sábado, 6 de mayo de 2023

La llave (1959)

Hasta la fecha, la novela Kagi, de Jun’ichirô Tanazaki, ha sido llevada a la pantalla en siete ocasiones, siendo la primera la realizada por Kon Ichikawa en 1959, el mismo año que estrenó el magistral bélico Fuego en la llanura (Nobi, 1959). Bélico por decirlo de algún modo, o por encajarlo en algún género cinematográfico, pero que escapa al encasillamiento genérico, ya que igual funciona como tragedia, terror, denuncia o drama. Como la de tantos grandes, la obra fílmica de Ichikawa escapa a las delimitaciones y ubicaciones simples, no se adapta a zonas comunes, pues la suya es la obra de un cineasta ecléctico que no se limita. Recorre diferentes márgenes sin marcarse más límites que sus personajes, sus personalidades, sus situaciones, sus condicionantes psicológicos, sus actos, sus deseos y sus obsesiones. Finalmente, lo que determina el conjunto es la mirada del cineasta, humanista, valiente, también irónica. Así, muchas de sus películas podrían considerarse un estudio o un acercamiento, más bien, al comportamiento humano.

Por ejemplo, en La llave (Kagi, 1959), Ichikawa lograba una película enfermiza, obsesiva, a imagen de sus protagonistas, pero más que trágica resulta negra, más que dramática, irónica y no exenta de crítica (compañera natural de la ironía); de un humor negro que resalta al final del film. Mientras tanto, Ichikawa aborda la impotencia sexual de Kenji (Ganjirô Nakamura), el envejecimiento, la imposibilidad de detener su avance, la obsesión/deseo de revertir sus desgastes, y el deseo sexual de Ikuko (Machiko Kyô), su mujer, que también anhela, en su caso en silencio. Ella desea liberarse del hombre al que se somete, condicionada por la tradición que se descubre en su imagen (ropa, peinado, maquillaje) y en su postura sumisa respecto a ese marido que quiere de ella que la sirva, sobre todo sexualmente, aunque él ya no siente el ardor vital y pasional que pretende recuperar primero a base de inyecciones de vitaminas y después sintiendo celos; por eso actúa, para convertir a su mujer en el objeto de deseo de Kimura (Tatsuya Nakadai), su futuro yerno.

Ichikawa muestra el rol sumiso de la mujer, Ikuka, en un matrimonio con un hombre mayor que ella, un hombre a quien, en silencio, no soporta pero aguanta. Para Kenji ella es un objeto que puede frenar el tiempo, despertar sensaciones que agonizan, piensa que los celos puede rejuvenecerle. Por ese motivo idea los momentos en los que pone a Kimura en situaciones de compromiso y de elevada carga sexual: cuando le pide que le ayude a llevar a su cuarto a su mujer desnuda o cuando le entrega los negativos y le pide que los revele, consciente de que el joven descubrirá en ellos a Ikuko en posturas que posiblemente le resulten excitantes y/o perturbadoras. Así, el marido pervierte su entorno para intentar aferrarse a sus últimas fuerzas sexuales, mientras su mujer disfruta en silencio el ser objeto de deseo de quien va a ser su yerno. Y este sucumbe ante la pasión que ella le despierta; pasión que no siente por Toshiko (Junko Kanô), la hija del matrimonio y novia de Kimura. Aunque La llave es la historia de cuatro personajes, el de Ikuko resulta ser el centro de atención; ella es quien va ganado importancia, a medida que la historia se adentra en la claustrofóbica morada del matrimonio, y de Toshiko, donde les visita el joven doctor que al inicio del film se dirige al público, rompiendo de ese modo el espacio que separa cine y realidad. Lo hace para señalar que también quien mira está envejeciendo en ese instante. Es un instante de humor negro, uno que apunta lo que a veces intentamos olvidar o evitar, como hace Kenji. Nadie se libra; no hay medio de detener los desgastes temporales ni de revertir sus efectos, que son numerados por ese mismo personaje instantes antes de introducir la historia que se verá durante el resto del film, una historia de la que también él es protagonista y víctima…



No hay comentarios:

Publicar un comentario