viernes, 2 de agosto de 2019

La corona negra (1951)




El territorio suevo se extendía por la antigua Gallaecia romana (hoy Asturias, Galicia, León y norte de Portugal) a inicios del siglo V. Fue el primer reino europeo que surgió de las cenizas del Imperio Romano occidental, pero su existencia apenas se prolongó en el tiempo y, hacia finales de la centuria siguiente, el poderío del conquistador visigodo supuso su desaparición. A día de hoy, la presencia de aquel pueblo germano todavía pervive en los libros de Historia, en topónimos de localidades gallegas, en el imaginario popular y en el Suevia Films sobreimpreso en la imagen de la Ría de Vigo que abre las producciones de Cesáreo González. Fundada en 1941, la productora y distribuidora de este pionero vigués del cine espectáculo fue la única que hizo sombra a CIFESA durante los años cuarenta y, tras el ocaso de la poderosa empresa valenciana, la que reinó en la industria cinematográfica española con títulos de dudosa calidad, otros decorosos y algunos del calibre de Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955), 
Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955), Fedra (Manuel Mur Oti, 1956) y Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956). Consciente de las posibilidades económicas que implicaba ampliar fronteras, el productor gallego decidió <<abrir para el cine español todos los mercados americanos>>* y, para lograrlo, apostó por un sistema de estrellas compuesto por rostros y nombres conocidos en sus respectivos países. Este sería el caso de María Félix, la gran diva mexicana que llegó a España contratada por González para protagonizar el film Mare Nostrum (Rafael Gil, 1948). Tres años después del film de Gil, el empresario rizó el rizo en su afán de internacionalizar Suevia Films. Lo hizo en La corona negra (1951), cuyo argumento surgió de la idea del prestigioso poeta francés Jean Cocteau. Su definición <<la corona negra es aquella que, formada por buitres, acompaña a los muertos...>> introduce una de las rarezas más atractivas (y olvidadas) del cine español de la década de 1950, una rareza dirigida por el argentino Luis Saslavsky, protagonizada por la estrella mexicana y dos actores italianos, Rossano Brazzi y Vittorio Gassman, en aquel momento (semi)desconocidos para el público internacional, y dialogada en castellano por el español Miguel Mihura —a partir de la adaptación del dramaturgo parisino Charles de Peyret Chappuis.


Aunque la aportación de
Cocteau se reduce a la idea, su influencia recorre la película de inicio a fin, en la muerte y el onirismo que acompaña a la corona negra de la cual hablan los personajes y la superstición que por momentos se adueña de la pantalla. Ambientada en el norte de Marruecos, esta intriga multinacional comienza en un desierto donde el vuelo de buitres, las manos desesperadas en busca de auxilio, en su inútil intento de escapar de su entierro, la muerte trotando a lomos de un caballo y la mujer perdida, potencian el tono onírico que prevalecerá durante el metraje. Son imágenes surrealistas, imágenes extraídas de la pesadilla de Mara (María Félix), la enlutada protagonista, la mujer desorientada del sueño y la mujer que al despertar no recuerda su pasado, aunque este se encuentra ligado a los espectros que lleva consigo. Esos fantasmas forman su corona negra, son la parca y la fatalidad que no la abandonan, que la acechan a cada paso en su huida presente. Está atrapada; de ahí que trate de huir, más que de buscarse a sí misma. Lo comprobamos en la oscuridad del bar donde despierta y observa que sus posesiones se reducen a la llave que cae de su bolso. Mara no tiene dinero para pagar la cuenta de las bebidas que ha consumido, pero, en ese instante de desconcierto, que se prolongará durante toda la película, Andrés (Rossano Brazzi) hace su aparición, la rescata y nombra el antropónimo que ella apenas logra recordar. Sueños, recuerdos, pesadillas nos abren pequeñas ventanas al pasado que, a cuentagotas, Saslavsky desvela y completa con la aparición de Pablo (Pieral), <<ese ser extraño y deforme>> que ella ve en el cementerio, y que supone una nueva pieza en el delirio propuesto en La corona negra, y de Mauricio (Vittorio Gassman), el supuesto antagonista y el antiguo amante de Mara, aunque, tras su apariencia y actos, no deja de ser una víctima de la sombra pretérita que nunca desaparece de la intriga ni del drama propuestos por el cineasta argentino, intriga y drama que transitan por la desorientación, el sueño, las apariencias, los espacios opresivos y el desvarío psicológico que cuatro años después alcanzarían todo su esplendor en otra producción de Suevia Films: la magistral y espectral Los peces rojos.


*Cesáreo González en Cesáreo González. El empresario-espectáculo. Diputación de Pontevedra y Taller de Ediciones J. A. Durán. Madrid, 2003

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