El productor Aaron Rosenberg y el guionista Borden Chase coincidieron en nueve películas, entre las que destacan tres grandes westerns dirigidos por Anthony Mann (Winchester 73, Horizontes lejanos y Tierras lejanas), la soberbia aventura marina de Raoul Walsh El mundo en sus manos, El sexto fugitivo de John Sturges y La pradera sin ley (Man without Star), el último de los cinco westerns rodados por King Vidor (para quien escribe su mejor incursión en el género). A pesar de tratarse de un encargo, Vidor, uno de los pioneros del cine hollywoodiense, desarrolló La pradera sin ley desde una perspectiva personal en la que enfrentó a un individuo anónimo con el colectivo que surge a raíz del progreso que se expande por un espacio donde tiempo atrás el antihéroe se sentía identificado, y del que ahora parece huir El título original Man without Star define a la perfección a Dempsey Rae (Kirk Douglas), un cowboy errante en busca de extensiones abiertas que le permitan sentirse libre de los cambios que amenazan su modo de vida. La primera imagen de Dempsey le descubre tumbado en el interior de un tren donde viaja como polizón, algo que podría resultar contradictorio con su manera de sentir, pero lo hace porque es un medio que le permite escapar más rápido y más lejos que a caballo, que para él sigue siendo fundamental, de ahí que viaje con su silla de montar y afirme que ésta es intransferible. En contrapartida se presenta al joven a quien el vaquero ayuda a subir a ese mismo vagón; Jeff (William Campbell) aún no ha desarrollado su propia personalidad, como demuestran las mentiras que emplea para igualarse al solitario que se convierte en la figura a imitar. Jeff desea ser como Rae, hablar como él, comportarse como él, incluso disparar como él, pero sin darse cuenta de que nunca podrá ser un hombre como Dempsey, porque éste ya no tiene razón de ser en ese nuevo mundo que se impone, y que le condena a vagar sin rumbo a la espera de su extinción. Por un instante, el tiempo que dura La pradera sin ley, Dempsey Rae se aleja de su soledad para convertirse en guía de la maduración de Jeff, pero también para enfrentarse consigo mismo y con el rechazo que le genera esa modernidad representada de manera cómica en un cuarto de baño interior que llama su atención y de modo trágico en los cercos de alambre que los pequeños propietarios levantan para defender sus intereses contra el mercantilismo profesado por la nueva patrona del rancho donde alumno y maestro empiezan a trabajar. La aparición de Reed Bowman (Jeanne Crain), otro de los signos del cambio que se impone, provoca que se desate el conflicto que Dempsey lleva enterrado desde la muerte de su hermano. En este caso, la imagen de modernidad le resulta inicialmente atractiva, aunque no tarda en comprender que la relación que surge entre ellos es imposible, como tampoco puede ser la convivencia de los dos mundos que chocan en esa pradera donde el individualista asume una postura que le disgusta, pero que sabe necesaria para un bien común. Al tiempo que se profundiza en la personalidad del hombre sin estrella, sin rumbo y sin destino, se produce el enfrentamiento entre Rae y la idea de progreso, simbolizada en la alambrada que lleva grabada en su cuerpo (y alma), la misma que odia pero que acaba defendiendo cuando se posiciona a favor de una comunidad a la que no pertenece y a la que nunca podrá pertenecer, pero en la que Jeff sí tendrá cabida cuando alcance la madurez suficiente para comprender que no puede ser como él.
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