La popularidad de Stefan Zweig sigue intacta, en parte porque su obra todavía resulta una lectura accesible para un amplio sector del público lector actual, pero también por su innegable capacidad para emocionarse cuando habla de quienes admira, por ejemplo Erasmo, Montaigne, Shakespeare, Goethe, Balzac, Dickens, Dostoievski o Tolstói, y emocionar con una escritura cercana que nos aproxima a estos y a otros personajes históricos, a sus obras y a situaciones de las que fueron protagonistas. Lo hace sin pretender una clase magistral, aunque siendo buen maestro y, como tal, muestra sin intención de rigidez ni de imponerse. Ahí reside parte de su modernidad, en su estilo fluido y en su mirada emocionada a ese pasado que lleva a sus páginas. Lo hace con un lenguaje cuidado, elegante, vivo, como sorprendido, admirado, emocionado, pero nunca impositivo ni relamido. Zweig no es un escritor pedante, ni aburrido, tampoco un tipo que sienta la necesidad de demostrar que es un genio de la escritura. Sencillamente, es un escritor que admira y no le cuesta reconocerlo. No me refiero a una admiración que solo sería idolatría, sino a quien mira con los ojos abiertos y descubre un mundo de luces y de sombras en la interioridad de genios o personajes clave de la cultura occidental (y en menor medida, de la oriental en la que descubre a Tagore), que es la que conoce, a la que pertenece y la que busca preservar, pues comprende que es nuestro legado. Quiere que no se olviden, por eso los trae a sus páginas en Tres maestros, en Tres poetas de sus vidas, en su ensayo sobre Montaigne, en la recopilación póstuma El legado de Europa o en las catorce miniaturas históricas que componen Momentos estelares de la humanidad, que supone un repaso por varios instantes que de algún modo afectaron a nuestra Historia. Y esa es la historia que le interesa, la humana, desde una perspectiva humanista e indudablemente humana; tal vez, por ello, leer a Zweig no exija esfuerzo alguno; más bien te invita a un paseo ameno por instantes de la Historia, la cual, para él, <<admiramos como la poetisa y narradora más grande de todos los tiempos, pero que en modo alguno es una creadora constante>>. (1)
En cierto modo, no le falta razón, pues la Historia solo recoge en sus crónicas y poemas aquello que le interesa y la despierta de su apatía o de su hibernación, la que se sucede durante años sin que aparentemente suceda nada que la inspire. Aparte, la Historia tiene sus musas y sus preferidos, sus héroes y sus villanos, sus historias de amor, de victoria y de derrota; incluso destaca por sus olvidos y por su capacidad de recuperarlos de su memoria, en la que se guardan los recuerdos, los cuales nunca son la realidad, sino la interpretación presente que se le da a aquel pasado evocado. Y eso es lo que hace Zweig en sus famosas biografías y también en su no menos popular Momentos estelares de la humanidad, entre los que se cuenta la conquista de Bizancio, el tendido del cable telefónico submarino o el viaje ferroviario de Lenin hacia San Petersburgo. Por el libro y por los momentos pasan personajes que, en mayor o menor medida, han colaborado e inspirado a esa poetisa y narradora de la que el autor austriaco habla, de la que él asume ser portavoz y un enamorado…
(1) Stefan Zweig: Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturas históricas (traducción de Berta Vias Mahou). Acantilado, Barcelona, 2011.


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