Si al tipo de periodismo hecho por Hunter S. Thompson, este le llamó periodismo Gonzo, ¿qué nombre pondría Terry Gilliam a su cine? ¿Bonzo? Lo dudo, sería previsible y poco acertado, puesto que Gilliam no es ni monje ni se inmola para protestar contra la opresión de la realidad y de la normalidad impuestas contra las que arremete en sus películas. Él protesta creando, tal vez preguntándose ¿para beneficio de quién es esa normalidad que genera muertos vivientes, gente asustada que no reconoce las causas de su malestar, personas que huyen de sí mismas en busca de no tener miedo, de sentirse seguras y adaptadas en su entorno, individuos en busca de placer y de felicidad en su aislamiento? Sin duda, esa normalidad, realidad impuesta que resta lo imaginativo, incluso lo destierra, no es para sus personajes, ni para cualquiera que deje volar mínimamente la imaginación, que Unamuno define en Contra esto y aquello como <<la facultad de crear imágenes, de crearlas, no de imitarlas o repetirlas, e imaginación es, en general, la facultad de representarse vivamente, y como si fuese real, lo que no lo es, y ponerse en el caso del otro y ver las cosas como él las vería>>. Y Gilliam lo hace, al tiempo que crea y representa, intenta ver por los ojos de sus personajes. Además, Unamuno añadía, <<el imaginativo sueña, reproduce, reconstruye, hace propio lo mismo que ve, y es emprendedor>>. Lo que me lleva a pensar en Cervantes y Quijote, en la capacidad de soñar de ambos (autor y personaje), que era la capacidad de vivir del ingenioso hidalgo. Sin sueño, no hay vida y sin esta, no se puede soñar. Y el cine de Gilliam sueña, no siempre con el mismo acierto, pero al menos lo intenta. Así que le quedaría mejor un nombre que recordase que es quijotesco, ya no solo en qué y cómo lo expone, sino en la aparente desorientación y enajenación de sus personajes dentro y frente a la realidad que no aceptan, porque no deja de ser una prisión de convencionalismos, de normas de conducta y de verdades cuestionables que pasan por absolutos.
En su discurso, en su intención de deformar esa realidad que no es para él ni para sus personajes, de verla con otros ojos, está claro que Gilliam, tal como hizo el periodista y escritor de Los diarios del Ron, desarrolla su propio estilo: subjetivo, reconocible al instante, irreverente y, en no pocas ocasiones, de humor subversivo que conviene no confundir con el “caca, culo, pedo, pis” que algunos consideran el no va más de la provocación, cuando (fuera de la edad infantil) no deja de ser lo más convencional y cutre. En todo caso, acierte o se estrelle, el cineasta se aleja de los territorios comunes, su universo cinematográfico seria como La Mancha para Quijote, un lugar para la aventura de su locura, que no dejaría de ser su cordura, transitando su propio espacio alucinado, fantasioso, imaginativo, que da forma a un estilo visual que no pasa desapercibido, que deforma la realidad y crea otra. También su discurso es reconocible, aunque no exclusivo, aboga por despertar a la imaginación y alienta lo quijotesco. En su Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998) tiene a su Quijote y a su Sancho pasados de vueltas, puestos hasta las cejas y perdidos en el infierno de Las Vegas, donde buscan el Sueño Americano. Más que colgados, la pareja protagonista, Johnny Depp y Benicio Del Toro, es caricaturescas y paródica. Los actores están en su salsa, igual que Guilliam, que sabe que sus personajes se encuentran atrapados y solo la locura, lo que los demás consideran anormal porque no encaja dentro de lo establecido; sin embargo, la normalidad que les rodea es cosa de locos. Lo de Raoul Duke y su abogado samoano, solo es cosa de junkies alucinados…

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