martes, 8 de noviembre de 2022

La ley (1959)


La película que vemos en la pantalla es la que es, obviamente, pero no la que pudo ser. También es obvio que cada proyecto tiene su historia y circunstancias, intereses e imprevistos que pueden deparar que sea de un modo u otro. En La ley (La Legge, 1959) estas provocaron que fuese un film distinto al pretendido por Jules Dassin, que consideró el resultado malísimo. Su valoración puede encontrar parte de su explicación en comparar las expectativas y el resultado final, que no considero que sea malísimo, ni siquiera creo que la película sea mala; por supuesto, tampoco la sitúo entre lo mejor de Dassin, pero hay momentos en los que el film funciona. Son aquellos en los que el personaje de Yves Montand cobra protagonismo, sea en la taberna donde se juega a “la ley”, en el autobús en el que humilla a su hijo, o en la casa de don Cesare (Pierre Brasseaur), donde ya no se trata de un juego, sino del orden real que rige una comunidad en la que el “don” todavía es el jefe. Es su pueblo, y en él establece su orden. En estos y otros momentos puntuales, el film funciona, al ser el reflejo de ese orden en el que uno manda y el resto se somete, a la espera de que les toque el turno de mandar, aunque solo sea en la brevedad de la duración de ese juego prohibido que define parte de las costumbres y usos de una tierra anclada en la tradición. Se trata de un lugar que nada tiene que ver con la Italia del “progreso”, la situada al norte y cuyo origen germano (lombardo) la diferencia de Italia tradicional y mediterránea, de influencia griega. Dassin quería rodar ahí, en el país que vio nacer el neorrealismo, y la novela de Roger Vailland se presentó como una oportunidad. Sin embargo, el film no resultó de su agrado; más aún, lo detestaba.



<<Hablar de La ley me supone un gran dolor: Creo que fue el mejor guion de cuentos he escrito. Era bueno, realmente bueno. No soy autoindulgente, creedme, y aquel guion era de verdad bueno. Los actores y los técnicos de la película —quizás ya hayáis oído esta historia— estaban en Roma sin haber firmado sus contratos porque yo les di mi palabra. Muy poquito antes de empezar a rodar el productor me dijo que no podíamos hacer la película porque no tenía dinero. Antes hablamos de violencia, pues aquella vez sí que fui violento de verdad. Le dije furioso: “¡Toda esta gente está aquí porque les dijiste que no habría problemas…!“ Me contestó: “Déjame un día a ver qué puedo hacer”. Al día siguiente vino y me dijo que ya no había ningún problema, que tenía el dinero. Yo le contesté: “¿Qué pasa aquí? ¿Qué clase de farsa es esta? ¿Qué es eso que me dices?” “Hay una condición —me dijo—, que Lollobrigida haga el papel principal.” Le pregunté: “¿Qué papel?” Porque toda la película, su espíritu, los comportamientos, la trama, etc., todo estaba construido sobre el hecho de que la protagonista era una chica de quince años. Además, después de haber probado a muchas adolescentes para el papel, al fin había encontrado una. Era Claudia Cardinale, pero…


[…]


Como os digo, debí haberme negado. No debí hacerla. Me equivoqué al pensar que les harían contratos a todos. Debí haber dicho: “No, no voy a hacerla”. Antes que nada porque era una gran novela que ganó el Premio Goncourt. ¿Cómo se le podía hacer aquello? Igual que me avergüenzo de lo que hice para MGM, me avergüenzo de haber aceptado esa película.


Reescribimos atropelladamente el guion… ¡Es malísima! ¡Malísima! Y yo también lo hice fatal. Ella [Lollobrigida] era una mujer dificilísima… ¡Paso!>>*



En tres días tuvo que escribir el personaje para Lollobrigida, concediéndole el protagonismo. A su alrededor, diferentes hombres representan la diversidad del pueblo: el cacique, el matón, el sumiso, el joven enamorado de la mujer casada o el ingeniero imagen del progreso llegado del norte. Este último personaje, interpretado por Marcello Mastroianni, resulta una comparsa cuya finalidad es la de dar un motivo a la joven, una razón para que la actriz pueda lucirse en la pantalla. Marietta ve en él al hombre con quien quiere casarse, y para lograrlo, roba medio millón de liras a un turista suizo. Es su dote, pero lo interesante del personaje es su capacidad de manejarse y de manejar un entorno primitivo, de costumbres arraigadas, de dominio y sometimiento. Pero en esto no difiere de otros lugares, como apunta Matteo Brigante (Yves Montand) cuando dice: <<Siempre hay uno que manda y los demás sufren la ley. El que manda hace la ley y la controla>>. De esto sabía Dassin, que tuvo que abandonar Estados Unidos para escapar de la caza de brujas llevada a cabo por el Comité de Actividades Antiestadounidenses; años después, a raíz del “golpe de los coroneles”, también se vería obligado a dejar Grecia.



*Jules Dassin: entrevistado por Antonio Castro, Andrés Rubín de Celis, Santiago Rubín de Celis; entrevista publicada en Jules Dassin. Violencia y Justicia. T&B Editores, Madrid

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