viernes, 28 de noviembre de 2025

El truco final (El prestigio) (2006)


Todo truco se fundamenta en un engaño, en la ilusión que aquel genera, y la magia no deja de ser una ilusión tan grande como pueda serlo el cine que, como medio artístico, está condenado a representar; lo cual, si uno piensa en Orson Welles o Alfred Hitchcock, dos de los mayores ilusionistas cinematográficos, tampoco es una mala condena, pues en esa representación nace la obra de arte. En todo caso, el cine nunca podrá ser la realidad, salvo que transformemos la realidad en cine y preparemos nuestras vidas como actuaciones cara el público, de lo cual ya vamos en camino, pues la representación asoma dominante en la cotidianidad, en los días de fiesta y en las pantallas de los móviles donde asoman imágenes, engaños, sentencias y dogmas; pero ¿quién recuerda cuando el mundo no fue un escenario? El cine de Christopher Nolan siempre aspira a engañar, siempre hace trucos, los suyos no son de magia sino cinematográficos, empleando el montaje y la actuación que le permiten jugar con la identidad de sus personajes al tiempo que crea la ilusión y juega con el tiempo y el espacio, algo que, en la realidad mundana, resulta por ahora imposible. Como ilusionista, sabe que la gente quiere que se le engañe, siempre que el engaño le produzca placer, le proporcione entretenimiento y evasión de sí misma, de su cotidianidad. Para lograrlo, emplea trucos, que <<cuando se saben, resultan muy obvios>>, como le dice Sara a Alfred, y necesita tres actos: la presentación, la actuación y el prestigio… Así, Nolan asume que el cine es magia; dicho de otro modo, el cine es un engaño, una ilusión, un truco que precisa de actos para atrapar y sorprender a su público. Para ello, el británico crea distracciones, que son fundamentales para el éxito de ese truco final hacia el que suele dirigir el interés de sus películas. Tal vez, debido a ello, maree a la cámara y haga de ella una ingenua que solo ve lo que él quiere que vea; y así nosotros también lo vemos, pues nada parece haber más allá de ese escenario planeado con una única finalidad: “el prestigio”. Recordando lo visto en El truco final (el prestigio) (The Prestige, 2006), me da la impresión de que Nolan no le interesa establecer un diálogo, sino su truco de prestidigitación. La persona queda relegada a un plano secundario, no se trata de un cineasta que se adentre y profundice en el alma de sus personajes, tal como sí hicieron Andrei Tarkovski o Ingmar Bergman; lo suyo es el espectáculo, el generar un divertimento que le permita desarrollar sus intereses, introducir el conflicto de identidad que se descubre en no pocos de sus personajes y la complejidad del tiempo, aunque en ambos casos en la superficie donde, mediante distracciones, desarrolla su magia cinematográfica, aunque, en ocasiones como esta, no me funcione…

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