Entre otras formas de conocimiento y de ignorancia, se conoce desconociendo. Esto que parece incongruente, quizá lo sea; o puede que se justifique si digo que en muchas ocasiones conocemos (o creemos conocer) en limitaciones que nos pasan desapercibidas, precisamente por nuestro propio desconocimiento, y valoramos condicionados por ello. Lo cierto es que nos limitan y, aun peor, nos limitamos y conformamos, pero si dejásemos de reducirnos a lo grande y reflexionásemos sobre lo que creemos saber, ya no serían la desmemoria, la sabiduría popular, la publicidad, la propaganda o la popularidad de fulano y mengana las que juzgasen por nosotros; pues, en la ignorancia, juzgamos desde ellas y no desde el saber que presumimos, pero del que no me extrañaría que careciésemos. Así, en manos de la ignorancia, del olvido, del desinterés o del patrón de moda, dejamos escapar oportunidades para conocer, sentir y experimentar; y ya si hablamos de cine, para acercarnos a cineastas y obras que han engrandecido el medio. Por ejemplo, Carol Reed.
No es que Reed fuese desconocido en su momento, al contrario; era un cineasta reconocido, a la par de David Lean —¿y quién es este otro?, podrían preguntarse quienes no conozcan su cine—, pero hoy, como a tantos otros, el olvido mayoritario amenaza la memoria de sus películas. Hay quien todavía lo reconoce por su Oscar al mejor director por Oliver (Oliver!, 1968) o por el El tercer hombre (The Third Man, 1949), de la que se ha llegado a decir que había sido más obra de Orson Welles que de Reed. Nada más lejos de la realidad, Welles entró a formar parte del proyecto por petición expresa del director inglés a Alexander Korda, productor del film —David O. Selznick fue el otro productor—, y ya con el guion escrito y reescrito por Graham Greene. Aunque Welles aportó su impagable presencia y el monólogo del reloj de cuco, la narrativa y la atmósfera sombría y enrarecida que envuelve la película son de Reed; ambas son variaciones de las que ya asoman en Larga es la noche (Odd Man Out, 1946).
Cuando hablo de conocer, me refiero a que no suele hablarse de él, ni de su obra, salvo casos contados como su mítica El tercer hombre. La obra de Reed abarca mucho más. Indudablemente, fue un cineasta de primera fila, de los más grandes del cine británico. Junto Alfred Hitchcock, Alexander Korda, David Lean, el dúo Michael Powell y Emerich Pressburger, Alexander Mackendrick, Jack Clayton, John Grierson, Basil Dearden, Thorold Dickinson, Tony Richardson…, enriqueció las pantallas británicas y de medio mundo con obras maestras y otras películas que, sin ser magistrales, son buenas o muy buenas. Entre las primeras, incluyo Larga es la noche, El ídolo caído (The Fallen Idol, 1948), El tercer hombre, El desterrado de las islas (Outcast of the Island, 1950); y entre las segundas: El amor manda (Bank Holiday, 1937), El vencedor de Napoleón (The Young Mister Pitt, 1941), Se interpone un hombre (The Man Between, 1952), Nuestro hombre en La Habana (Our Man in Havana, 1958) o, mismamente, Oliver, por la que no siento simpatía, a pesar del monumental trabajo de John Box en el diseño de producción; pero hay más buenas películas en su filmografía…
<<Carol era de esas personas que no se sienten amenazadas por las aportaciones de los demás. Un director maravilloso. Lo adoro>>, le confesó Orson Welles a Harry Jaglom (Mis desayunos con Orson Welles). Esta definición de su carácter la confirma Michael Korda en la biografía que escribió sobre su tío Alexander, cuando recuerda que Reed era de natural alegre y el hombre más amable que había conocido; en ocasiones infantil, quizá por ello supo realizar uno de los mejores films con niño protagonista. Me refiero a El ídolo caído, no a El niño y el unicornio (A Kid for Two Farthings, 1954) ni a Oliver, otras dos películas suyas con protagonismo infantil. El ídolo caído es un espléndido retrato de la psicologia del niño (y también de los adultos que le rodean) y fue su segunda obra maestra, tras la claustrofóbica y casi mística Larga es la noche. Además, El ídolo caído resulta de vital importancia para la evolución profesional de Reed porque inicia su asociación con Korda y con Graham Greene, que escribe el guion. Con el escritor colaborará en otras dos ocasiones: El tercer hombre y Nuestro hombre en La Habana, un film de espionaje que ironiza sobre la identidad, la verdad y la mentira.
Hijo no reconocido del actor teatral Sir Herbert Beerbohm y tío del actor Oliver Reed, el futuro responsable de El vencedor de Napoleón comenzó su periplo artístico en el teatro, ejerciendo primero de actor, durante aproximadamente siete años, y posteriormente, en la dirección escénica, asociado al novelista y dramaturgo Edgar Wallace, que también fue el guionista de la mítica King Kong (Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, 1933). Tras el fallecimiento del escritor, Reed decidió hacer cine, siguiendo el consejo que le había dado Wallace antes de viajar a Hollywood en 1932 para escribir la tragedia del simio enamorado, el más grande de la historia del “celuloide”. Eran los primeros años del sonoro, por lo que no le resultó complicado que le contratasen como director de diálogos —enseñaba a los actores entonación y pronunciación. Así, sin contacto directo con los rodajes, inició su aventura cinematográfica a inicios de la década de 1930.
Sus primeras experiencias en el plató se producen en su trabajo de auxiliar en la productora de Basil Dean (Associated Talking Pictures), que también le brinda la oportunidad para debutar como director. Lo hizo por partida doble: junto a Robert Wyler en Sucedió en París (It Happened in Paris, 1935) y, ya en solitario, en Misshipman Easy (1935). El resto de la década, continuó evolucionando su cine en busca de expresarse con la cámara, consciente de que esta estaba al servicio de la historia, y no al de un caprichoso narcisismo que en Reed no tiene cabida. <<Cuando termino una película nunca soy capaz de juzgarla. Mientras la haces, te sientes desesperadamente enamorado de ella, pero después de la primera noche, no quieres volver a verla en tu vida. Entonces es cuando descubres los defectos. A veces, cuando veo por casualidad mis antiguas películas en televisión, pienso: “Ay, ¿por qué haría esto o lo otro?” Y, sin embargo, sé que cuando dije: “Positivad esa toma” estaba seguro de lo que hacía.>>*
*Carol Reed: Encountering Directors, entrevista realizada por Charles Thomas Samuels y publicada en 1971.
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