La comedia italiana del periodo fascista encontró en Vittorio De Sica a su galán indiscutible de la pantalla desde ¡Qué sin vergüenzas son los hombres! (Gli uomini, che mascalzoni!, 1932), film en el que le dirigía Mario Camerini, el mismo cineasta que en Daré un millón (Daró a milione, 1935) realiza una de las grandes comedias de la época, tras cuya fachada y romance no es difícil entrever la mano de Cesare Zavattini, quien debutaba como guionista en este título que le unió por primera vez a quien sería su pareja profesional y su amigo. Basada en un cuento* de Zavattini y Giaci Mondaini, Daré un millón es el encuentro entre De Sica y el guionista, pero también es un divertido, burlesco e irónico film que apunta sin disimulo la hipocresía social, solo que la ubica en Francia para evitar la censura italiana de entonces, quizá sin que esta se diese por aludida, cuando, en realidad, pobres y pudientes los hay en todos los lugares y, en ambos casos, sus comportamientos son similares.
La trama se inicia con Gold (Vittorio De Sica) arrojándose de su yate y con un mendigo (Luigi Almiranti) que intenta poner fin a su miseria. En el agua se produce su encuentro. Charlan; más ajustado sería decir que Gold le confiesa el porqué de su huída y que también los millonarios son desgraciados y que daría un millón de francos a quien tuviese con él un gesto amable y desinteresado. Le dice que no sabe distinguir si sus amigos los son de verdad o de conveniencia y que la riqueza obliga al protocolo, a un horario y a vivir observado. No le falta razón, pero la libertad del mendigo sin duda es mucho más hiriente en el sentido que nada tiene, salvo hambre, frío o calor, según la estación, y el rechazo de la gente de la calle, la cual, tras el anuncio de la prensa de que un millonario se hace pasar por pobre, cambia su actitud hacia los indigentes. En este aspecto, Daré un millón apunta la hipocresía social que la hermana con la más negra Plácido (Luis García Berlanga, 1961). Más adelante, hablaré de su similitud, pero ahora continuó con el enredo: tras quedarse con los harapos del mendigo, a quien deja su frac y los billetes que llevaba encima, la prensa descubre al pobre y este le cuenta su encuentro con Gold; de manera que el periódico anuncia la excentricidad del millonario —cuya aventura, en cierto modo y más suavizada, adelanta en el tiempo a la vivida por el cineasta protagonista de Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, Preston Sturges, 1942)— que dará un millón a quien le ofrezca un gesto desinteresado. El anuncio revoluciona la ciudad: la “gente bien” empieza a tratar a los pobres con suma amabilidad, por si alguno de los mendigos es el millonario. Por su parte, el mezquino dueño del circo donde trabaja Anna (Assia Noris), y donde se desarrolla buena parte de la película, permite la entrada gratuita a los indigentes y les ofrece un banquete, así como organiza un sorteo para ellos; ofreciendo un premio de cien francos. El mundo al revés, ahora los sin hogar son atendidos con amabilidad e invitados a comer y a beber; se les dan monedas y se les trata con deferencia. Como sucede en Plácido, esta “gente bien” actúa por un interés que nada tiene de solidario; en el fin de Berlanga buscan la imagen, en el de Camerini una recompensa millonaria, pero, en ambos casos, ese comportamiento delata la hipocresía de una sociedad que, pasada la fiebre navideña o del premio, mandará a paseo a sus mendigos.
*La historia original es de un cuento de Cesare Zavattini y Giaci Mondaini. El guion lo firman Mario Camerini, Ivo Perilli y Zavattini.
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