Entre lluvias y claros, he salido de paseo con una idea acerca de Nuccio Ordine y, aunque ya me pilla tarde, pues soy mi propio guía por la exuberante selva literaria, me digo que me parece un intento plausible este suyo en Clásicos para la vida de acercar al gran público títulos y autores tantas veces hablados; desconocidos para algunos y conocidos para cualquiera que haya leído más allá de los últimos súper ventas comercializados. Cae en títulos y autores que, como Shakespeare, Cervantes, Montaigne, Flaubert, Balzac, Homero, Zweig, Rebelais, Dickens, Rilke o Ariosto —el único autor al que dedica dos de los cincuenta capítulos que dan forman a su selección—, se repiten a lo largo de las generaciones porque precisamente son clásicos. No se trata de novedades comerciales ni de modas —no voy a decir pasajeras, puesto que la propia definición del término ya afirma que todas lo son— que se imponen a través de la publicidad y de las redes sociales. Están ahí y ahí seguirán mientras exista la literatura y sepamos leer, que ya es algo más que creer saber leer o presumir de hacerlo e incluso de no hacerlo. Esto último da para pensar si estamos tontos y vamos camino de crear el mayor estado de tontería hasta la fecha (y eso que los humanos en tontería tenemos práctica milenaria y del tema sabemos un rato largo) donde el más tonto suele ser puesto en un pedestal por lumbreras casi a su altura. En esto nos estamos superando, tal vez sea nuestra evolución o nuestro sentido del humor, que hoy se decanta por el chiste fácil y prescinde de la ironía (o la confunde con el uso constante de memes), de la que supongo alguien ya habrá dicho que es una de las joyas de nuestra escasa, pero muy presumida inteligencia. En todo caso, la lectura es un ejercicio saludable, no cuando se hace como pose o imposición, sino por decisión y gusto personal. Entonces, se le concede su tiempo, su intimidad; se dialoga con las líneas que otros nos legaron buscando para ellos respuestas a preguntas que también nosotros nos hacemos. Tal vez persiguiesen su inmortalidad, su atemporalidad, que es la que llega hasta nosotros y la que Ordine recoge en su libro, el cual no surge como una intención literaria, sino docente, puesto que él es un “maestro” —y un alumno de los clásicos— más que un escritor. Lógicamente, dicha intención nace anterior a la recopilación de textos, como el propio escritor explica al inicio. El autor y profesor italiano indica en el prólogo que todo comenzó de su intención docente, la de compartir con sus alumnos breves fragmentos de libros que han contribuido en el desarrollo de la cultura humana. Se trataba de compartir y comentar, no solo con la finalidad de darlos a conocer, sino también la de invitar a su lectura. Claro que también servían para que Ordine realizase sus comentarios, que posteriormente llevaría a la prensa escrita en el semanario Sette, publicación del popular diario Corriere della Sera…
<<Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos>>, de este modo titula Ordine la introducción de Clásicos para la vida, una selección de breves fragmentos que el autor justifica y explica en las primeras páginas de este breve y selectivo volumen, que, como toda selección, se deja fuera muchos textos que bien podrían estar ahí, tanto por su importancia literaria como humanista e histórica. Pero es su selección —no la mía o la vuestra—, responde a sus intenciones y a sus gustos, también a sus conocimientos y, probablemente, al momento en el que los eligió por este o aquel motivo. Ordine cuenta que todo se inició persiguiendo una ilusión: mostrar los clásicos y lograr despertar el interés de sus alumnos. Su intención era animar a sus alumnos a la lectura de esos libros comentados en horarios fuera de clase, en reuniones a las que también acudían otros jóvenes ajenos a los cursos que impartía; puede que lo consiguiera, era un espacio proclive al diálogo y al intercambio. Allí proponía una lectura y luego la debatían; más bien, sospecho, la explicaba ofreciendo su perspectiva humanista; pues Ordine sigue la línea de los Bruno, Erasmo, Ariosto, Montaigne, Montesquieu y tantos otros que le precedieron y admiraba. Pero dudo que los artículos en el semanal y el libro Clásicos para la vida logren que alguien lea los clásicos. Primero, porque sus lectores ya los habrán leído; si no todos, muchos de los aludidos. Y segundo, porque lo que expone no logra convencer ni seducir, sino que desarrolla afirmaciones propias —ya leídas o escuchadas a otros—, las que quiere decir, tal vez imponer, independientemente de que estemos o no de acuerdo. No existe diálogo, que es lo que se le supone a la lectura de los clásicos, solo un desarrollo por su parte que, aunque busque que leamos a los autores, pretende (tal vez inconscientemente) que aceptemos sus conclusiones. Pero, a pesar de esta impresión, me queda la lectura de un escritor sincero que, enamorado de los clásicos y de una idea de la docencia que cree mentes autónomas, críticas, libres y tolerantes, ya desde el inicio advierte que <<una antología no tendrá nunca fuerza suficiente para desencadenar las profundas metamorfosis que solo puede producir la lectura completa de la obra.>> No podría estar más de acuerdo, salvo cuando dice que <<en rigor, contentarse con el mero fragmento es una derrota evidente.>>


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