viernes, 18 de septiembre de 2020

Larga es la noche (1947)


Antes de la guerra, Carol Reed ya había realizado películas tan logradas como El amor manda (Happy Holyday, 1938), pero fue tras la Segunda Guerra Mundial cuando enlazó una serie de títulos magistrales que da cuenta de su calidad como cineasta. La película que abre ese periodo de esplendor, Larga es la noche (Odd Man Out, 1947), es un soberbio y sombrío retrato humano, urbano y nocturno con el conflicto británico-irlandés de telón de fondo. Calles, locales, casas y personas, todos parecen estar atrapados entre dos antagónicos, pero también entre egoísmos y miserias propias y extrañas.


Su tono espectral y nocturno; sus personajes, las interpretaciones, la sensación de estar atrapados en una pesadilla, la imposibilidad de despertar y liberarse, la tensión y la subjetividad potenciadas por el estilo empleado por Carol Reed hacen de esta magistral película un film moderno que no se ancla en más tiempo que el de la interioridad humana. Tanto la oscuridad de la noche como la lluvia o la nieve responden más a un estado interno, espiritual, que al espacio urbano donde se desarrolla el drama existencial del fugitivo interpretado por un espléndido James MasonLarga es la noche desarrolla su trama en una sola jornada, la mayor parte durante la nocturnidad apuntada en su título en castellano. Frío, lluvioso y, avanzadas las horas, nevado, el ocaso temporal y vital expuesto por Reed es nervioso y alucinado —sombras, planos inclinados, espectros del pasado,... realzan tal sensación—, como dos años después lo será El tercer hombre (The Third Man, 1949), mezcla de pesadilla, traición, persecución, huida, pero también de pureza y amor. Es la noche de Johnny McQueen (James Mason) y de las personas que le buscan y de quienes se encuentra con él después del robo en la fábrica donde, tras un forcejeo durante la fuga, mata al empleado que le hiere de gravedad.


Todos los personajes se encuentran conectados en un espacio que les cerca y donde el miedo, la pobreza y la desconfianza les aconseja esconderse o desentenderse del prójimo, salvo si hay posibles beneficios. Entonces, como sucede con la ambiciosa confidente que traiciona a dos compañeros del fugitivo, la vida de un hombre no vale nada o vale oro. Theresa O’Brien (Maureen Delaney) no es la única que pone precio o pretende sacar tajada de vidas humanas, lo hacen aquellos que ven en Johnny su opción de mejora o el modelo trágico que pintar. Pero dónde
 hay miseria, también puede existir generosidad y amor, aunque solo por un instante, hasta que la pureza encuentre una salida que la lleve lejos de allí. Emociones y sentimientos positivos los hay en Kathleen (Kathleen Ryan), la muchacha que busca a Johnny por las calles de esa ciudad norirlandesa donde el enfrentamiento más importante se produce en la cotidianidad, en los hombres y las mujeres, en el rechazo a un acercamiento, en la ausencia de compasión y de caridad. <<...Si no tengo caridad, no soy nada>>, delira el protagonista ya avanzada su pasión, de la que no hay escapatoria. La huída a ninguna parte de Johnny se inicia mucho antes de esa noche lluviosa y nevada, se inicia en un tiempo anterior al expuesto en el film, así lo muestran las primeras imágenes. Lo descubren atrapado, cansado, escondido, desencantado. Ya no cree en un lucha armada, pero todavía cree que podría existir un mañana. Posiblemente, tal esperanza, está relacionada con Kathleen, la única a quien realmente importa el hombre, no el líder de la organización que nunca le dejará libre —<<mientras viva, Jonnhy pertenecerá a la organización>>, afirma Dennis (Robert Beatty)— ni el criminal perseguido por la policía, para la que —en palabras del jefe (Denis O'Dea)— no hay ni buenos ni malos, solo culpables e inocentes, ni el pecador que el padre Tom (W. G. Fay) quiere salvar...

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