Dudo que alguien que conociese mínimamente la filmografía de Terry Gilliam pensase por un instante que el cineasta responsable de Brazil (1984) iba a realizar una película biográfica sobre los hermanos Grimm, cuya fama se debe sobre todo a la recopilación de cuentos populares infantiles, más que su trabajo de lingüistas que deparó su Diccionario alemán. Sería algo impensable, más fantasioso que una película del propio Gilliam, por lo que no sorprende que se decantase por tomar los nombres y algunos cuentos de los personajes y adentrarlos en la fantasía de los relatos que recopilaron, donde, partiendo de un guion de Ehren Kruger —que presumo, puesto que no lo he leído, más cercano al infantilismo de Hollywood que al sentido del humor y de ensoñación de Gilliam—, enfrenta en clave paródica (no muy lograda) la racional de Wilhelm (Matt Damon) y la ilusa de Jacob (Heath Ledger). Dicho de otro modo, Gilliam sitúa en un mismo espacio el duelo entre realidad y fantasía que también puede observarse en El rey pescador (The Fisher King, 1991) o en El hombre que mató a Don Quijote (The Man Who Killed Don Quixote, 2018), ofreciendo la cara risible de sus héroes: dos timadores que, como Cagliostro o Giacomo Casanova, aunque sin la osadía y carnalidad de este, se ganan la vida aprovechándose de la ignorancia de sus víctimas, a las que engañan haciéndoles creer en brujería y demonios de los que les libran a cambio de unas monedas. Pero los hermanos caen en manos de la ley y, para salvarse, aceptan un trato que conlleva el perdón, a cambio de descubrir a los secuestradores de niñas como Capetucita, Gretel o las hermanas de Angelika (Lena Headey), la aguerrida guía que acompaña a Will y a Jake por el bosque encantado donde las niñas desaparecieron y donde la leyenda habla de una reina maldita (Monica Bellucci). Mas con mucho a su favor, al menos a priori, El secreto de los hermanos Grimm (The Brothers Grimm, 2005) no es una película que satisfaga la curiosidad ni la exigencia de quien conoce el cine de Gilliam, pues carece de su locura fantasiosa para ser atractiva, cómica y alucinada. La primera impresión apunta que puede serlo, algo así como que tiene el estilo, la forma y la intención, pero, a los pocos minutos, se descubre la ausencia de la subversión, de la ensoñación (alucinación, fuga de la realidad y del orden que en ella se impone) y de la sed de libertad que guía o empuja a sus mejores personajes, los cuales, para quien esto escribe, continúan siendo los héroes del tiempo, los oficinistas que se rebelan en la introducción de El sentido de la vida (The Meaning of Life, Terry Jones, 1983), el soñador de Brazil, el barón Münchausen, el rey pescador y el viajero temporal de Doce monos (Twelve Monkeys, 1995), quien, quizá, más que soñador sea un desorientado… Pero ¿qué viajero soñador no lo es? ¿Y que buenos personajes de Gilliam no son ambos?

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