domingo, 15 de septiembre de 2024

Pablo Neruda y Caballo Verde (Anotado)

Caballo Verde, por Pablo Neruda*

<<Con Federico y Alberti, que vivía cerca de mi casa en un ático sobre una arboleda, la arboleda perdida, con el escultor Alberto, (1) panadero de Toledo que por entonces ya era maestro de la escultura abstracta, con Altolaguirre y Bergamín; con el gran poeta Luis Cernuda, con Vicente Aleixandre, poeta de dimensión ilimitada, con el arquitecto Luis Lacasa, con todos ellos en un solo grupo, o en varios, nos veníamos diariamente en casas y cafés.

De la Castellana o de la cervecería de Correos viajábamos hasta mi casa, la casa de las flores, en el barrio de Argüelles. Desde el segundo piso de uno de los grandes autobuses que mi compatriota, el gran Cotapos, (2) llamaba “bombardones”, descendíamos en grupos bulliciosos a comer, beber y cantar. Recuerdo entre los jóvenes compañeros de poesía y alegría a Arturo Serrano Plaja, poeta; a José Caballero, pintor de deslumbrante talento y gracia; a Antonio Aparicio, que llegó de Andalucía directamente a mi casa; y a tantos otros que ya no están o que ya no son, pero cuya fraternidad me falta vivamente como parte de mi cuerpo o substancia de mi alma.

Aquel Madrid! Nos íbamos con Maruja Mallo, la pintora gallega, por los barrios bajos buscando casas donde venden esparto y esteras, buscando las calles de los toneleros, de los cordeleros, de todas las materias secas de España, materias que trenzan y agarrotan su corazón. España es seca y pedregosa, y le pega el sol vertical sacando chispas de la llanura, construyendo castillos de luz con la polvareda (3). Los únicos verdaderos ríos de España son sus poetas; Quevedo con sus aguas verdes y profundas, de espuma negra; Calderón, con sus sílabas que cantan; los cristalinos Argensolas; Góngora, río de rubíes.

Vi a Valle-Inclán una sola vez. Muy delgado, con su interminable barba blanca, me pareció que salía de entre las hojas de sus propios libros, aprendido por ellas, con un color de páginas amarilla.

A Ramón Gómez de la Serna lo conocí en su cripta de Pombo, y luego lo vi en su casa. Nunca puedo olvidar la voz estentórea de Ramón, dirigiendo, desde su sitio en el café, la conversación y la risa, los pensamientos y el humo. Ramón Gómez de la Serna es para mi uno de los más grandes escritores de nuestra lengua, y su genio tiene de la abigarrada grandeza de Quevedo y Picasso. Cualquier páginas de Ramón Gómez de la Serna escudriña como un hurón en lo físico y en lo metafísico, en la verdad y en el espectro, y lo que sabe y ha escrito sobre España no lo ha dicho nadie sino él. Ha sido el acumulador de un universo secreto. Ha cambiado la sintaxis del idioma con sus propias manos, dejándolo impregnado con sus huellas digitales que nadie puede borrar.

A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy callado y discreto, dulce y severo árbol viejo de España. Por cierto que el maldiciente Juan Ramón Jiménez, viejo niño diabólico de la poesía, decía de él, de don Antonio, que este iba siempre lleno de cenizas y que en los bolsillos solo guardaba colillas.

Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española. Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es de gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra.

Los jóvenes —García Lorca, Alberti, así como Jorge Guillén y Pedro Salinas— eran perseguidos tenazmente por Juan Ramón, un demonio barbudo que cada día lanzaba su saeta contra este o aquel. Contra mí escribía todas las semanas en unos acaracolados comentarios que publicaba domingo a domingo en el diario El Sol. Pero yo opté por vivir y dejarlo vivir. Nunca constaté nada. No respondí —ni respondo— las agresiones literarias. (4)

Stephen Spender y Pablo Neruda sentados a derecha e izquierda de Manuel Altolaguirre durante la inauguración del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Valencia, 1937. La fotografía fue tomada por Walter Reuter (1906-2005)

>>El poeta Manuel Altolaguirre, que tenía una imprenta y vocación de imprentero, llegó un día por mi casa y me contó que iba a publicar una hermosa revista de poesía, con la representación de los más alto y lo mejor de España.

—Hay una sola persona que puede dirigirla —me dijo—. Y esa persona eres tú.

