La industria cinematográfica como cualquier otro negocio busca ante todo el beneficio, esta realidad provoca que algunos proyectos se queden en el cajón y otros se materialicen cuando se consigue la participación de una estrella que ofrezca garantías de cara a la taquilla. De modo que, con mayor frecuencia de la deseada, ni la idea ni la ilusión de llevarla a cabo abren las puertas para que producciones como El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate) puedan filmarse; de hecho, este famoso thriller no habría sido realizado si no hubiese contado con el respaldo de un actor de renombre como Frank Sinatra. Pero más llamativo resulta que, poco después de su comercialización, Sinatra, productor no acreditado de la película, ordenase retirar las copias en circulación. Aunque todo ésto no son más que anécdotas ajenas a los errores y aciertos de George Axelrod como guionista y John Frankenheimer como director, y a las limitaciones dramáticas de sus dos actores principales (aunque Sinatra había realizado una soberbia interpretación en El hombre del brazo de oro). Frankenheimer fue uno de esos cineasta surgidos de la televisión estadounidense en la década de 1950, y como muchos de sus compañeros de generación (Sidney Lumet, Martin Ritt o Arthur Penn entre otros) alcanzó notoriedad en el medio cinematográfico, siendo los años sesenta la mejor etapa de su carrera al realizar producciones tan destacadas como El hombre de Alcatraz, Siete días de mayo, El tren, Plan diabólico o Los temerarios del aire, en las que desarrolló un estilo propio en el que supo conjugar comercialidad e inquietudes personales. Prueba de su talante liberal quedó confirmado en El mensajero del miedo, intriga política en la que expuso el histerismo y el miedo que ciertos individuos generan para controlar a las masas, a base de repetir ideas como la de que el enemigo se ha infiltrado en la sociedad. Dicha circunstancia remite directamente a la Guerra Fría y sobre todo al maccarthismo representado en la figura del senador Iselin (James Gregory), que alarma a la población pregonando que en el ministerio de defensa trabajan ciento cuatro, dos cientos setenta y cinco,... o cincuenta y siete miembros del partido comunista, una cifra que no puede precisar, y que cambia en cada intervención pública, porque ni él mismo sabe si cuanto dice encierra alguna verdad. Pero en El mensajero del miedo sí existe un enemigo oculto, aquél que ha sido condicionado para acatar y cumplir órdenes de las que no es consciente. Raymond Shaw (Laurence Harvey) regresa de la guerra de Corea convertido en un héroe tras salvar las vidas de la mayoría de los miembros de su patrulla, y haber destruido a un pelotón enemigo. Sin embargo, el sargento desconoce que esos recuerdos son fruto del condicionamiento al que fueron sometidos tanto él como sus compañeros cuando cayeron en una trampa y fueron trasladados a Manchuria, donde se les practicó el lavado de cerebro que en el presente atormenta la mente de su superior, el capitán Marco (Frank Sinatra). Cada noche, desde hace meses, Marco revive la misma pesadilla, en ella se descubre en compañía de sus soldados en una sala donde los rostros de amables señoras se transforman en los de oficiales comunistas que estudian sus comportamientos. En esos sueños (de lo más acertado de la película) Shaw asesina a uno de los suyos acatando el mandato del hombre que les ha hipnotizado, quien asegura al respetable que el mejor asesino es aquél que ignora serlo. Para Marco la pesadilla es real; esta certeza eleva su angustia hasta el extremo de dominar su pensamiento, por eso se presenta ante sus superiores y expone sospechas que no puede probar, pero de las que no duda, como tampoco duda de que el sargento Shaw es el ser más despreciable que conoce, a pesar de las palabras que pronuncia: <<Raymond Shaw es el más noble, sincero y maravilloso de los hombres que he conocido>>. A decir verdad, nadie le cree, pero a Marco no le falta razón, pues Shaw se descubre antipático, engreído, despectivo y programado para matar; no obstante su personalidad ya habría sido condicionada mucho antes de su captura, algo que Marco comprende cuando contacta con el ex-sargento, y éste le hace participe del odio que siente hacia su madre (Angela Lansbury), que entorpeció la única relación que le hizo sentirse amable, alegre y feliz. Sin embargo, en el presente, y a pesar de poder recuperar el amor de Jocelyn Jordan (Leslie Parrish), la existencia de Shaw es un imposible marcado por su subordinación involuntaria a las órdenes implantadas en el frente y por la manipuladora presencia de la figura materna, personaje espléndidamente interpretado por Angela Lansbury y fundamental en el desenlace de una trama en la que se quiso reflejar aspectos reales de una época.
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