El inicio de Infiltrados (The Departed, 2006) delata (o así lo veo) que es un Martin Scorsese metido de lleno en el crimen organizado; con la voz en off de uno de los personajes presentando un ambiente donde la cámara se mueve a sus anchas. En ese instante, presenta a Frank Costello (Jack Nicholson) y a un niño que, cuando el film salte varios años hacia delante, se convierte en un policía (Matt Damon) y en un topo, confidente de ese mismo hombre que le regala comida y unas monedas cuando era un crío. Aunque omitida en la pantalla, durante la infancia de Colin se establece la relación paterno-filial que continúa en el presente en el que Scorsese introduce al otro infiltrado, Billy (Leonardo DiCaprio), un joven cuya vida le ha deparado la sombra a la que parece seguir condenado cuando le indican que ha de ser un infiltrado en el crimen organizado. La propuesta de Scorsese no es novedosa, pero sí plenamente suya aunque se trate de una versión de la película hongkonesa Juego sucio (Mou gaan dou, Wai Keung Lau y Alan Mak, 2002). Y como en aquella, el cineasta neoyorquino expone la corrupción policial, la infiltración a ambos lados de la ley, dos reflejos en el espejo, y la fina línea que los separa. Scorsese no es un moralista, ni pretende echar un rapapolvo a su público; tiene sus ideas y sus simpatías, pero deja que la acción, el conflicto, los personajes y la violencia fluyan y sigan su curso, aunque este haya sido por él establecido de antemano. Para ello cuenta con su capacidad narrativa, de las mejores entre las de los cineastas estadounidenses de su generación (y de las posteriores, qué duda cabe), y con un reparto, de esos llamados, de lujo que atrae al público a los cines; en este caso una atracción justificada ya en el nombre del propio realizador, por entonces ya un icono cinematográfico, que por sí solo ya atraería a una legión de espectadores a las salas, con obras míticas como Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (The Ranging Bull, 1980), Uno de los nuestros (Godfellas, 1990), Casino (1995)… Como en estas, aunque menos lograda, los personajes de Infiltrados son vidas al límite, tipos como Billy y Collin —encargado de encontrar al topo, lo que en cierto modo lo hermana al personaje de Ray Milland en El reloj asesino (The Big Clock, John Farrow, 1948) y al de Kevin Costner en la versión “ochentena” No hay salida (No Way Out, Roger Donaldson, 1987)—, en busca de su identidad en un mundo que borra los límites morales para crear un espacio ambiguo donde ya nada es lo que parece —el tema de la identidad es recurrente en Scorsese—, ni siquiera uno mismo, tal vez por ese motivo, más que por las órdenes, se anden buscando entre ellos y a ellos mismos…
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