El blanco y negro forman el bicolor de los recuerdos, después quien quiera que los coloree a gusto, pero esa mezcla blanquinegra que depara tonos grises de luces y sombras viene perfecta para evocar y reconstruir las imágenes que recrea la memoria, pues, cada vez que se evocan, se construyen adaptándolas a las personas que somos hoy, adquiriendo de forma inconsciente un tono de fantasía. Nuestro cerebro no retiene el pasado ni la realidad pretérita, sino que la altera, la enriquece o la empobrece, la destruye y reconstruye cada vez que piensa que la recupera. A veces, somos más sinceros al hacerlo; otras, caemos en la fantasía de querer ser distintos a como lo fuimos e imaginamos algo que no fue. En todo caso, recordar conlleva una parte creativa, y en esa creatividad innata, inconsciente y natural, todos somos artistas. En Belfast (2021), Kenneth Branagh recuerda y realiza una reconstrucción cinematográfica de su familia, de su calle, de su ciudad natal, cuando tiene nueve años, pero también vuelve su mirada sobre su yo de entonces en relación con la inestable situación a la que despierta: el enfrentamiento que amenaza la paz y la convivencia en un espacio humano dividido en radicales y en personas comunes que solo desean vivir tranquilas, en paz, en la seguridad que en ese Belfast de 1969 ha desaparecido de las calles. Pero el conflicto, que no es religioso, aunque así lo asuma el padre de Buddy, el niño protagonista, y tantos más, sino heredado de cuestiones políticas pretéritas, depara un enfrentamiento entre unionistas (protestantes) y separatistas (católicos) que no parece tener fin y que indudablemente afecta a unos y a otros, incluso a los niños y niñas que, indiferentes a cuestiones políticas, religiosas o caprichosas de adultos que solo saben odiar porque achacan los males de sus vidas a otros, juegan y crecen en esas calles en las que los unionistas como Billy Clanton, que no es más que un violento camorrista, piden que expulsen a los católicos…Salvo esas minorías radicales que persiguen sus ideas y sus intereses y, para lograrlos, son capaces de hacer arder el mundo, ¿qué quieren las personas como la familia del niño? ¿Matarse porque unos son diferentes a otros? ¿Lo son? Ellos comprenden que las diferencias son mínimas, pues son núcleos familiares con sus problemas cotidianos y con sus relaciones más o menos estables, que quieren una vida tranquila, segura, cómoda, en la que sencillamente puedan comer, disfrutar, dormir, soñar… y vivir sin miedo a salir de casa, a las balas, a las bombas, a transitar calles que ya parecen campos de batalla donde las barricadas, los tanques, los atentados y las represalias se convierten en parte de la cotidianidad de un pueblo dividido desde siglos atrás, mas no por una cuestión de creencias, sino por los intereses de dos minorías que, desde los tiempos de la Reforma, ha heredado el odio e insisten en contagiarlo a todos. Esa es la meta y la locura de los extremos, pues uno y otro viven y comparten los mismos lugares transitados por ese niño que de mayor quiere ser futbolista y en ese instante ya le apasiona el cine, pero en lugar de aceptar convivir, tal como sí hacen las personas, quieren verse realizados eliminando al contrario; lo cual no deja de ser el síntoma de una locura común: la intolerancia. Ningún enfrentamiento entre extremos ideológicos es de todos, aunque los radicales persiguen que todos se vean envueltos y afectados por su “cruzada”. No se trata del bien de unos y de otros, o que el bien de unos excluya al de otros, sino de algo más sencillo y a la vez complejo, pues en esa locura se juntan miedo, odio, ignorancia, violencia, intereses partidistas y el beneficio de quienes insisten en la lucha, esa que constantemente afecta la familia del niño, un núcleo que, como tantos, intenta permanecer al margen, pero otros mueven esos límites, acibarándoles, insistiendo, atentando, pues son incapaces de comprender que ninguna personas, indiferentemente, de su credo, su nacionalidad, su sexo, sus gustos, son muy diferentes los unos de los otros, ya que la meta de cualquier ser humano es vivir, aunque su final sea lo contrario, mas todos deseamos que nos alcance en un sueño apacible durante la vejez…

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