Yo había sido un épico inventor de revistas que pronto las dejé o me dejaron. En 1925 fundé una tal Caballo de Bastos. Era el tiempo en que escribíamos sin puntuación y descubríamos Dublín a través de las calles de Joyce. (5) Humberto Díaz Casanueva usaba entonces un suéter con cuello de tortuga, gran audacia para un poeta de la época. Su poesía era bella e inmaculada, como ha seguido siéndolo per sécula. Rosamel del Valle se vestía enteramente de negro, de sombrero a zapatos, como debían vestirse los poetas. A estos dos compañeros próceres los recuerdo como colaboradores activos. Olvido a otros. Pero aquel galope de nuestro caballo sacudió la época.

—Sí, Manolito. Acepto la dirección de la revista.

Manuel Altolaguirre era un impresor glorioso cuyas propias manos enriquecían las cajas con estupendos caracteres bodónicos. (6) Manolito hacía honor a la poesía, con la suya y con sus manos de arcángel trabajador. El tradujo e imprimió con belleza singular el Adonis de Shelley, elegía a la muerte de John Keats. Imprimió también la Fabula del Genil, de Pedro Espinosa. (7) Cuánto fulgor despedían las estrofas áureas y esmaltinas del poeta en aquella majestuosa tipografía que destacaba las palabras como si estuvieran fundiéndose de nuevo en el crisol.

De mi Caballo Verde salieron a la calle cinco números primorosos, de indudable belleza. Me gustaba ver a Manolito, siempre lleno de risa y de sonrisa, levantar los tipos, colocarlos en las cajas y luego accionar con el pie la pequeña prensa tarjetera. A veces se llevaba los ejemplares de la edición en el coche-cuna de su hija Paloma. Los transeúntes lo piropeaban:

—Qué papá tan admirable! Atravesar el endiablado tráfico con esa criatura!

La criatura era la Poesía que iba de viaje con su Caballo Verde. La revista publicó el primer nuevo poema de Miguel Hernández, y, naturalmente, los de Federico, Cernuda, Aleixandre, Guillén (el bueno, el español), (8) Juan Ramón Jiménez, neurótico novecentista, seguía lanzándome dardos dominicales. A Rafael Alberti no le gustó el título:

—Por qué va a ser verde el caballo? Caballo Rojo, debería llamarse. (9)

No le cambie el color. Pero Rafael y yo no nos peleamos por eso. Nunca nos peleamos por nada. Hay bastante sitio en el mundo para caballos y poetas de todos los colores del arco iris.

El sexto número de Caballo Verde se quedó en la calle Viriato sin compaginar ni coser. Estaba dedicado a Julio Herrera y Reissig (10) —segundo Lautréamont de Montevideo— y los textos que en su homenaje escribieron los poetas españoles, se pasmaron ahí con su belleza, sin gestación ni destino. La revista debía aparecer el 19 de julio de 1936, pero aquel día se llenó de pólvora la calle. Un general desconocido, llamado Francisco Franco, se había rebelado contra la República en su guarnición de África.>> (11)

*Pablo Neruda: Confieso que he vivido. Memorias. Editorial Planeta, Barcelona, 1977.


Notas

(1) Pablo Neruda se refiere al escultor toledano Alberto Sánchez Pérez, figura clave de la vanguardia española. Para más información, dejo el siguiente enlace: https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/alberto-1895-1962

(2) Acario Cotapos (1889-1969). <<También Acario Cotapos era músico, pero de vanguardia, lleno de sorpresas. El Acario Cotapos que yo tengo en esta memoria pálida que me va quedando es el chilenito extraordinario, inmóvil después de un accidente grave, a quienes sus amigos han regalado el departamento donde hoy todos van a encontrarlo.>> (María Teresa León: Memorias de la melancolía. Sobre este compositor chileno, aquí: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3271.html

(3) Neruda, aparte de su gusto por el tópico, parece desconocer España y reducirla, por lo que deduzco, a la meseta castellana y a parte del suelo andaluz, tal vez a zonas (semi)desérticas del sureste peninsular y de las islas más orientales de Canarias. Una reducción similar sucede al inicio de Tierra de España (Spanish Earth, 1937), el prestigioso documental realizado por Joris Ivens —y narrado por Ernest Hemingway— durante la guerra civil. En todo caso, el conjunto cultural y paisajístico de la península ibérica (la Hispania romana) abarca mayor amplitud que la evocada por el poeta chileno y por el cineasta holandés.

