domingo, 11 de agosto de 2019

El fuego y la palabra (1960)


Baptista, evangelista o metodista, da igual el disfraz de predicador que asuma, Elmer Gantry es un pícaro, un embustero y un charlatán, un vendedor de cuentos, de miedos, de culpa y de salvación, un embaucador que comprende la importancia de la palabra y de la imagen para seducir a las masas y llegar a la cima. Deambula de aquí para allá, hasta que escoge su camino, el que más le conviene, el que aviva su deseo y sus ambiciones, el fuego que arde en su interior, que oculta y adorna con palabras audibles para su público, ignorante y deseoso de ser engañado por la figura del charlatán que 
Sinclair Lewis satiriza en su novela. La religión que Elmer predica y vende, que no practica y en la que él no cree, aunque a veces se diga que lo hace, se sostiene sobre la intolerancia, la hipocresía y la intransigencia con la que interpreta la Biblia y las debilidades humanas. Su credo es la apariencia y la falsedad, que disfraza de moral y oculta su sed de ingresos, de poder, de ascenso social, en definitiva, su meta de alcanzar el llamado "sueño americano" a costa de cualquiera que sirva a sus fines. A diferencia de la evangelista Sharon Falconer, el protagonista de la (en su momento) demoledora sátira de Lewis mantiene los pies en el suelo, es terrenal, manipulador, egoísta y carnal en grado sumo, y cuanto hace, lo hace para obtener beneficio y placer personales, mientras que la hermana Sharon se inventa la identidad que la atrapa entre la realidad y la fantasía y, como consecuencia, vive la ilusión de ser la portadora de la salvación de cuantos acuden a su carpa en busca de guía y de milagros. La relación que comparten ocupa cinco capítulos de la novela, del XI al XV, una pequeña parte dentro de un conjunto que, sin el menor disimulo, critica el fundamentalismo religioso, la intolerancia, la ignorancia y las dudosas artes empleadas por los predicadores de sospechosa ética y de ambiciones confirmadas en el protagonista. En la personal adaptación que Richard Brooks realizó de Elmer Gantry (1927), El fuego y la palabra (1960), la asociación e idilio de Sharon (Jean Simmons) y Elmer (Burt Lancaster) son el centro del film, que toma aspectos de la historia literaria para crear otra.


El Elmer Gantry de
Brooks e interpretado por un histriónico y descomunal Burt Lancaster, porque histriónica y voraz es la imagen que su personaje asume para conquistar a sus oyentes, luce sonrisa falsa y manipula con su enrevesada y potente oratoria para llegar a lo más alto. En esto no difiere del Gantry descrito por Lewis, ya que ambos comparten inicialmente las mismas ambiciones y el mismo gusto por el exceso, la diversión, el alcohol y el sexo, pero, contrario al literario, el charlatán cinematográfico logra redimirse, aunque no sabemos si su transformación será temporal o definitiva. De igual modo existen dos hermanas Falconer: la secundaria en la novela y la principal en la película. Esta última resulta vital para el desarrollo del film y, sobre todo, para que se produzca el cambio en el charlatán de feria. En ambos casos, papel o celuloide, la religiosa es objeto de deseo de Elmer —<<Haría suya a Sharon Falconer>>*, apunta Lewis cuando aquel la observa por primera vez sobre el púlpito—; en la novela, lo será hasta que el embaucador se canse de ella, cuando se descubre en una monotonía que ya no le seduce ni llena, y regrese a sus viejas costumbres de depredador. En la película, Sharon se convierte en el eje sobre el que gira Elmer; para él es la imagen virginal e idolatrada, aquella que arderá en las llamas, la imagen que le redime y libera de su pasado, de su desvarío pseudoreligioso, y le abre una senda que probablemente diferiría de la transitada por el Gantry novelesco. La evolución del estudiante, que busca divertirse, al dictador que triunfa e impone su moral al final del libro, no tiene presencia en El fuego y la palabra, pues la propuesta de Brooks prescinde de la estancia de Elmer en la universidad, de su primer destino religioso -donde conquista a la inocente en impresionable Lulu Bains (Shirley Jones), quien en el film abandona su pasividad para transformarse en un agente activo en la imagen pública de Elmer-, y de las diferentes etapas pos-Falconer donde se detallan el triunfo profesional y el fracaso marital de <<un mentiroso, un ignorante, un embustero y un predicador corrompido>>*. Una adaptación no es ni puede ser la novela que la inspira, y el responsable de Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955) siempre fue conscientes de ello, así que extrajo del original literario aquello que necesitaba para llevar a su terreno, y no por ello traicionó el espíritu de una crítica y de una historia que en su paso a la pantalla ya no es de Lewis sino de Brooks. El cineasta transformó, sintetizó y asumió ideas del texto que cuadraban con las propias; las transformó en imágenes cinematográficas y nos habló de ellas desde uno de sus personajes: el escéptico Jim Leffers (Arthur Kennedy), que adquiere por obra y gracia del realizador estadounidense el rol de periodista que expresa dudas respecto a cuanto ve, escucha y posteriormente escribe en sus artículos; lo hace sin prejuicios y sin emitir juicios morales, sin mayor ambición que la de ser testigo de los actos de Sharon y Elmer (y del resto de farsantes que pueblan la localidad de Zenith), con quienes quizás simpatice e incluso por momentos admire, pero con quienes nunca comparte charlatanería, ni fines ni creencias.


*Sinclair Lewis. Elmer Gantry (de la traducción de Carlos de Onís). Compañía General Fabril, Buenos Aires, 1962

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