miércoles, 4 de septiembre de 2024

Desapariciones y apariciones


Librería Vetusta (década de 1990-2018). Autora: Elena Martín (Traveller)

Me atraen las librerías de libros antiguos. No me refiero a locales donde se venden primeras ediciones ni nada por el estilo. Me interesa la lectura, no la encuadernación ni la fecha de publicación. En cada localidad que visito, busco y entro en las que encuentro. Badajoz, Barcelona, Cáceres, Cádiz, Córdoba, A Coruña, Huelva, León, Lugo, Madrid, Malaga, Oviedo, Pontevedra, Ourense, Salamanca, Segovia, Sevilla, Valladolid, Zamora, Zaragoza… y tantas otras ciudades (para mí) extrañas, que les son propias a sus vecinos. Os saludo, localidades; os agradezco el transitar vuestras calles y descubrir vuestros lugares. Ninguna foto, no me vería ni os vería en ellas. Os camino, sin prisa, sin guía ni histriones; os escucho, a veces sin prestar atención, a vuestras palabras y las historias que me queréis contar. Me sé y me conozco, mas no por ello tengo rumbo fijo. ¿Alguna vez he hecho planes de vida o de viaje? Soy mal estratega y viajo a gusto en la desorientación que quizá me depare alguna mala sorpresa; puede que viva en la dejadez e irresponsabilidad que me cuesta comodidades materiales, quizá el malestar futuro, pero que en cierto modo me libera. Me llevo un lápiz de recuerdo —que también me traigo de lugares allende las fronteras lingüísticas donde me descubro prácticamente analfabeto— y uno o varios libros. Pero ya quedan menos lugares así; me refiero a librerías con “encanto” y con libros descatalogados o imposibles de encontrar en librerías que presumen en sus escaparates los superventas del momento. Aunque algunas resisten, la mayoría han desaparecido o sufrido una transformación que hace de sus espacios otros distintos; mezquinos en su esencia mercantil.


Librería Toural (década 1920-2016). Autor: Fernando Blanco (El correo gallego)

Todo nace y muere, sobra decirlo, pero lo digo tan seguro como expreso que la memoria no escapa a dichos extremos. Vive encerrada, condenada, pero es única, libre en su condena. Por eso, tal vez, todavía recuerde cuatro librerías ya inexistentes, salvo en la evocación de sus fantasmas (y en las imágenes que otros sí tomaron): tres de libros a estrenar y otra de segunda mano, situadas en dos calles paralelas y en la plaza que las comunica en el casco antiguo de la ciudad donde nací. En ella soy en un constante intento de descubrirla, consciente de que sus espacios, su historia y sus mitos me han afectado y hecho en parte. Santiago ha condicionado mi modo de entenderme y de comprender el mundo. Innegable, lo afirmo.


Librería Vetusta. Fuente: La voz de Galicia

<<Por las noches encerrábase el estudiante en su cuarto y se daba unos tremendos atracones de lectura hasta la madrugada. El librero Galí había encontrado en él un excelente comprador de todas las madrileñas que llegaban a su tienda en forma de novelas, periódicos satíricos y taurinos, romances de chulería y otras manifestaciones, más o menos literarias, de análoga índole, leña echada al fuego de la desesperación del malaventurado rapaz.>> (1) Galí, fundada en 1876, es uno de los escenarios transitados por el protagonista de La casa de la Troya, un espacio que se mantuvo sin retocar hasta su cierre en 2006 —en su día, fue la librería más antigua de Galicia—, Toural —cuyos últimos dueños tuvieron la gentileza y la generosidad de poner mi libro Sakura (la flor del cerezo) en su transitado escaparate— González, que, si mal no recuerdo, también vendía libros escolares, y Vetusta, la menos longeva —su apertura data de inicios de la década de 1990—, aunque la más antigua por sus libros, eran sus nombres. En ellas entré, disfruté rebuscando con la mirada en sus estanterías y compré, pues, al fin y al cabo, también eran negocio, pero sabían lo que vendían, que se traían entre manos libros, historias, pensamientos, sentimientos... Otras librerías nacieron mucho después y otras han llegado más tarde para hacer negocio. ¿Pero cuántas lo consiguen y a qué precio? Las de libros nuevos suelen ser tipo “grandes almacenes” o “centro comercial” y las de libros antiguos ya las hay de “venta por kilo”. En todo caso, tienen en común su “producto”.


Librería Vetusta. Fuente: La voz de Galicia.

<<Y hablando de librerías: son un desastre. No hay nada. Pocas y malas. Ni saben lo que tienen. Como locales, pasan; pero como vendedores, matan. En el fondo, no tienen tanta culpa: ¿quién les ha enseñado? ¿Quién les ha dicho este libro es esto o lo otro? Nadie. Reciben paquetes, los abren, los venden o no, pero si venden, no reponen. Llegan más paquetes: la cuestión es poner libros en feria: lo mismo da uno que otro. A menos que intervenga la televisión… Hablo de las tres que vi. Asegura F. que hay otras, más escondidas, mejores>>, apunta Max Aub en su diario español (2), en la entrada correspondiente al 2 de septiembre de 1969. Sin duda, las hay; y descubrirlas y entrar en ellas resulta ilusionante. En ese instante, el mundo real y el pensamiento que poco antes ocupaba mi atención desaparecen para dejar paso a la búsqueda, al descubrimiento, a la posibilidad y a la elección. En otras muchas, apilan libros en las estanterías o en el almacén, pero los encargados, dueños o empleados, no saben cuáles tienen, salvo que consulten la base de datos de su ordenador, pues nadie tiene la capacidad memorística suficiente para recordar todos los títulos y escritores que aguardan lectura. No los han leído y no les suenan los autores, salvo que sean los populares del momento. Desconocen el tesoro literario del que son intermediarios, ignoran el incalculable valor humano que se esconde en muchas de las páginas que, antes que después, caen en el olvido incluso de quienes asumen ser o son expertos en literatura —que de tan voluminosa, ya resulta inabarcable—. ¿Cuantos libros pueden leerse en una sola vida? ¿Uno? ¿Ninguno? ¿Entre diez mil y veinte mil a buen ritmo? De nada valen estos cálculos, tampoco quejarse de los hábitos lectores del vecino, ni debe culparse al presente, a no ser que se diga que este empieza ayer. ¿No sería mejor que cada quien se preguntase cuál es su responsabilidad, si es que le interesa?


