miércoles, 23 de noviembre de 2022

Ennio Flaiano y la última auténtica batalla del teatro italiano

<<En cuarenta días Aldechi vendió ciento veinte mil entradas en Milán. Fue el no va más del éxito. En la napoleónica historia del TPI era normal que la glorificación predijera un desastre, y el desastre se llamó Un marziano a Roma. La comedia había sido escrita por Ennio Flaiano, quien, por milagro siempre inexplicable, se había sacudido de encima su proverbial pereza y nos había entregado el manuscrito con la más perfecta puntualidad. Un manuscrito un poco anómalo, iluminado por un sutil humorismo y deliciosos couplets lírico satíricos, en cambio —o, mejor, deliberadamente débil—, en estructura dramática. Cuando se le pidieron correcciones o retoques, Flaianno repuso con candor:

—Querido Vittorio, ya me ha maravillado haberla escrito. No me pidas ahora que la revise.

Llevamos, por tanto, a escena el texto intonso, al cual creíamos prestar un buen servicio montándole encima un espectáculo con gran riqueza de efectos, incluso demasiado cuidado y elaborado. Pero especialmente perjudicial fue la elección del lugar: habiendo abandonado la carpa por motivos de acústica, fuimos a parar a ese zaguán que era y sigue siendo el Teatro Lírico. Nos encontramos combatiendo (y esta vez el término hay que entenderlo literalmente) con la repulsión obtusa de un público sordo, reaccionario y moralista, entre el que se habían mezclado, por si fuera poco, un buen número de alborotadores sobornados por la dirección del más importante teatro milanés. Lo digo con conocimiento de causa, porque sorprendimos a un par de ellos en flagrante actividad, y confesaron la pequeña conjura.

El primer acto se desarrolló en un clima frío, pero sin incidentes dignos de mención. Unos débiles y convencionales aplausos respondieron a la primera bajada de telón, y recuerdo con angustiosa ternura la entrada de Flaianno, durante el entreacto, en mi camarín, rojo a causa de la emoción que trataba inútilmente de disimular.

—Me parece —balbuceaba—, me parece que la cosa marcha, que nos los llevamos de calle.

Nunca lo hubiera dicho. El primer cuplé del segundo acto fue saludado con silbidos y chist, y el encuentro del marciano con los intelectuales romanos produjo una andanada de pedorretas. Luego el caos durante dos horas: lanzamiento de objetos, pateo y espectadores que subían al proscenio a insultar a los actores. La representación se interrumpió y se reanudó luego mezclada con el maremagnum de la sala. En este clima los versitos finales que cantábamos en el escenario sonaron como la extrema provocación al público enfurecido:

Todo en el mundo se mueve

hacia un abrazo eterno;

incluso tocar el fondo

del éxito forma parte…

[Pateo, insultos.]

… Esta historia significa

todo y nada; es solo un rito.

Dadle sentido vosotros,

fingiendo haber comprendido.


Escándalo. Telón. Se había consumado la última auténtica batalla del teatro italiano.

Representamos el espectáculo durante algunas semanas, por punto de honor, por cabezonería, por solidaridad con Flaianno que, después de cada representación, se sometía a un humillante debate con una pandilla de bestias con ánimos de lincharle. Él decía que se divertía, pero yo sé que en aquella experiencia empezó a morirse un poco. Sin duda su adorable flema había sido muy sacudida por tanta estúpida y tosca hostilidad. En su estilo, se lo confesó a sus amigos, de regreso a Roma:

—No soy ya el mismo hombre —dijo—, el fracaso se me ha subido a la cabeza.>>

El Teatro Popolare Italiano (TPI), bajo la dirección de Vittorio Gassman, estrenó Un Marziano a Roma el 23 de noviembre de 1960, en el Teatro Lírico de Milán. Como recuerda el protagonista de Perfume de mujer (Profumo di donna, Dino Risi, 1974), el fracaso fue sonado, pero el ruido (y la furia) del público y de la crítica no resta ni suma calidad a ninguna obra, tampoco a esta, de las suyas, la preferida de Flaiano, solo ensordece y dificulta la recepción y la comprensión de cualquier posible mensaje. Veintitrés años después, en 1983 —Flaiano había fallecido en 1972—, la obra dio origen a la película que adaptaba su comedia satírica fantástica. El film, producido por la RAI, fue dirigido por Bruno Rasia y Antonio Salines, quien asumió el personaje de Kunt, el marciano, el mismo turista extraterrestre que había interpretado Gassman en la primera versión teatral. No sería consuelo para quienes los sufrieron, pero aquellos abucheos y silbidos hace tiempo que son silencio. No sucede lo mismo con Flaiano, una referencia intelectual, irónica y vital para su generación y sucesivas.

Quien durante años fue el contrapunto de Fellini y Pinelli en sus guiones —hasta que se produjo la ruptura tras Giulietta de los espíritus (1965)— todavía nos habla a través de su obra literaria —la novela Tiempo de matar (1947) o el libro de relatos satíricos Diario notturno (1956), en el que recopilaba algunas de sus colaboraciones en Il Mondo—, de sus frases y aforismos —<<lo peor que le puede ocurrir a un genio es ser comprendido>>, <<Vivo un día a la vez. No consigo reunir dos días>>, <<Quien renuncia al sueño, se masturba con la realidad>> u <<hoy los cretinos están especializados>>— y de sus colaboraciones con Federico Fellini —desde Luces de varieté (1950) hasta Giulietta de los espíritus—, Luis García BerlangaCalabuch (1956) y El verdugo (1963)—, Michelangelo AntonioniLa noche (1960)—, Dino RisiEl signo de Venus (1955)—, Mario Monicelli y StenoGuardias y ladrones (1951)— o Luigi ZampaLa romana (1954). Y sin más, quien busca echar el cierre agradece que sea Tullio Pinelli quien ponga el broche al texto: <<Flaiano era imprescindible. Era como un loco, genial pero desconcertante. Ejercitaba sobre nosotros una especie de magisterio crítico. Casi siempre tenía ideas brillantes y nos hacía observaciones atinadas, pero a veces se iba por la tangente y ya no se le podía seguir…>>

*Vittorio Gassman: “Un gran porvenir a la espalda” (traducción de Fernando Gutiérrez) pp 136-137. Editorial Planeta, Barcelona, 1983.

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