sábado, 2 de enero de 2021

Nuestro hombre en La Habana (1958)


El engaño y la mentira forman parte del espionaje y también del universo literario. En ambos casos, espías y escritores inventan ficciones y personajes, crean seres inexistentes a los que atribuyen sentimientos, emociones, necesidades, motivos. En definitiva, los hacen pasar por reales para llevar a cabo su engaño. El ejemplo real, quizá el más popular, del espía que se inventa agentes para llevar a cabo sus fines lo encontramos en Juan Pujol, “Garbo”, quien durante la Segunda Guerra Mundial creó una red de espionaje formada por agentes inexistentes, pero que resultaron más efectivos que posibles espías de carne y hueso. El de ficción podría ser el vendedor interpretado por Alec Guinness en Nuestro hombre en La Habana (Our Man in Havana, 1959), que también crea su propia red de espionaje, aunque él lo hace para obtener el dinero que le permita dar a su hija una vida de comodidades y lujos. Este personaje es a su vez creación de la mente de Graham Greene, un escritor que desarrolló parte de su obra en ámbitos de espionaje, entornos propicios para dar forma a un universo ficticio que encuentra en la mentira uno de sus temas recurrentes. La asume y la expresa, y así convierte la mentira en el eje de varias de sus historias, novelas y guiones que escribió, o en los que de algún modo colaboró. Y así adentra a sus personajes en ambientes de espionaje y embustes, ambientes como los que priman en varios de sus trabajos cinematográficos.


De las incursiones de Greene en el cine, destacan sus colaboraciones con Carol Reed, sobre todo sus dos primeras colaboraciones, pero el que aquí tiene mi atención, el tercero, fue el que dio pie a Nuestro hombre en La Habana. En su novela homónima, Greene imagina un personaje que, cual “Garbo, el espía”, a su vez inventa a otros y crea una red de espionaje ficticia para darse la buena vida. Pero la imaginación del protagonista desborda las fronteras de la fantasía y se transforma en la necesidad de crear una realidad que satisfaga a los servicios secretos, satirizados en el film mediante los personajes de Ralph Richardson y Noël Coward. Este último da vida a Hawthorne, el responsable del Servicio Secreto de Su Majestad en el Caribe. Con sus palabras seduce al comerciante interpretado por Alec Guinness, para que sea el agente en La Habana al servicio de su majestad.


Con elegancia de gentlemanCoward lo aborda y le propone a Jim Wormold que sea su hombre, lo hace con palabrería y para cumplir su cupo, puesto que no deja de ser un burócrata que debe responder ante superiores a quienes tampoco interesa la veracidad de la información, mientras llegue información que pasar a las altas esferas y enemigos que señalar. Es el inventar secretos que den trabajo, para tener trabajo que hacer y así justificar sus gastos y su oficio. Por su parte, Guinness miente para cubrir sus necesidades, mejor dicho las de su hija, a quien desea proporcionar una amplia gama de comodidades y lujos que de otro modo no podría ofrecerle. Pero, lo que para él empieza como un juego, se complica y se le escapa de las manos.


Nuestro hombre en La Habana parte de una buena idea, posee momentos para aplaudir y los menos, quizá, para bostezar. Pero, en conjunto, entretiene en su sátira sobre el espionaje. Ironiza con la idea de que una mentira vale más que nada y, cuanto más increíble sea, más creíble será. Otro de sus puntos fuertes reside en las caricaturas asumidas por su elenco, en el que destaca la presencia de Burl Ives como el amigo y confidente del vendedor de aspiradoras que se convierte en un espía imprescindible para los intereses de La Corona.


Lo expuesto por Reed es suficiente para hacernos pasar un rato agradable, pero le falta un quizás de osadía para lograr una comedía irreverente y algo tan complicado como encontrar el punto de equilibrio que le permitiese mantener el nivel narrativo (ritmo, tal vez) durante todo el metraje de un film que se ríe al tiempo que desvela uno de los rostros del espionaje para desmitificarlo, de lo contrario se encargaría Agente 007 contra el Dr. No (Dr. No, Terence Young, 1962)

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