lunes, 10 de noviembre de 2025

Conan Doyle y El sabueso de los Baskerville

Desde mis años infantiles, cuando leía Los cinco o Los Hollister, he ido perdiendo el interés por las novelas de intriga y suspense; de hecho, prácticamente ya no leo de este género. Pero aún recuerdo las dos ultimas. Fueron Estudio en escarlata —la primera protagonizada por Sherlock Holmes y el doctor Watson—, que ya había leído de niño una versión en gallego, y El sabueso de los Baskerville, ambas en la edición publicada por El País en 2004. Son lecturas fáciles, me digo, que no exigen más diálogo con la lectura que el asentir y dejarse llevar por las propuestas de Arthur Conan Doyle, las que nos llegan a través de los recuerdos de John H. Watson, pues en él recae la función de narrador, salvo en la segunda parte del Estudio, la titulada El país de los santos, cuya voz narrativa la asume el omnisciente desconocido que nos cuenta una historia que se aleja en el espacio y en el tiempo del detective y del doctor. De ese modo el buen doctor asume ser el biógrafo de su colega Sherlock Holmes, tal vez el detective británico más famoso de la historia de la literatura. Podríamos dudar de lo que nos dice Watson, pero, de algún modo, su voz parece sincera, o así lo queremos, y aceptamos como verdadera la infalibilidad de su colega a la hora de enfrentarse a los más extraños misterios; “extraños” para los demás, ya que, para él, mejor adjetivo sería “estimulantes”. Si bien estimo mejor Estudio en escarlata, guardo buen recuerdo de la segunda de las nombradas, en la que Holmes y Watson se trasladan a los páramos para resolver el misterio que rodea a la muerte de sir Charles Baskerville, así como para proteger a su heredero. En todo caso, se sabe que Holmes va a descubrir la verdad sobre la leyenda del perro asesino. Para el popular detective ha de existir una explicación racional; solo en caso de no haya ninguna respuesta lógica podría hablarse de un sabueso infernal que pretende acabar con la familia Baskerville. Mas Holmes sabe que lo demoniaco no entra dentro de las posibilidades que baraja en este caso en el que Conan Doyle separa al detective y a Watson, a través de quien nos llega el relato. Él es el responsable de encumbrar a su colega, de dejar constancia escrita de los modales de Holmes, de su pericia detectivesca y de su frialdad, ya no solo para resolver misterios, sino también para la vida; aunque el verdadero responsable fue el escritor, medico militar como su creación y un narrador indispensable para la intriga policiaca o detectivesca.

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