El conde de Montecristo (The Count of Monte Cristo) es una excelente muestra del pulso narrativo de Rowland V.Lee, un director cuya filmografía presenta títulos tan interesantes como La torre de Londres, El hijo de Frankenstein o El capitán Kidd. Aunque posiblemente El conde de Montecristo es su mejor trabajo, y (hasta la fecha) la mejor adaptación cinematográfica del conocido relato de Alejandro Dumas (padre) y Auguste Maquet, que gira en torno a la figura de Edmundo Dantés (Robert Donat), el joven oficial de marina acusado de traición y encarcelado en el castillo de If durante dieciséis años, hasta que logra escapar para vengarse de Danglars (Raymond Walburn), Mondego (Sidney Blackmer) y De Villefort (Louis Calhern). Estos tres individuos no muestran el menor escrúpulo a la hora de conspirar para alcanzar aquello que desean, sin importarles que su ambición sea la condena del inocente al que envían a la mazmorra más profunda de la fortaleza situada frente a la costa marsellesa. Dicha ubicación geográfica se presenta en un marco histórico vital para el desarrollo de la película de Lee, que, al igual que la novela de Dumas, nunca pierde de vista la Francia de Dantés y sus contemporáneos, donde las sospechas, la corrupción y la inestabilidad política y social están a la orden del día, ya que se teme que Napoleón y sus seguidores intenten recuperar el poder. Este hecho, ajeno a Edmundo, sella su destino en el instante que se presenta ante el lecho de muerte de su capitán, a quien promete que entregará una carta de la que desconoce su contenido, como también ignora que su destinatario es partidario del corso exiliado en Elba (y padre de De Villefort). Las ambiciones de Danglars, que desea medrar económicamente, de Mondego, incapaz de conquistar a Mercedes (Elissa Landi), enamorada de Dantés, o las de De Villefort, que pretende ocultar la participación de su padre en el complot para no ver peligrar su carrera política, son los factores que condenan al inocente a presidio. La soledad y el deseo de venganza crecen en él cuando comprende que nunca podrá salir de allí; mientras, en el exterior, sus enemigos prosperan hasta convertirse en destacados miembros de la sociedad de su tiempo, que continúa convulso debido al regreso y a la posterior caída de Napoleón en Waterloo, Sin embargo para el condenado todo continúa igual: soledad, odio y dolor. Pero, tras ocho años de incomunicación en la mazmorra más profunda del castillo, se produce su contacto con el abate Faria (O.P.Heggie), que accede hasta él a través del túnel que lleva seis años cavando. Ante esa inesperada compañía el solitario reacciona con alegría, pues dicha aparición le permite expresar emociones, realizar preguntas o escuchar respuestas que le desvelan los años transcurridos desde el día de su encierro. El tiempo continúa pasando entre el aprendizaje (el religioso comparte con él sus conocimientos) y las excavaciones; mientras, en el mundo de los vivos, Mercedes acepta contraer matrimonio con Mondego al creerle muerto, Danglars se convierte en un rico banquero y De Villefort prospera dentro de la política hasta alcanzar el nombramiento de fiscal general del rey. Sin embargo, tras ochos años de esfuerzo, Edmundo Dantés consigue escapar aprovechando el fallecimiento de su viejo amigo y mentor, cuyo cuerpo sustituye por el suyo dentro del saco que los vigilantes arrojan al mar. De ese modo, el abate le hace un último regalo: la libertad, desde la que Edmundo accede al tesoro de la familia Spada, el mismo que emplea para recopilar informes de sus enemigos y así poder cobrar su venganza; pero inevitablemente con el pasado también reaparece Mercedes, hecho que provoca el enfrentamiento interno entre el Dantés Conde de Montecristo y el Dantés anterior a su encierro.
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