lunes, 23 de septiembre de 2024

Hojas sueltas

Fotograma de The Square (Ruben Östlund, 2016)

Viene a la ocasión un viejo “chiste de Jaimito”, en el que el profesor le pregunta qué es el arte y él le responde que “helarte es morirte de frío”. No le falta razón al niño, ¿quién puede contradecirle? Pensando en el arte, no pocas veces me he quedado helado. Tampoco tengo una respuesta precisa para definir algo que es más que su forma y su idea, algo que se me antoja inabarcable o, al menos, que se escapa a la medida común y que no siempre puede racionalizarse. Nos dicen que lo que se expone en un museo de arte es arte, ¿lo es? Lo dudo, por mucho que el complemento de régimen que determina el tipo de local lo afirme, como dudo que todo aquel o aquella a quien se califique de artista lo sea por el hecho de decirlo; aunque exista quien intente discutir mis dudas al respecto de ambos casos, también dudo que me convenciese de lo contrario. Hace años que esa idea de arte ausente, salvo por el sustantivo empleado, me invade cuando, por ejemplo, entro en alguna sala de exposiciones. Lo mismo valdría para la música, hoy más cercana a las voces y sonidos enlatados; el cine, al que un propagandista o alguien optimista dio en llamar séptimo arte; o cuando acudo a un teatro y descubro que ni los personajes aplaudirían a su autor. En más visitas de las esperadas, no encuentro una obra o un montaje que sacuda mi realidad temporal y me despierte de la apatía hacia la que todo conformismo tiende. ¿Cómo iba a hacerlo aquella sucesión de hojas de libreta de tamaño DIN A-5 que alguien había pegado en la pared de un museo de arte contemporáneo? Eran diez o doce hojas arrancadas, amarillentas, repletas de palabras escritas a bolígrafo en líneas que apenas podían leerse. Quizá la leyenda que las acompañaba indicase que el conjunto de la obra aludía al paso del tiempo, a la resistencia del ayer en el hoy, a la transformación del espacio rayado a voluntad del artista, a la defensa numantina de la escritura manual en un mundo ya digital o a un recorrido introspectivo del autor o autora por su caligrafía; o a cualquier otra cuestión que les diese por indicar a los responsables de la exposición. No lo recuerdo; pero el caso es que allí estaban las hojas sueltas y por su estar allí adquirían (y presumían) un estatus que no se le concede al resto de hojas escritas y arrancadas de las espirales de las libretas.

Fotograma de The Square

¿Surrealista? No, contemporáneo. Al instante, mi mirada se cruzó con la de mi acompañante y, en la suya, leí un pensamiento similar al mío. Una sonrisa cómplice y burlona se dibujó en nuestras mentes, pues ambas sospechaban que el arte que se le atribuía no le era intrínseco. Sin mediar palabra, nos dijimos que no era suyo, su supuesta naturaleza artística no nacía de su mano creadora sino del lugar donde se encontraba. Aquel momento me corroboraba lo que ya había sentido e intuido en ocasiones anteriores, una vez más, me dije que en los museos o en otros espacios artísticos no siempre encuentro obras de arte, o aquello que podría considerar como tal. En aquellas hojas sueltas, aunque para la leyenda museística tuviesen cohesión y explicación, no había nada que me transmitiese ni que me desubicase, situándome fuera de mí —sin que por ello tuviera que abandonar mi cuerpo, al que estoy muy apegado y entregado en alma—, dejándome a la deriva en un instante entre la realidad que observo y la idea que me trastoca emocionalmente. No se había establecido la conexión emocional entre objeto observado y sujeto que observa. ¿Dónde está ese algo orgásmico del que tanto hablan los “presumidores” de consumir arte? Acaso ¿se consume? ¿Y ese flechazo que debería llevarme a un lugar sensorial y emotivo donde nunca he estado antes? ¿A esto llamaré arte? ¿Lo es? Ante una obra de arte, consciente de que no todas las que se dicen artísticas lo son, por el hecho de que alguien así lo señale, el espacio que me separa de ella desparece. La obra, que es mucho más que el resultado físico para quien le da forma, un mucho más que a veces ni él o ella podría explicar, se transforma en cada mente que la contempla en sensitiva —sus formas expresivas— y emocional —que depende de cada individualidad—. En esa intimidad sensible y emotiva nace mi idea de arte, imposible sin la conexión entre el creador, el objeto y el sujeto a quien se desvela la belleza generándole un estado emocional chocante, en el que chocan las subjetividades de quien crea (siempre presente en su obra) y la de quien es testigo de la creación. A lo largo de la historia se ha intentado definir qué es el arte, Jaimito dio su fría y racional respuesta, y otros muchos hicieron lo propio, del mismo modo que en el devenir histórico se han sucedido momentos de mayor y de menor esplendor artístico. Esto parece inevitable: a Grecia le sucedió Roma, al medievo (prerrománico, romántico y gótico), el renacimiento, al barroco, el rococó y,… bajones y subidones en continuo oleaje que alcanza el hoy del que sospecho, pues no lo puedo afirmar al carecer de una perspectiva global del ahora en el que vivimos; artísticamente, uno de los momentos bajos, pero esto no quiere decir que no vaya a elevarse el nivel del que gozamos, fruto de la vulgaridad, de la repetición, del carácter comercial y del dudoso gusto, de la idea de que todo puede ser arte, incluso los inodoros, los zurullos y las hojas sueltas…

Fotograma de The Square


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