No soy asiduo a pregones ni a multitudes, de hecho las evito, pero en julio de 2016, una amiga comentó que iba a la plaza del Obradoiro a escuchar a Ángel Carracedo. Más por ella que por él, allí acudí. Incómodo entre la multitud, poco después aquel médico nacido en Santa Comba (A Coruña) en 1955 me calmó con sus palabras y su tono. ¿Qué más podría pedirle a un sanador que su cercanía? Por un momento, dejé de ser el alma inquieta que rechaza las aglomeraciones y me descubrí escuchando a una persona que tenía algo que transmitirme, a mí y al resto: su humanidad y su mensaje de que es posible contribuir a una sociedad mejor. Qué momento más hermoso, había escuchado palabras que fluían de ese enigmático rincón humano donde se mezclan razón y corazón. Salimos de la plaza compostelana contentos, en mi caso, también pensaba que era todo un acierto que de vez en cuando no solo cantantes, cómicos, deportistas, actores/actrices o famosos de revista y de televisión fuesen invitados a salir al balcón del Pazo de Raxoi, sede del ayuntamiento compostelano, desde donde cada año unos pocos —el pregonero y supongo que algunos políticos locales— dan inicio oficial a las “Fiestas del Apóstol”. Desde entonces, no he vuelto a oír un pregón, pero si he vuelto a escuchar a Carracedo. La última vez fue en esta entrevista realizada por Javier Cebreiros en su programa La cafetería. Durante la hora que dura la entrevista, tuve la sensación de estar escuchando a una persona feliz, pero no por sus logros científicos, sino por ser fiel a sus principios y a sus sueños, a la ilusión y a la filosofía de vida de <<abre los brazos y recibe abrazos>> que le enseñó su madre, la misma de la que habla y, no me cabe duda, que practica. Quizá por eso mismo comprenda lo fundamental de trabajar con amor, no solo al trabajo sino a las personas. Quizá por ello escoja tres valores: trabajo, humildad y ética en su labor.
<<El interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo>>, señala Bertrand Russell en La conquista de la felicidad. Raramente, quien busca su bien particular logra ser feliz; y más raramente, aporta progreso a la vida de su entorno. Este no es el caso de Ángel Carracedo, que habla de progreso en términos de justicia, bienestar y Derechos Humanos, pues, como Russell, comprende que no hay verdadero desarrollo sin mejora humana, de ahí que en su trabajo nunca pierda de vista este aspecto primordial y, a veces olvidado, de la ciencia y de la vida. Este profesor, catedrático e investigador de la Universidad de Santiago de Compostela, que aboga por una mejora radical en un sistema educativo obsoleto, no es un gigante por ser un científico de referencia mundial, pionero y faro en investigaciones genéticas y forenses, lo es por ser un buen hombre. Su sencillez y su cercanía fluyen naturales, a la par de su filosofía vital, de su ilusión por una ciencia humanitaria y ética que depare un auténtico avance en justicia y bienestar global.
Lo cierto es que tenemos que caminar aquí y ahora para continuar mejorando y esto también pasa por recuperar valores humanos que parecen olvidarse en tiempos tan vertiginosos como los actuales. Él lo lleva haciendo desde hace décadas, cuando empezó, en 1978, nuestro hoy solo era una posibilidad de las muchas que se abrían entonces. Probablemente, en aquel momento, puso en práctica estas palabras suyas: <<El objetivo es hacer algo que realmente te permita desarrollarte y con lo que haces te sientas a gusto y te sientas contento y esto es lo que me parece vital.>> Cada una de sus respuestas son una lección de vida, más bien es una forma de ver la vida y de entender su profesión. Su mensaje es global, defiende un progreso global: lo que importa son las personas, su bienestar, sus derechos, sus ilusiones. <<Sí, me parece que hay que luchar por las ilusiones de uno. Puedes no conseguirlo, pero puedes intentarlo.>>
Su fama de hombre humilde no esconde una doble lectura, él es así y su humildad es seña de identidad, igual que también lo es la ilusión vital que ilumina su rostro cuando habla. ¿De qué vale la ciencia si su fin no es el progreso de toda la humanidad? Esa es una pregunta que en él tiene respuesta: <<Experiencias y valores por encima del conocimiento>>. El conocimiento sin valores deshumaniza, ¿para qué nos sirve, entonces? ¿A quién beneficia un conocimiento así, si a la larga perdemos humanidad y humanitarismo? En Carracedo veo un modelo humano, una imagen en la que no solo deberían mirarse los científicos, sino también quienes no lo somos, en la búsqueda de un progreso real y, por lo tanto, para todos.
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