Semilla de maldad (1955)
Hacia finales de la década de 1940, principios de los cincuenta, debutaron en la dirección varios cineastas a quienes, a pesar de presentar estilos e intereses diferentes, se agrupó con posterioridad en la denominada "generación de la violencia". Común a ellos, fue el empleo de una violencia más explícita que la mostrada con anterioridad a su irrupción en el panorama cinematográfico. Esta violencia, que predomina en muchas de sus películas, no fue un recurso narrativo gratuito, sino una forma de expresar las necesidades y carencias de los personajes ante las situaciones a las que se enfrentan, y que vendrían a ser reflejos de aspectos sociales de la época. Entre estos realizadores de narrativa contundente se encontraba Richard Brooks, quien, después de publicar varias novelas —entre ellas The Brick Foxhole (1943), que daría pie al guión de Encrucijada de odios (Crossfire, Edward Dmytryk, 1947)—, inició su carrera cinematográfica como guionista en 1942. De esta primera etapa destacan sus aportaciones a Forajidos (The Killers, Robert Siodmak, 1946), Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947) o Cayo Largo, (Key Largo, John Huston, 1948), en las que esa violencia ya forma parte fundamental de las tramas, pero el reconocimiento por parte del público le llegó con Semilla de maldad (The Blackboard Jungle, 1955), su octavo largometraje como director, en el que abordó la problemática adolescente.
Al lado de ¡Salvaje! (The Wild One; Laszlo Benedek, 1953) y Rebelde sin causa (Rebel without Cause; Nicholas Ray, 1955), Semilla de maldad puede considerarse pieza clave y fundacional del cine de delincuencia juvenil que inició su desarrollo hacia la mitad del siglo XX, aunque, a diferencia de los films de Benedek y Ray, el de Brooks profundiza en la juventud desde uno de los pilares de la sociedad: la escuela, un espacio genérico que se individualiza en el centro al que Richard Dadier (Glenn Ford) accede después de los títulos de crédito y del Rock around the Clock de Billy Holyday & His Comets. En su interior se descubre un espacio multirracial marcado por el comportamiento anárquico de los alumnos, cuyo único interés parece encontrarse en evidenciar su rechazo hacia el orden establecido, que para ellos se representa en las profesoras y profesores del centro. Sin embargo, la perspectiva empleada por Brooks se presenta desde dos aspectos contrarios que nacen de ese comportamiento. Por un lado se descubre la denuncia de una situación a la que el docente pretende poner fin mientras que por otro se resalta el atractivo de la rebeldía juvenil, quizá de modo inconsciente o quizá porque con ello se pretendía atraer al público adolescente a las salas comerciales, propósito que Semilla de maldad logró de pleno al convertirse en un fenómeno sociológico que aunaba por vez primera el cine y el Rock'nd Roll. Desde la perspectiva crítica la película se posiciona y asume que los alumnos no son salvajes por naturaleza, como creen algunos profesores y como parecen indicar algunas de las escenas más salvajes del film, sino por las experiencias que han vivido alejados de su entorno familiar, aquellas que derivaron de una guerra que alejó a sus padres del hogar, la misma contienda que obligó a sus madres a ausentarse para trabajar en la fábricas. La película asume que estas dos circunstancias son las que han generado la falta de afectividad emocional, educativa y comunicativa que se observa en el presente escolar, cuando se descubre a esos adolescentes rechazando e incluso atacando a Dadier, quien no se rinde en su intención de inculcarles un pensamiento propio que les posibilite una meta distinta a la de convertirse en seres destructivos y autodestructivos dominados por la desorientación y por su negativa a asumir una postura que implica aceptar carencias, sensibilidades, deseos y miedos, los cuales se ocultan bajo la máscara de rebeldía grupal que predomina en buena parte de un largometraje que en su momento resultó novedoso y un éxito tanto para su responsable como para sus protagonistas, entre quienes se descubre a un Sidney Poitier de veintiocho años interpretando a uno de los alumnos, papel que no pasó desapercibido y que le abrió las puertas hacia el estrellato que marcó un antes y un después para los actores y actrices afroestadounidenses.
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