(4) En estos párrafos, Neruda ajusta cuentas por la crítica hacia su obra (la realizada hasta entonces), que no gustaba al de Moguer (Huelva), autor de las caricaturas recogidas en Españoles de tres mundos; en una de las cuales, la dedicada al poeta chileno, expone su opinión sobre la poesía Neruda. Aparte de genio indiscutible de la poesía en lengua castellana, Juan Ramón fue un hombre crítico. Lo era honesto, por devoción y por naturaleza; no pretendía caer simpático ni hacer grupo; menos aún dorar la píldora a nadie. <<Yo no he visto nunca Neruda sino en fotografía, en escultura o en dibujo. Hago su caricatura estando él vivo, contra mí norma, porque lo he oído por teléfono cantar contra mí en coro de necios y beodos, cuando yo no quise firmar su desairado documento de respuesta a Vicente Huidobro. Que luego se cambió por otro que yo hubiera firmado, porque no había motivo para que la Revista Occidente rechazara los consabidos versos de Neruda. (No quise firmarlo porque ni Huidobro ni Neruda ni Lorca tenían razón en lo peor de todo aquello. Por ser honrado con los tres, Neruda me cantaba, con los varios suyos de entonces, coplas soeces por teléfono. Yo le digo sin soecia lo que es para mí como escritor, por ser honrado con él y conmigo.)>> (Juan Ramón Jiménez: Españoles de tres mundos) Otro genio de carácter era Baroja, pero esa ya es otra personalidad y otra historia. Por supuesto que el chileno no responde las agresiones literarias, solo las trae a colación cuando, supongo, regresan y escuecen mientras él omite su parte y escribe, en 1972, Confieso que he vivido, título que me suena un tanto petulante. Con todo, hay pocas memorias que se acusen, que se sinceren hasta que sangre el alma. Las hay que, tras ligera autocrítica, disimulan su intención de lucir ante sus contemporáneos con uno ojo puesto en la posteridad. Neruda se quiere el héroe de las suyas, pero ¿quién no es el héroe o la heroína de sus memorias?

(5) El irlandés James Joyce ambienta su famosa novela Ulises en el Dublín de los años veinte. Pinchando aquí, el comentario que compartí en el blog: https://vadevagos.blogspot.com/2022/12/joyce-y-beach-la-edicion-de-ulises.html?m=1

(6) Con “caracteres bodónicos”, el poeta se refiere a los tipos de letra (con finos adornos) diseñados por Giambattista Bodoni (1740-1813) a fines del siglo XVIII.

(7) <<el paso por Antequera, donde mientras nos abastecíamos de nafta me recité en silencio octavas de la Fábula del Genil, de Pedro Espinosa, el gran poeta clásico allí nacido>> (Rafael Alberti: La arboleda perdida)

(8) El otro Guillén (se supone que el malo o el feo), sería el poeta y periodista cubano Nicolás Guillén, uno de los autores más reconocidos de las letras cubanas, a quien Altolaguirre publicó su libro Poema en cuatro angustias, después de que el cubano viajase a España en 1937, para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que también participó Neruda, entre otros muchos grandes nombres de la literatura.

(9) Neruda sería elegido senador de la República de Chile en 1945, ya siendo miembro del partido comunista chileno; y Alberti estaba afiliado al PCE y era secretario general de la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la guerra civil. Por su filiación y su ideología, Alberti prefería el nombre “Caballo Rojo”.

(10) Julio Herrera y Reissig, poeta uruguayo del romanticismo tardío. Información en https://www.cervantesvirtual.com/portales/julio_herrera_y_reissig/autor_apunte/

(11) En aquel primer momento, la rebelión militar no tenía un líder claro. Su planificador había sido el general Emilio Mola, que se las había arreglado para meter en la misma revuelta a carlistas, monárquicos y falangistas; y la cabeza visible iba a ser Sanjurjo, tal vez fuese una figura de paja, pero falleció en el accidente aéreo que debía transportarle a España desde Lisboa, donde vivía su exilio tras el fallido levantamiento de 1932. En cuanto a Franco, no era ningún desconocido: <<El “Anuario Militar” de 1936 situaba a Franco solo en el puesto número veintitrés en cuanto a antigüedad entre los generales de división, y a cuanto a años de servicio se veía superado por Cabanellas, Queipo y Saliquet, aunque ningún otro tenía la misma experiencia en guerra y el mismo prestigio militar, ni tampoco igual tacto político ni la misma influencia exterior […] No solo el nombre de Franco era el mejor conocido entre los generales rebeldes, sino que se lo asociaba menos directamente con la actividad política, odiosa para la opinión española no extremista>>, dice Stanley G. Payne en su libro sobre el dictador, Franco, el perfil de la historia, que, entrando de cabeza en “la actividad política”, asumió el mando de la rebelión el 1 de octubre de 1936; y ya no lo soltó hasta su muerte en 1975, después de casi cuatro décadas de dictadura.





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