Algunas ciudades son escenarios propicios y recurrentes para desarrollar historias cinematográficas, sus calles, edificios, monumentos, puentes y parques resultan familiares para quienes nunca los han pisado, porque gracias al cine se han convertido en marcos geográficos populares donde sueños y pesadillas, comedias o dramas encuentran su espacio. Una de estas metrópolis, quizá la más reconocida y con mayor número de historias de película, es Nueva York, a veces una real, a veces una de decorado, pero siempre New York, New York con símbolos tan emblemáticos como aquel al que trepó King Kong. Aunque este romántico incomprendido no lo hizo por las vistas que se contemplan desde lo alto del Empire State, unas panorámicas que tienen su encanto, no lo discuto, pero es un encanto distinto al que uno siente cuando llega a casa después de Un día en Nueva York recorriendo Las calles de la ciudad en compañía de Travis, un Taxi Driver cuyo insomnio le impide pensar en ser amigo y mentor de Uno de los nuestros. Ya acomodado en El apartamento, Mientras Nueva York duerme, alguien llama a la puerta y se descubre que La tentación vive arriba, de modo que pierde interés el continuar mirando a La ventana de enfrente, donde El orgullo de los Yankis observa a través del cristal la escuálida figura de una joven transeúnte que se detiene en Tiffany's al amanecer, y sueña con un Desayuno con diamantes que no se puede permitir. Aunque siempre hay alguien que puede, quizá El Padrino tras su ascenso en Little Italy o quizá cualquier tiburón de las finanzas de Wall Street de camino a La calle 42, donde alguien exclama que Empieza el espectáculo. Se podría hablar durante horas de alegrías, fantasías, frustraciones, miedos, penas o sueños cinematográficos que se vivieron y se viven en Manhattan o en el resto de La ciudad desnuda, un escenario tan real como ficticio, donde se viven amores, atracos, violencia, amistad, risas o lágrimas. Aparte de servir de escenario, esta ciudad se convierte en un personaje más para cineastas como Martin Scorsese o Woody Allen y, en menor medida, para Francis Ford Coppola, tres grandes realizadores que se asociaron para contar unas Historias de Nueva York (New York Stories) que, como aclara su título, se desarrollan en suelo neoyorquino, aunque alguien podría añadir que también en su firmamento, donde el rostro de la madre de Sheldon se deja ver para avergonzar a su hijo en el episodio Edipo reprimido (Oedipus Wrecks). Pero esta película, que reunió a estos tres grandes directores, no llegó a ser lo que prometía, quedándose en un intento fallido, sobre todo el episodio filmado por Coppola.
La película, compuesta por tres mediometrajes que nada tienen que ver entre sí, tiene su nexo de unión en la presencia de la ciudad, aunque en el episodio de Coppola, Vida sin Zoe (Life without Zoe), la historia podría desarrollarse en cualquier otro espacio urbano que no fuese la Gran Manzana, de hecho, su parte final se traslada a Atenas. Sin embargo, tanto el de Scorsese como el de Allen, sí necesitan de la presencia de la metrópoli, ya que el primero se desarrolla en un estudio que remite directamente a Greenwich Village o en locales que solo pueden encontrarse en la ciudad de los rascacielos. Mientras, el filmado por Allen encuentra su momento estelar por las calles de una Nueva York donde la gente descubre las intimidades del protagonista. Apuntes al natural (Life Lessons), dirigido por Scorsese, quizá sea el mejor del conjunto y se centra en el comportamiento de un famoso pintor (Nick Nolte) antes de la exposición de sus cuadros, aunque su interés no parece ser la pintura sino recuperar a Paulette (Rosanna Arquette), pero en realidad su obsesión no es más que parte su inestabilidad emocional y del deseo que en él despierta la belleza. El segundo, aquel que rodó Coppola, y el más flojo de los tres, concede el protagonismo a Zoe (Heather McComb), una niña bien que se pasa gran parte del tiempo sin ver a sus padres, ocupados con profesiones artísticas como la de concertista de flauta. Este fragmento, a pesar de ser de lo menos interesante del responsable de La conversación, tiene el mérito de ser el primer guión de Sofia Coppola, que de este modo se vio respaldada por un padre que creyó en las posibilidades de su hija. El último episodio encaja a la perfección dentro del universo creativo del director de Annie Hall, al decantarse por una comedia de corte fantástico en la que da rienda suelta a las características de su cine. Aunque la idea de reunir a tres de los cineastas más reputados de la época se saldó con un resultado irregular, muy lejos de su verdadero talento cinematográfico, Historias de Nueva York (New York Stories) merece una mención precisamente por eso, por juntar en una misma producción a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Woody Allen, tres realizadores tan distintos como igual de indispensables.
La película, compuesta por tres mediometrajes que nada tienen que ver entre sí, tiene su nexo de unión en la presencia de la ciudad, aunque en el episodio de Coppola, Vida sin Zoe (Life without Zoe), la historia podría desarrollarse en cualquier otro espacio urbano que no fuese la Gran Manzana, de hecho, su parte final se traslada a Atenas. Sin embargo, tanto el de Scorsese como el de Allen, sí necesitan de la presencia de la metrópoli, ya que el primero se desarrolla en un estudio que remite directamente a Greenwich Village o en locales que solo pueden encontrarse en la ciudad de los rascacielos. Mientras, el filmado por Allen encuentra su momento estelar por las calles de una Nueva York donde la gente descubre las intimidades del protagonista. Apuntes al natural (Life Lessons), dirigido por Scorsese, quizá sea el mejor del conjunto y se centra en el comportamiento de un famoso pintor (Nick Nolte) antes de la exposición de sus cuadros, aunque su interés no parece ser la pintura sino recuperar a Paulette (Rosanna Arquette), pero en realidad su obsesión no es más que parte su inestabilidad emocional y del deseo que en él despierta la belleza. El segundo, aquel que rodó Coppola, y el más flojo de los tres, concede el protagonismo a Zoe (Heather McComb), una niña bien que se pasa gran parte del tiempo sin ver a sus padres, ocupados con profesiones artísticas como la de concertista de flauta. Este fragmento, a pesar de ser de lo menos interesante del responsable de La conversación, tiene el mérito de ser el primer guión de Sofia Coppola, que de este modo se vio respaldada por un padre que creyó en las posibilidades de su hija. El último episodio encaja a la perfección dentro del universo creativo del director de Annie Hall, al decantarse por una comedia de corte fantástico en la que da rienda suelta a las características de su cine. Aunque la idea de reunir a tres de los cineastas más reputados de la época se saldó con un resultado irregular, muy lejos de su verdadero talento cinematográfico, Historias de Nueva York (New York Stories) merece una mención precisamente por eso, por juntar en una misma producción a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Woody Allen, tres realizadores tan distintos como igual de indispensables.
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