rostro en el popular “plagio” de Sergio Leone, un pistolero distinto pero igual de letal que el mercenario inmortalizado por Toshiro Mifune en dos films de Kurosawa…
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