Librería González (1929-2007). Fuente: La Voz de Galicia

En las calles que paseo a diario, ahora proliferan los locales de recuerdos, de camisetas, de tatuajes, de uñas, de ramen, de pizzas al corte y empanadillas; teléfonos móviles que portan cuerpos y posados, filas humanas a las puertas de Platerías y de las heladerías, también en los espacios abiertos donde se ubican los dos carros de helados que todavía sobreviven a la erosión temporal. Si bien el turismo aporta color, disparidad, lingüística y humana, y dinero a muchos de quienes lo protestan, ninguno de los nuevos negocios llega para mejorar la armonía urbana. No aportan identidad o la suya no va con la de la ciudad, menos aún en su zona monumental, que Valle-Inclán decía <<inmovilizada en un sueño de granito, inmutable y eterno>>. (3) Despierta, don Ramón, ya no son tiempos de quietud, sino de vértigo, de estrés, de fármacos, de acumulación de basura y de consumo. De niño, había más librerías en la rúa Nova y en la rúa do Vilar que tiendas de trapalladas. Aquellas librerías tenían la personalidad de sus dueños, la de los espacios que ocupaban y la de los libros que allí se vendían. Las de hoy —habría que precisar cuántas décadas abarca tal adverbio temporal—, salvo heroicas excepciones, y ya no me refiero a las compostelanas, suenan repetidas, impersonales, a imagen de la moda y de la apariencia, tal vez a imagen de la propia sociedad y de los hombres y mujeres que la componen y que consumen su tiempo trabajando para poder comprar bienestar y “entretenimiento” que no encuentran en la lectura, salvo en la más comercial, que también suele ser la más superficial.


Librería Galí (1876-2006). Fuente: La voz de Galicia

Dudo que pueda culparse a un solo agente de la agonía de cualquier cultura y negocio. Por ejemplo, el libro digital e Internet han agudizado el síntoma, pero no son los únicos responsables de la agonía ni de la desaparición de muchas librerías, pues antes de su aparición y del dominio de las grandes empresas de ventas en línea, el sector sobrevivía a duras penas al abandono y a la falta de inquietudes literarias de potenciales lectores que pasaban por delante de los locales, pero cuyo desinterés lector no les animaba a cruzar la puerta. Un paso no dado que ha afectado y transformado el sector librero. No cabe duda, como tampoco la cabe al señalar la falta de relevo generacional que se hiciera cargo de tantas librerías ya desaparecidas o a las políticas puramente mercantiles de las editoriales. La mayoría, son igual de culpables. <<En la primera reunión con vendedores, hablé de la importancia de los autores y de la calidad de los libros. Pero vi que no se trataba de esto. Entonces recurrí a contar el argumento […] y señalé que el lector se lo iba a pasar muy bien. Pero tampoco eso servía. ¿Qué eran, pues, los argumentos de venta? Básicamente dos: que se hiciera la versión cinematográfica —a poder ser con Julia Roberts y Richard Gere de protagonistas— y, por encima de todo, que saliera en televisión. […] Querían “libros mediáticos”, y yo seguía editando —sin que nadie lo discutiera ni pusiera reparos— los que consideraba buenos […] Generalmente —había excepciones— los vendían mal —con desgana, sin fe—, y al cabo de un tiempo empezaba la lucha solapada por, previa destrucción de los ejemplares sobrantes, eliminar el título del catálogo>>, (4) recordaba Esther Tusquets en sus memorias. Desde tiempo atrás, las grandes editoriales dejaron de priorizar la calidad de las obras, apostando por las posibilidades de venta, y con su fuerza arrastraron a otras más pequeñas; dicho de otro modo: las empresas apuesta por valores seguros. Del mismo modo los autores no escapan de ser parte responsable, pues ¿cuándo tantos y tantas dejaron de escribir de dentro afuera? ¿Cuándo decidieron servir a los “criterios de venta”, en busca de fama y de dinero inmediato? Entonces, ¿cómo pedirles a las librerías que sean distintas a lo único o poco que les han permitido ser?


Librería Galí (1876-2006). Fuente: El correo gallego

(1) Alejandro Pérez Lugín: La casa de la Troya. Ediciones Koty, Madrid, 2000.

(2) Max Aub: La gallina ciega. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2021.

(3) Ramón del Valle-Inclán: La lámpara maravillosa. Espasa libros, Barcelona, 2011.

(4) Esther Tusquets: Confesiones de una editora poco mentirosa. Ediciones B, Barcelona, 2012.

2 comentarios:

  1. Oh, Toño, acabo de descubrir esta novela tuya, que imagino inspirada en Mizoguchi o algún lejano cineasta nipón. Un abrazo. Tú nuevo escrito de las librerías de antaño y la presencia constante de Santiago es una preciosisad

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    1. Gracias por tus palabras, Francisco, y por dejarlas aquí en el blog. Sí, el cine japonés está presente en mi novela. Mizoguchi es uno de los referentes, como también pueda serlo Kurosawa, quizá este más, la novela histórica de Walter Scott y “La isla del tesoro” de Stevenson, incluso el cine de John Ford...

      Un abrazo

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