Fotograma de El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960)
Lo dudo, los humanos tenemos muchos rostros. Pero de lo que sí estoy convencido es que cualquier obra que se precie ha de nacer en el autor, de su relación con los espacios íntimos y sociales que vive, de su interpretación de sí mismo y de cuanto le interese, rodee y afecte; de su relación con las personas que le influyen y a las que influye, pero nunca desde la coacción de las modas ni de la industria que se proclaman cultura para ocultar su incultura o tal vez la deshonestidad de saber y no reconocer su sed de negocio. En este caso, honestidad sería reconocer que “cultura”, que es una experiencia viva, representativa, comunicativa, compartida, (antaño) diferenciadora de unos rasgos particulares más allá del idioma, no es un producto comercial, aunque se comercie con ella, ni una excusa de venta que eleve el producto a un grado que no existe salvo en el espejismo cultural que proyecta sobre las masas que lo consumen. La industria cultural es negocio y así debería decirse y anunciarse. ¿Qué habría de malo? Acaso ¿no se evitarían confusiones como la de meter en el mismo saco una composición de Bach y una base electrónica que se repite y repite para acompañar pareados que, siendo hijos del mayor conformismo, asumen ser el no va más contestatario?
Fotograma de El sirviente (The Servant, Joseph Losey, 1963)
Aparte de la muerte, ¿existe algo innegociable? Aparte de la vida, ¿existe algo revolucionario? Aunque haya quien se empeñe en que ha de ser el público potencial, las modas y las ventas las que guíen el proceso creativo, este no puede pertenecer si no al “creador”, que si bien sabe cuando empieza, ignora cuándo va a concluir su obra. Tampoco conoce de antemano los cambios que se producirán por el camino; y la experiencia me dice que los habrá, y no pocos. La creatividad literaria implica aislamiento. Se escribe en soledad, apartado del mundo al que se regresa de continuo. Enfrentándose a él y a uno mismo se construye un mundo imaginario, mas no por ello irreal, que nace de la destrucción de las barreras que llevemos a ese espacio (en apariencia) vacío que es un folio en blanco. Según quien lo miré se trata de espacio finito lleno de posibilidades, pero ni somos tan creativos como asumimos ser ni tan inteligentes como afirmanos. ¿Quién puede señalar sin error qué confirma y generaliza tal afirmación? ¿La capacidad de solucionar problemas? La solución de uno abre a mil más; lo cual invita a pensar que quizá la solución no es vital ni lo prioritario se encuentre en resolverlos sino en comprenderlos y plantearlos. Así nace la necesidad de plantear y comprender nuestras relaciones emocionales, individuales, sociales y espaciales, cuanto somos y cuanto nos rodea. Nace la comunicación y el desarrollo lingüístico y matemático, pero ¿es suficiente para afirmarnos inteligentes? A lo sumo se trata de una inteligencia relativa. Basta leer la expresión escrita o escuchar voces hablar sin decir, ya no digo pedir que nueve de cada diez individuos sepan cuando guardarse sus consejos, cómo reflexionarse o cómo resolver una ecuación de primer grado con signos negativos delante de las fracciones, para darse cuenta que aún vivimos en un común subdesarrollo intelectual y ya no me meto en el emocional, que ahí se entra en terreno pantanoso. No, la presunción de algo no es la realidad de lo presumido. Y saberlo, y reconocerlo, también es honestidad, que no deja de ser un punto de partida, diferente según el espejismo, y al tiempo una finalidad en constante reinicio…
Fotograma de La dama de Shanghai (The Lady from Shanghai, Orson Welles, 1947)
Aparte de la muerte, ¿existe algo innegociable? Aparte de la vida, ¿existe algo revolucionario?
ResponderEliminarOtro escrito personalísimo y autoreflexivo del autor que se desdobla en lector. Gracias Toño por abrir caminos
De nada, Francisco. Gracias a ti, por tus palabras
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