Como los mejores films de Carol Reed, Trapecio (Trapeze, 1956) es un drama de interioridades en conflicto. Cada uno de los componentes del trío protagonista sufre su lucha consigo mismo y con el entorno; ya se trate de la atracción-rechazo que Lola (Gina Lollobrigida) genera en Mike (Burt Lancaster), la necesidad de esta de medrar, sin plantearse la ética de los medios empleados, o la pérdida de ingenuidad de Orsini (Tony Curtis), cuya inocencia le hace ser la “víctima” perfecta para la arribista interpretada por Lollobrigida, pero es el personaje de Lancaster el único que parece padecer y sentir su interioridad, de modo que también es quien mantiene la función a flote. En la filmografía de Carol Reed abundan los conflictos emocionales y personales, las lealtades y los engaños, las pasiones y las traiciones, culpas y redenciones. En esos temas se encuentra lo mejor de su obra cinematográfica —Larga es la noche (Odd Man Out, 1946), El ídolo caído (The Fallen Idol, 1947) y El tercer hombre (The Third Man, 1948). Son films en los que los personajes adquieren el protagonismo absoluto y los espacios reflejan parte de su interioridad. Aunque no alcanza la genialidad de las nombradas, en Trapecio no es diferente. El espacio al que me refiero no es la pista del circo, sino a la altura donde cuelga el objeto que da título a un film en el que su trío protagonista mira arriba, aunque lo hagan con diferente mirada: ilusión, ambición, resurrección. Dos hombres, uno veterano y otro inexperto, y una mujer, arribista y manipuladora, forman un triangulo amoroso que amenaza romper la unidad formada por Mike y Orsini, la que han establecido para lograr el triple salto mortal que el segundo quiere conseguir y el primero enseñar.
La escena de apertura impresiona los créditos sobre el intento de triple salto mortal y la caída de Mike, que se salva gracias a la red de seguridad que hay bajo el trapecio, pero la malla no evita que su cuerpo impacte contra el suelo. Ese instante le aleja del trapecio y le provoca secuelas físicas y psicológicas —la cojera y el rechazo que luce cuando la acción avanza en el tiempo y se le descubre ejerciendo de aparejador en el circo. En ese instante es un hombre sin ilusiones, quizá viva auto compadeciéndose, en todo caso, distanciado, pero la llamada de la emoción y de las alturas vuelve a sonar cuando Orsini le pide que le enseñe el triple salto mortal. La aparición del joven trapecista resucita a Mike, le da alas. <<De que le sirve la vida a un pájaro, si no puede volar>>, dice Max (Johnny Puleo) resumiendo el estado del artista retirado, el personaje de mayor peso emocional de este film producido por la Hecht-Lancaster —productora con la que Burt Lancaster lograba libertad para escoger sus proyectos (y sus directores) y reservarse aquellos personajes que le permitiesen demostrar su nivel dramático— que supuso el primer contacto de Carol Reed con el cine comercial estadounidense.
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