martes, 24 de septiembre de 2024

El empleo (1961)

En Ermmano Olmi se da un humanismo cristiano, católico, aparentemente inusual en el cine de la década de 1960 en adelante, pero que nada tiene ni de extraño ni de imposto en él. Se trata del modo de mirar y de pensar que arraiga en el cineasta desde su niñez y que madura a lo largo de los años para dar su fruto cinematográfico en una obra fílmica que centra su mirada en las personas, en su situación y en su relación con el mundo al que pertenecen. Es, ante todo, un cineasta humanista que observa, que prioriza y recrea las relaciones humanas que el individuo establece con su entorno, con sus semejantes y con su tiempo. De ahí que el cine de Olmi sea un cine de vida, más allá del cristianismo y del realismo que se le atribuye. A menudo, toma Lombardía —Milán (ciudad a la que se trasladó de niño) y alrededores— como escenario, así sucede en el pasado de El árbol de los zuecos (L’albero degli zoccoli, 1978) o en la contemporánea El empleo (Il posto, 1961), dos de sus films más reconocidos: el segundo le situó en el panorama cinematográfico internacional, al ser premiado en Venecia; y el primero le proporcionó la Palma de Oro en Cannes. En ambas recrea cotidianidad y en ninguna de ellas resulta sonriente; al contrario, Olmi no esconde las miserias. Su intención es desvelar, no tapar. En El empleo sigue la cotidianidad de su joven e ingenuo protagonista desde que este se presenta a las pruebas para entrar a trabajar en una gran empresa. Es uno más entre decenas de candidatos que, probablemente, vivan existencias similares, resignados, obligados, ingenuos, esperanzados…

Minucioso, pero sin entrometerse en la narración ni insistir, Olmi despoja su película de efectismos y de adornos y relata la cotidianidad del protagonista en su acceso al mundo laboral y a su primer amor sin necesidad de apelar a los sentimientos ni a las emociones. No quiere adulterar ni pretende condicionar, sino mostrar. Lo primero que expone en la pantalla es el hogar: la situación familiar y económica en la que vive el muchacho. Se comprende la necesidad que le obliga a acudir a la sede de la empresa donde participa en las pruebas de acceso. Allí, en un edificio impersonal, donde los ordenanzas tratan con deferencia a los ingenieros y con indiferencia, e incluso con altivez, al tímido y hasta sumiso protagonista, conoce a una joven que también ha acudido a las pruebas laborales. Apenas es un instante compartido, la hora de comer y el paseo que les lleva de regreso al edificio, pero es tiempo suficiente para que Olmi exponga varias ideas. Por una parte, la ingenuidad y la aceptación del joven. <<Mi padre dice que en estas grandes empresas, los salarios no son gran cosa, pero son empleos seguros para toda la vida>>, le comenta el joven que, sin saberlo, vive en la resignación que también ella siente. Y por otra, la realidad de la chica, que le comenta que, una vez casada, tendrá que dejar el mundo laboral. Su necesidad les acerca, y su juventud les atrae. Comparten ese instante, que a él se le antoja lo mejor de la jornada, en la que intiman a la espera de regresar al edificio y proseguir con la selección.

Ambos consiguen un puesto laboral en la empresa, pero, al día siguiente, a él lo envían fuera de la central, lo que supone que ya no se encuentren, pero el otro interés es el encuentro del joven con la realidad que va descubriendo, una realidad laboral de la que nadie le había hablado y que dista de ser idílica; más bien, descubre que se trata de lo contrario. Lograr el puesto de trabajo es una “obligación” social y un “triunfo” que le asegura un sueldo y la supuesta seguridad laboral para toda la vida de la que habla el padre. Todavía es joven, con sueños que, probablemente, se marchitarán sentado en una oficina que esconde otra realidad: la sensación de “derrota” y de sometimiento que se suaviza con un sueldo que no aparta la miseria; ni del saberse sin libertad para elegir ni para realizarse tanto personal como profesionalmente. ¿Su vida le pertenece o pertenece a la empresa? Condicionado por la premura de un salario fijo que le permita ayudar a cubrir las necesidades básicas de la familia —comida, techo, vestimenta que le proteja de las inclemencias atmosféricas y morales—, el protagonista de El empleo se ha visto obligado a renunciar a sus estudios y acudir a ese ámbito empresarial al que dará las mejores décadas de su vida, a cambio de un mínimo que, al nunca ser suficiente, le hará continuar un día tras otro ejerciendo una labor que no le enriquece como persona, en un ambiente donde es uno más entre tantos prescindibles…



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