sábado, 8 de noviembre de 2025

Una casa llena de dinamita (2025)


Del basada en hechos reales en K-19: El hacedor de viudas (K-19: The Widowmaker, 2002), en La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012) y en Detroit (2017), incluso podría decirse que En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008), Kathryn Bigelow pasa a la ficción especulativa en Una casa llena de dinamita (A House of Dynamite, 2025), en la que Estados Unidos se encuentra a dieciséis minutos de sufrir un ataque nuclear que las autoridades son incapaces de explicarse. Pero, aunque se trata de una ficción, el miedo fuera de la pantalla es real y en los últimos tiempos se deja notar en mayor medida que en la época de “tregua” — las comillas son porque también durante ese periodo hubo guerras—, la que abarca desde la caída del muro de Berlín hasta el 11 de septiembre de 2001, fecha en la que se produce un ataque puntual en su territorio; el otro había sido en Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. El film de Bigelow vendría a decir que estamos viviendo sobre un polvorín, y no le falta motivos para pensarlo. Pero también vivimos en un estado de paranoia fruto de las distintas políticas internacionales de las grandes potencias, la mayoría de ellas con armas nucleares en su arsenal, armas que dicen disuasorias, pero que bien podrían tornarse de ataque si a algún “iluminado” le diese por dar el primer paso hacia una destrucción a gran escala. En cierto sentido, esa paranoia resulta similar al periodo de guerra fría del siglo XX. Y lo resulta porque, en realidad, el mundo nunca ha dejado de estar en conflicto latente, con sus guerras puntuales y locales en las que intervienen distintos países que asumen un rol pacificador, aunque se trate de pasar a la ofensiva para mantener el control. Mas, ahora, los efectos de la guerra fría del siglo XXI son más visibles para la opinión pública.

La historia nos habla de las miles de toneladas de bombas sobre Alemania, Japón o Vietnam arrojadas por la aviación estadounidense en dos de los muchos conflictos internacionales en los que ha participado desde que en el siglo XIX se anexionó territorios que pertenecían a México. Parece quedar claro que, desde su origen como nación, Estados Unidos destaca por ser un país belicista, orgulloso de su belicismo, que se proclama defensor de libertades, aparte de heroico. Salvo quizás en Vietnam, de donde salieron derrotados, las barras y estrellas asumen el rol de bueno y salvador, que es el papel que se concede a sí mismo el vencedor. En todo caso, se muestran orgullosos, celebran y recrean la batalla de Gettysburg, de su guerra civil, o festejan en desfiles anuales el día del veterano. Por otra parte, interviene lejos de sus fronteras y ha realizado operaciones e intervenciones en cubierto que depararon cambios de gobiernos en otros países. Con su política y sus empresas, controla el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Por ello responder ¿quién les ataca? No es fácil. Tal vez lo sea ¿cuál es la causa? ¿El ahogamiento económico al que su política condena y obliga al resto del mundo? Y, sobre todo, habría que plantearse ¿cuál ha sido su responsabilidad para que se dé esa situación extrema? Estas y otras cuestiones asoman por la película de Bigelow, mas Una casa llena de dinamita no profundiza en las causas, no invita a ello. Se decanta por la tensión de recrear esos dieciséis minutos que separan la alarma en los radares del impacto nuclear sobre (tal vez) Chicago. Durante ese breve e intenso instante, se especulan comportamientos, todos ellos dirigidos hacia un mismo punto: la decisión a tomar por el presidente (Idris Elba); extraña forma de interpretar la democracia cuando un solo hombre, condicionado por la presión del momento, por la falta de información y de perspectiva, por las insistencia de sus asesores, algunos de ellos tan ansiosos por apretar el botón como el general Brady (Tracy Letts), se ve en la tesitura de decidir por todos los ciudadanos de su país, consciente de que la mayoría perecería de producirse una guerra nuclear tras la represalia defendida por Brady; que da por hecho que es mejor atacar que aguardar a ver qué pasa; que es la opción hacia la que tiende el asesor de defensa (Gabriel Basso).

El caso es que nadie sabe quién, así que solo existe su idea del enemigo. Es decir, sus sospechosos habituales, su eje del mal; claro que es el mal según la perspectiva estadounidense, que es la que se impone en el lado de los buenos. Bigelow aborda todo esto en dos horas de metraje, o lo intenta, desde distintas perspectivas, todas ellas estadounidenses: la capitana Walked (Rebecca Ferguson), el asesor Jake Baerington, el secretario de Defensa (Jared Harris) o el presidente interpretado por el actor británico Idris Elba. Mas este no ha sido el único presidente cinematográfico que se ha visto obligado a lidiar con una amenaza nuclear. Sin ir más lejos, otro británico, Peter Sellers, asumió la presidencia estadounidense en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964), un film muy superior a este que se adapta perfectamente a los tiempos Netflix y a su catálogo de películas de consumo que apuntan prestigio, debido al nombre de su responsable, pero que luego se quedan en poco o en nada. Otra película contemporánea de la de Kubrick que trata un tema similar, y también superior a la propuesta de Bigelow, es Punto límite (Fail Safe, Sidney Lumet, 1964), en la que Henry Fonda asume labores presidenciales. También él tendrá que lidiar con el impacto de un misil nuclear en suelo estadounidense, planteándose cuestiones morales y políticas a partir del desconocimiento y de la realidad que se le viene encima. En los tres casos se trata situaciones límite, al borde de un conflicto nuclear a gran escala, pues según las decisiones que se tomen, variará el rumbo de la historia. Pero funcionan mejor la sátira propuesta por Kubrick, que critica sin disimulo el militarismo y el arsenal nuclear, y la tensa reflexión de Lumet para abordar una posibilidad tan peligrosa y quizá no tan distante, pues la tenencia de algo implica (a corto, medio o largo plazo) su uso…

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