Como autor de Sakura (la flor del cerezo) ni puedo ni quiero analizarla de manera objetiva. No puedo porque sospecho que la objetividad, a la hora de valorar cualquier aspecto de la lectura, no deja de formar parte del subjetivo de quien lee. Y no quiero porque mi objetividad es la subjetividad que se disfraza para velar su naturaleza caprichosa y emocional. Y desde ella interpreto cuanto observo, escribo, leo y siento. Tras esta pequeña confesión y puede que mentira, que me ha servido de introducción, seré breve y diré que Sakura (la flor del cerezo) es una novela épica ambientada en el Japón del siglo XII, durante una época asolada por guerras que enfrentan a dos clanes (Taira y Minamoto) que aspiran a dominar la nación, en ese instante dividida. El conflicto, que sirve de excusa argumental, escapa al control de los contendientes y provoca que sufran las consecuencias de una contienda que solo concluirá cuando una de las dos familias implicadas asuma la regencia del trono imperial. Este enfrentamiento amenaza a la tranquila existencia del clan Kure, uno de los primeros grupos de samuráis que empiezan a surgir por el archipiélago, que se ve obligado a participar, como consecuencia de la traición de la que Akirosawa fue víctima años antes de que se inicie la acción en un primer capítulo que lo presenta en el campo de batalla, al lado de su hijo Toshiro, donde se intuye que ambos se encuentran condicionados por el código de honor que afecta a su paz interior y, como consecuencia, a su camino hacia el Munen (el equilibrio al que todo buen samurái aspira).
La narración también se centra en otros personajes, aunque padre e hijo son los ejes que vertebran la trama, en la que se producen constantes saltos temporales que permiten observar tanto su aprendizaje como su lucha, interna y externa, en la que participan de forma activa a pesar de sus deseos. Estos cambios de época ayudan a comprender que las situaciones vividas por ambos presentan similitudes, sin embargo sus reacciones son diferentes, como también lo son sus personalidades y su manera de entender la cotidianidad de sangre, miseria, lucha, amor y muerte en la que se descubren atrapados. A pesar de que la historia narrada en Sakura (la flor del cerezo) es ficticia, me tomé la libertad de incluir a varios personajes reales para que su marco histórico-temporal resulte veraz y preciso, como también empleé topónimos de la época para nombrar ubicaciones geográficas, de tal manera que Kyoto pasa a ser Heian o Kobe se denomina Fukuhara. Pero la trama también cruza el mar para mostrar a tres de sus protagonistas en suelo chino, donde se afianza su amistad y donde se producen hechos que condicionan el futuro de personajes que en ese instante aún no han nacido, aunque sí aparecido en las páginas de una novela con la que compartí tres años de investigación, escritura, lecturas, correcciones, más lecturas y nuevas correcciones, aunque también compartí entretenimiento, emociones y la ilusión de vivir la aventura que se desarrolla a lo largo de sus páginas, una odisea épica de la que no diré más, por si a algún lector o lectora le seduce la idea de iniciar el viaje sin aguardar a una improbable adaptación cinematográfica que desvele su desenlace.
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Me ha gustado mucho el libro. Me parece una gran historia que mezcla una historia de amor, aventura y guerra de forma muy ingeniosa.
ResponderEliminarEspero que pronto escribas otro.
Muchas gracias, me alegra que te haya gustado. Ahora me encuentro corrigiendo uno que acabo de finalizar y que no tiene nada que ver con sakura (la flor del cerezo), pero con lo vago que soy no sé cuando lo tendré preparado, aunque espero que sea lo antes posible.
EliminarOh, Toño, acabo de descubrir esta novela tuya, que imagino inspirada en Mizoguchi o algún lejano cineasta nipón. Un abrazo. Tú nuevo escrito de las librerías de antaño y la presencia constante de Santiago es una preciosisad
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