viernes, 4 de octubre de 2013

El perro de los Baskerville (1958)



Si la Ealing pasó a la historia del séptimo arte por sus comedias satíricas, la Hammer Films, otra de las míticas productoras británicas, lo hizo gracias a sus aportaciones al cine de terror, género que modernizó durante las décadas de 1950 y 1960 recurriendo a figuras clásicas como Drácula, Frankenstein o la momia. Buena parte del éxito de la productora fue debido a la continuidad de un equipo estable, tanto técnico como artístico, entre quienes se encontraban Terence Fisher, que supo dotar a sus películas de un estilo que marcaría la pauta a seguir por otros realizadores, Peter Cushing y Christopher Lee, sin duda los rostros más emblemáticos de la casa y dos protagonistas de esta destacada adaptación de la novela de Arthur Conan Doyle. Aunque El perro de los Baskerville (The Hound of the Baskerville) se sitúa entre el cine de terror y el de misterio, en manos de Fisher se acerca más al primero que al segundo, ya que el cineasta londinense creó una atmósfera inquietante, incluso terrorífica, que se materializa en el momento de su arranque, cuando la voz en off de un narrador todavía desconocido introduce la leyenda de Hugo de Baskerville. Este prefacio, que apenas dura cinco minutos, condiciona el resto del metraje al provocar la sobrecogedora sensación de irrealidad que nace del ambiente gótico donde el sádico sir Hugo (David Oxley) entretiene a sus invitados abusando de su criado, a quien finalmente asa en las brasas que calientan el salón, para poco después perseguir a la hija de aquél, que escapa a través del siniestro páramo hasta alcanzar las ruinas de una abadía tenebrosa donde el malvado la asesina antes de encontrar su muerte, al ser atacado por el perro infernal del que habla la maldición que el doctor Mortimer (Francis de Wolff) relata a Sherlock Holmes (Peter Cushing) y al doctor Watson (Andre Morell).


El Holmes de Fisher, al igual que el personaje original de Conan Doyle, se niega a aceptar la existencia de fenómenos paranormales, y en todo momento muestra su convencimiento de que cualquier fantasía posee una explicación racional. En su empeño por demostrarlo llega a resultar agresivo, aunque no de modo físico, sino verbal; pero se trata de un comportamiento consciente, empleado para estudiar las reacciones que se producen en sus oyentes. Asimismo observa cuanto le rodea en busca de posibles indicios, pistas o detalles que al resto o bien pasan desapercibidos o bien no pueden explicar más que atribuyéndolos a causas sobrenaturales, como sucede con la legendaria bestia que ataca a los Baskerville en la nocturnidad del páramo que rodea la mansión familiar. Así se le descubre hablando con Mortimer, demostrando sus aptitudes de observador y su aplastante lógica deductiva, aquella que le lleva a la conclusión de que detrás de la muerte de sir Charles de Baskerville no se esconde ninguna maldición, sino algo más tangible, real y mortal. El desafío por racionalizar el suceso, por muy extraño que éste parezca, le convence para aceptar resolver el enigma que se oculta tras la maldición que pesa sobre los descendientes de sir Hugo, el último de los cuales, Henry Baskerville (Christopher Lee), elegante, refinado y tan realista como el detective, acaba de llegar de Sudáfrica para recibir su herencia. Y ante la atónita mirada de la pareja de investigadores y del doctor Mortimer, el heredero sufre un intento de asesinato en la habitación del hotel donde se aloja. Este atentado reafirma la postura de Holmes, ya que por allí no asomó el infernal sabueso al que hace referencia el mito, y sí una tarántula surgida del interior de la bota que sujetaba el último miembro reconocido de la familia. La mente de Sherlock racionaliza este hecho mientras se escusa afirmando que le resulta imposible acompañarles, de modo que envía a Watson para que le mantenga informado hasta que él pueda acudir a Baskerville Hall. Con Holmes fuera de circulación la historia se traslada al castillo de los Baskerville, donde suceden cosas extrañas que el buen doctor no logra descifrar. Allí se encuentra rodeado de un páramo desolado, donde las ciénagas, la oscuridad, las brumas, las ruinas de la abadía donde pereció sir Hugo, la amenaza de un asesino fugado del correccional cercano o los aullidos que se escuchan en la noche, le sumen de lleno en la perturbadora atmósfera que domina en todo momento del film, y que no desaparece ni siquiera cuando Holmes se presenta cual fantasma y alcanza la explicación racional en la que siempre ha creído, pero que resulta tan o más sobrecogedora que la señalada en el mito.



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