Sus años de juventud podrían haber dado para una o varias películas, de hecho, al final de su carrera cinematográfica, realizó La escuadrilla Lafayette (Lafayette Escadrille, 1958) inspirándose en experiencias propias durante la Gran Guerra (1914-1918). Cuando estalló el conflicto, William Augustus Wellman se presentó voluntario en la Legión Extranjera; como Hemingway, también condujo ambulancias; formó parte de la mítica escuadra aérea estadounidense que tomó su nombre del general francés que había ayudado a los revolucionarios en la guerra de independencia; fue herido de gravedad y condecorado por sus servicios. Su currículum bélico de poco valdría en tiempo de paz, pero concluida la contienda y recuperado de su herida, Wellman regresó a su país y aprovechó la destreza aérea adquirida durante el conflicto. Se dedicó a exhibir su pericia en vuelos acrobáticos hasta que se produjo su encuentro con la actriz Helene Chadwik, con quien se casaría. Fue por entonces cuando se interesó por el cine, interés que aumentó gracias al apoyo de Douglas Fairbanks, una de las más grandes estrella de aquel Hollywood silente en el que Wellman se inició como actor —El Quijote moderno (Knickerbocker Buckaroo, Albert Parker, 1919) y Evangeline (Raoul Walsh, 1919)—, decorador y ayudante de dirección, labores que le posibilitaron familiarizarse con los entresijos de un medio de expresión joven y en constante evolución. En 1923, firmó como director Amor y voluntad (Second Hand Love), su primera película acreditada, y El hombre de pecho triunfa (Big Man), su primera aportación al western, género en el que destacaría en las décadas de 1940 y 1950 con Incidente en Ox-Bow (The Ox-Bow Incident, 1943), Las aventuras de Buffalo Bill (Buffalo Bill, 1944), Cielo amarillo (Yellow Sky, 1949), Caravana de mujeres (Westward the Women, 1951) o Más allá del Missouri (Across the Wide Missouri, 1951). Pero Wellmam, conocido entre sus amigos como “Wild” Bill, no tuvo que esperar tantos años para demostrar su innegable capacidad detrás de las cámaras. En 1927, filmó una de las películas más modernas del último tramo del periodo silente: Alas (Wings, 1927), que pasó a la historia de Hollywood por ser la primera película en recibir el Oscar a la mejor producción del año. Pero, sobre todo, este film le permitió mostrar en la pantalla un entorno tan familiar como el de los aviadores en la Primera Guerra Mundial. Era parte de su mundo, de su aprendizaje y de su maduración, de la realidad que había conocido de primera mano. Alas fue la primera de sus aportaciones al género bélico; tras la que llegó La legión de los condenados (The Legion of the Condemned, 1928) y, ya en el sonoro, sus grandes aportaciones genéricas: También somos seres humanos (The Story of G. I. Joe, 1945), Fuego en la nieve (Battleground, 1949) y Los jóvenes invasores (Darby’s Rangers, 1958). Aparte de westerns y films bélicos, demostró talento en prácticamente todos los géneros y, salvo en el de Walt Disney, en los grandes estudios de Hollywood. Wellman pudo con el melodrama en Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 1937), la comedia en La reina de Nueva York (Nothing Sacred, 1937), la aventura en primera versión sonora de Beau Geste (1939) o en plena naturaleza nevada en La llamada de la selva (The Call of the Wild, 1936), el cine negro en El enemigo público (The Public Enemy, 1931), film que convirtió a James Cagney en icono del cine gansteril de la época. Su condición de asalariado de los estudios no le impidió desarrollar su propio estilo ni sus intereses temáticos, sobre los cuales gira su filmografía: amistad, aviación, espíritu de lucha y de superación. Al final de su carrera, trabajó para Bajac, la productora de John Wayne, en cuatro títulos, aunque el mejor y más complejo, El rastro de la pantera (The Track of the Cat, 1954), no fue interpretado por la estrella de Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956), sino por Robert Mitchum, a quien el director ya conocía de También somos seres humanos y un actor más acorde con las exigencias psicológicas del personaje. Finalmente, tras dirigir más de ochenta películas, William Wellman, otro de los cineastas que ayudaron a engrandecer Hollywood, abandonó la industria cinematográfica tras La escuadrilla Lafayette, según el cansado harto de la intervención del estudio, pero es probable que también fuese consciente de que la industria ya no les quería, como parece corroborar que, por aquellos años (entre finales de la década de los cincuenta y la primera mitad de la siguiente), muchos de los grandes rodasen su última película.
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