lunes, 16 de septiembre de 2024

Maruja Mallo y el desorden

Me intereso por la obra de Maruja Mallo cuando una amiga me descubre Antro de fósiles (1930); el cuadro me impacta y, desde ese momento, el nombre de la pintora se graba en mi memoria. Inconsciente del proceso que sigue —supongo que, a medida que su nombre y su obra reaparece ante mí, la curiosidad se hace más fuerte—, siento el deseo de conocer más sobre esta figura inusual ya no solo en la pintura, sino en su época, quizá lo sería en cualquier época. De nombre Ana María Gómez González, Maruja Mallo nace en Viveiro (Lugo) en 1902 sin saber que su futuro le depara convertirse en una de las mujeres más transgresoras de su época, en la pintora más representativa de la generación del 27 y en una de sus figuras señeras, ya no solo por su arte, sino por su carácter independiente, estrafalario y jovial, que no a todos gusta. Su espíritu libre, juerguista, viajero, despunta en sus primeros tiempos en Madrid, adonde se traslada en 1922 para estudiar Pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la Academia tiene por compañero a Dalí, por entonces un estudiante de pintura incansable. Era tiempo de vanguardias, de surrealismo. ¿Y qué otro estilo mejor que este que preconiza la ruptura con el orden para una mujer del carácter de Maruja? El “desorden”, el poner el mundo patas arriba, le abre las puertas para desarrollar un universo creativo y expresivo de su rebeldía, donde plasmar sus inquietudes e ideas. Su primera exposición individual la realiza en 1928, en la sede de la Revista Occidente, editada por Ortega y Gasset, y en la que sus compañeros poetas de generación, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José María Cossio y José Bergamín, entre otros, publican versos en homenaje a Góngora, en el tercer centenario de su nacimiento.


El estilo surrealista de la pintura de Mallo pasa por dos etapas. En la primera predomina el color y en la segunda las sombras y el desequilibrio se hacen fuertes. Como a la mayoría de los integrantes de la generación del 27, a esta practicante de la igualdad genérica, defensora del amor libre, compañera inseparable de Alberti, hasta que el poeta gaditano conoce a María Teresa León, asidua de <<aquel Madrid!>> evocado por Pablo Neruda en sus memorias, el levantamiento de julio de 1936 la posiciona hacia el lado republicano. Obviamente, una mujer indomable como Maruja, amante de su libertad, no casa con el orden que se rebela contra el Frente Popular, por entonces al mando de una República que, desde su advenimiento, semeja navegar a la deriva, amen de recibir palos de uno y otro lado. La derrota republicana, depara el exilio de miles. El suyo dura un cuarto de siglo. Como tantos, Maruja se exilia en Sudamérica (Uruguay, Argentina, Chile), también en Nueva York. En 1964, regresa a España y ya el olvido parece envolverla hasta que, ya en la democracia, en 1982, recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. En la actualidad, su figura y sus obras recuperan su lugar; y sus cuadros, Canto de las espigas (1939), probablemente su obra preferida, La verbena (1927), Tierra y excrementos (1932) o Antro de fósiles (1930), entre otros de los suyos, pueden contemplarse en el Museo Reina Sofía.

Antro de fósiles 

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