<<Siempre he creído que un poema no es largo ni corto, que el escribir de un poema, como su vivir, es un poema. Todo es cuestión de abrir o cerrar.
El poema largo con asunto épico, vasta mezcla de intriga jeneral de sustancia y técnica, no me ha atraído nunca; no tolero los poemas largos, sobre todo los modernos, como tales, aun cuando, por sus fragmentos mejores, son considerados universalmente los más hermosos de la literatura.
Creo que un poema no debe carpintear para “componer” más estenso un poema, sino salvar, librar las mejores estrofas y quemar el resto…>>
Juan Ramón Jiménez (1)
Tentado a escribir Ximénez, resistiré la tentación y escribiré su apellido Jiménez, con la J de Juan Ramón, el poeta de Moguer (Huelva), cuyo uso de la letra j, indiferente a que la palabra se escribiera académicamente con gi o ge, es marca del autor de Leyenda, como lo fue el empleo de la s en palabras que deberían ir con x. Era su forma de singularizarse en la grafía, pero, sin duda, donde este jenio lírico alcanzó mayor singularidad y gracia fue en su poética y su prosística, pues prosa también escribió, aunque haya quien la ignore o la relegue al olvido, que es aquel lugar donde en el hoy, por ignorancia popular, la mayoría sitúa también la poesía del onubense, aunque no parece suceder lo mismo con su nombre ni con su premio Nobel de Literatura. En 1956 le fue concedió por <<su lírica, que en el lenguaje espiritual constituye un ejemplo de elevado espíritu y pureza artística.>> La ceremonia de premios tuvo lugar el 25 de octubre, tres días después moría su mujer, Zenobia Camprubí, su compañera durante cuarenta años, con quien se había casado en Nueva York, el 2 de marzo de 1916. No cabe duda de que Zenobia, emprendedora, también escritora, traductora de Tagore y profesora universitaria, había sido fundamental y vital para el escritor. Recordaba María Teresa León que <<Si Juan Ramón era el hilo de la más alta poesía española, si era el padre de la generación estupenda que nació después del año 1920, en España, Zenobia era para Juan Ramón la urdimbre. En su fuerza segura se trenzaba la existencia diaria de Juan Ramón>>, (2) quien fallecía apenas un año y medio después de su amada; también en el exilio portorriqueño. El 5 de junio de 1958, los restos de la pareja fueron trasladados al pueblo natal del poeta y al día siguiente recibieron sepultura en el cementerio que el escritor recorre y evoca en vida...
El autor de Platero y yo, de las suyas su obra más popular, nació en Moguer en 1881. Por entonces era tiempo de restauración borbónica. Alfonso XII se coronaba rey de España en 1874, tras el descalabro que supuso la Primera República, que derivó en nuevos enfrentamientos, cantonalistas, monárquicos y carlistas, en una centuria que inspiró a Galdós sus Episodios Nacionales. Nada presagiaba que otra República pudiese volver, aunque republicanos todavía quedaban y más estaban por aparecer. El propio Juan Ramón sería un defensor de la Segunda y por ello viviría el exilio consecuencia de la derrota. Zenobia y él salieron de España, en agosto de 1936, para, muy a su pesar, no regresar en vida. Pero eso sería más adelante, en otro siglo ya pasado. Y en uno anterior, en el XIX, en sus postrimerías, se produjo la pérdida definitiva del imperio español de ultramar. Corría el año 1898 y Juan Ramón, de diecisiete años, ya había escrito sus primeras páginas. <<Yo empecé a escribir a mis 15 años, en 1896. Mi primer poema fue en prosa y se titulaba “Andén”; el segundo, improvisado una noche febril en que estaba leyendo “Rimas” de Bécquer, era una copia auditiva de alguna de ellas, alguna de las típicas rimas con agudos; y lo envié inmediatamente a “El Programa”, un diario de Sevilla, donde me lo publicaron al día siguiente>>. (3) Era el principio artístico de quien no ubico en el mismo grupo de los Baroja, Maeztu y Azorín, ni acerco a los Machado, Antonio y Manuel, a quienes no dudó en expresar su admiración por sus obras poéticas, y su crítica cuando así lo sintió. Dejó escrito, Juan Ramón, que por aquellos primeros tiempos literarios sus lecturas eran <<Bécquer, Rosalia de Castro y Curros Enríquez, en gallego los dos, cuyos poemas traducía y publicaba yo frecuentemente; Mosén Jacinto Verdaguer, en catalán, y Vicente Medina, que acababa de revelarse, con pase crítico de Azorín, entonces todavía José Martínez Ruiz, en el semanario “Madrid cómico”, y cuya siempre maravillosa “Cansera” me sabía yo de memoria>>. (4) También habló de su peor necesidad: <<el aislamiento absoluto de todo lo vivo, para mi trabajo, no para mi creación>>. Se alejaba del mundanal ruido. No era poeta de grupo ni de café, ni de un movimiento concreto, aunque no fuese ajeno al modernismo y su obra se desarrolle contemporánea a los autores del novecentismo, aquel grupo en el que se ubica la generación del 14, la de Ortega, Azaña, Marañón y Pérez de Ayala, en la que también, por edad, podría pertenecer Ramón Gómez de la Serna, aunque este también iba por libre creando greguerias y, a la par de Julio Camba y Fernández Flórez, cada uno a su manera, poniendo una nota de impagable humorismo a la literatura española de la época.
Apunta Ian Gibson en su libro Cuatro poetas en guerra que <<Juan Ramón Jiménez es un alma infantil que vive con nostalgia perenne el recuerdo de sus primeros años onubenses y que, por ello, se siente cercano a los niños. De salud precaria desde su adolescencia, ha pasado media vida en sanatorios y es un redomado neurótico. Gracia a Zenobia Camprubí, la compañera insustituible que se ocupa de todos los detalles prácticos de su vida, ha logrado seguir creando, sin hundirse definitivamente en la depresión que siempre le amenaza. Pero continúa siendo de una fragilidad síquica que asusta a todos los que le conocen.>> (5) Lo que es seguro es su aislamiento, su falta de vida mundana, su hipocondría, preferencia a apartarse de un entorno que si bien le admira, la mayoría de los jóvenes poetas reciben su influencia y la de Darío, siente el rechazo del éxito. Juan Ramón apenas vende su poesía, no recibe el pago que merece y se pasa prácticamente toda su vida a dos velas. Injusto para alguien que creía en una sociedad en la que cada individuo trabajase en lo que le gustase, lo que precipitaría un estado de armonía. Obviamente, es una utopía, pero me gusta la imposibilidad que desea el poeta, que ve como otros de menor talento ganan dinero con versos inferiores a los suyos. Probablemente, esta realidad le contraríe y disguste. En todo caso, Juan Ramón es mundo aparte y se aparta del mundanal ruido para entregarle a la humanidad sus versos y su prosa…
(1) Juan Ramón Jiménez: del prólogo de Espacios. Recogido en Lírica para una Atlántida. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1999.
(2) María Teresa León: Memoria de la melancolía. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2021.
(3) (4) Juan Ramón Jiménez: Poesía y prosa. RBA Editores, Barcelona, 1995.
(5) Ian Gibson: Cuatro poetas en guerra. Editorial Planeta, Barcelona, 2007.
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