De los mitos clásicos de terror posiblemente el yeti sea el que menos se ha dejado ver en la pantalla, quizá por su necesidad de esconderse en el Himalaya o puede que por las dificultades de acceder hasta él, ya que habita a una altitud y bajo unas condiciones climatológicas extremas y poco atractivas para los humanos, salvo para aquellos expertos escaladores, como el profesor Rollason (Peter Cushing), que pretendan demostrar su existencia; y para ello se trasladen con sus esposas a un templo tibetano a la espera de la llegada de otros cuatro hombres que le acompañen en una expedición organizada por el director Val Guest y el guionista Nigel Kneale, responsables de El experimento del doctor Quatermass, el primer éxito de la Hammer Films, y su secuela Quatermass II. De ese modo, entre las superiores La maldición de Frankenstein (Terence Fisher, 1957) y Drácula (Fisher de nuevo, 1958), la Hammer, en su afán por ofrecer entretenimiento, terror y misterio, produjo El abominable hombre de las nieves (The Abominable Snowman), sumando otra mítica criatura a su amplio repertorio de personajes fantásticos. Sin embargo, a pesar del atractivo y de los buenos momentos que posee el film, éste se descubre un tanto irregular, no en su inicio, cuando dos culturas opuestas en su manera de entender el mundo confluyen en el templo tibetano, ni cuando posteriormente aparece un tercer punto de vista en la figura de Tom Fried (Forrest Tucker), ni cuando se aventuran a escalar la peligrosa montaña, pero sí durante el desarrollo de los temas que apunta la película, en los que no se llega a profundizar. Una vez abandonado el templo donde no tiene cabida la ambición científica representada por Rollason ni la comercial que se descubre en Fried se inicia la ascensión sin la aprobación de Helen Rollason (Maureen Connell), preocupada por el peligro que conlleva adentrarse en la zona más inhóspita del Tibet, además, esta sufrida esposa está convencida de la inexistencia de la criatura que su marido busca para demostrar su hipótesis. Contraria a la postura científica se posiciona el interés económico que mueve a Tom, quien pretende llenar los bolsillos exhibiendo al abominable hombre de las nieves en programas de televisión, algo similar a lo que otros intentaron sin éxito en King Kong. La diferencia entre las posturas de los protagonistas apunta a un enfrentamiento, no obstante éste no llega a producirse a pesar de que el profesor censure a su compañero, y quizá no se enfrenten porque pronto las cosas se tuercen, como ocurre con el tobillo de McNee (Michael Brill), el fotógrafo de la expedición, quien durante su convalecencia es el primero en observar al yeti, antes de que Ed (Robert Brown), el trampero, lo abata de varios disparos. El tamaño del gigante de las nieves es descomunal, pero Guest no muestra su cadáver, solo una de sus extremidades superiores, aunque por los comentarios del profesor a lo largo de la experiencia se comprende que no se trata de ningún monstruo, incluso Rollason llega a decir que <<los verdaderos salvajes son aquellos que creyéndose en posesión del don de pensar, apenas lo hacen, ya que solo destruyen>>. Esta conclusión tampoco se desarrolla más allá de las palabras que salen de su boca, lo mismo sucede con cualquier otra circunstancia que asome a lo largo del film, sin embargo, El abominable hombre de las nieves guarda cierto atractivo al desarrollarse en un espacio desolado, frío e inhóspito, donde el ser humano no es bien recibido, quizá porque en ellos mismos habita el peligro que achacan a los gigantes de las nieves
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